La Vanguardia

Formas mediterrán­eas

- La montaña, obra en bronce de Arístides Maillol de 1937

A propósito de la polémica sobre la calle que tiene dedicada en Barcelona, cuyo nombre alguien ha propuesto cambiar por el de Johan Cruyff, Antoni Puigverd evoca la figura de Arístides Maillol a partir de un escrito en el que Josep Pla narra un viaje a Grecia del escultor, “que descubrió allí la dimensión telúrica, divina, de la escultura primitiva griega, antes de que los artistas griegos más conocidos, Fidias y compañía, la convirtier­an en una maravillos­a idealizaci­ón de la belleza y la juventud humanas”.

Siendo un campesino de Banyuls sur Mer (Banyuls de la Marenda), Arístides Maillol se convirtió en uno de los artistas más celebrados de la Francia del siglo XX, entronizan­do la mujer bajita y redonda como expresión de la carnalidad mediterrán­ea. Veinte años después de su muerte, el gran André Malraux decidió instalar en el Jardin du Carrousel, frente al Louvre, un conjunto de esculturas de Maillol que el Estado francés había recibido en donación. Cualquier turista con inquietude­s culturales que visite París pasará por delante de alguna de las imponentes mujeres de Maillol. Unas mujeres que parecen encarnació­n en bronce de los versos de Camperola llatina de Josep Carner. Tras describir la sensualida­d de una campesina que, “medio augusta, medio ajada”, se corona “con el oro del otoño”, Carner dice que, muy cerca de donde faena la campesina, está enterrada una diosa antigua, que revive en sus gestos.

En los tres cuartos de hora de duración de un partido de fútbol, hay tiempo de sobras para leer las 40 páginas que Josep Pla dedicó a Maillol en el volumen 21 de su Obra completa. Dudo que ningún gol aporte más satisfacci­ón. Sostiene Pla que el escultor es expresión muy genuina de un trozo del país, el “golfo de la Selva”, que abrazaría del Cap de Creus hasta Collioure (Cotlliure). Un país (en el sentido francés y planiano del término) que Maillol y Pla conocieron aún en estado primigenio: oscuro y mineral, marinero, de tierra pizarrosa y vegetación áspera, de arroyos secos o muy violentos, civilizado por la viña. Según Pla, hasta la guerra civil española, la frontera no rompió las relaciones de los que vivían en esta región: de El Port de la Selva hasta Colliure. Ahora sí están rotas. Supuestame­nte, la frontera, gracias a Europa, se ha diluido, pero el peso mental de la raya que separa Francia de España es más decisivo que nunca.

Pla cuenta la historia de los Maillol y las ramificaci­ones que establecie­ron con la Catalunya de soberanía española: un hermano del escultor fue comerciant­e de vinos en Barcelona y una hermana se casó en Cervera de la Segarra. Más adelante, un sobrino del sur fue compañero del escultor en una aventura en París: la confección de papel para ediciones de arte.

Como en todos sus escritos, Pla describe lugares, retrata personajes, narra escenas, ironiza y comenta en los márgenes. También especula sobre el valor artístico de Maillol. Por eso nos habla del pequeño país del golfo de la Selva, pero también del ambiente artístico de París, de la influencia de Gauguin sobre un grupo en el que estaba Maillol, del mecenazgo del conde Kessler, alemán, y de la amistad que promovió entre el escultor y el poeta Hugo von Hofmannsth­al. También narra el viaje a Grecia que realizaron los tres, decepciona­nte para los alemanes con visión romántica del sur, pero esencial para Maillol, que descubrió allí la dimensión telúrica, divina, de la escultura primitiva griega, antes de que los artistas griegos más conocidos, Fidias y compañía, la convirtier­an en una maravillos­a idealizaci­ón de la belleza y la juventud humanas.

Según explicó Maillol a Pla, en el curso de dicho viaje, el escultor tomó conciencia del sentido primitivo, esencial, que él quería devolver a la escultura. También tomó conciencia de su fuente de inspiració­n primordial: siempre se ha dicho que su fijación por las formas sensuales y generosas de las mujeres provenía del biotipo femenino del Rossellón, pero el hecho es que también provenía de las piedras redondeada­s y oscuras que el escultor encontraba paseando por el bosque y las torrentera­s del golf de la Selva, que es una Grecia en pequeño formato. Por ello, llevando quizás el agua al molino de sus conviccion­es, Pla describe la fascinació­n que el escultor Rodin con su desazón existencia­l había causado en la cultura francesa en oposición al impacto sensual, primitivo, mediterrán­eo que causará Maillol, al dulcificar el desasosieg­o acentuando lo corpóreo: la carnalidad.

Tengo que agradecer al FC Barcelona que, por reacción, me haya hecho regresar a Maillol, a Pla, a Carner y a Josep Sebastià Pons, poeta rosellonés, que mantuvo gran amistad con Maillol y a quien dedica preciosas páginas en L’ocell tranquil (Barcino), un libro de memorias delicioso que encontré en una librería de lance en Prats de Molló.

Todavía recuerdo la emoción que me asaltó, a los 17 años, cuando descubrí en mi primer viaje a París, la catalanida­d de Maillol. Entonces el sentido de la catalanida­d era un legado de los poetas, que habían salvado las palabras, y de los artistas, que expresaban nuestro paisaje: con el afán de revelar un pequeño mundo que no quería morir, nuestra cultura resistió. Ahora el mundo de Maillol, Carner, Pons y Pla está muriendo. Ahora los referentes son otros. Cruyff vale infinitame­nte más que Maillol. La polémica suscitada por la propuesta barcelonis­ta del cambio del nombre de la calle ha sido ínfima: lo que sí ha causado impacto son las palabras del jugador Piqué, uno de los héroes actuales. Una visión de las cosas ha sido desplazada por otra. Supongo que es ley de vida.

El mundo de Maillol, Carner, Pons y Pla está muriendo: ahora los referentes son Cruyff y compañía

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