El oficio más difícil del mundo
El tópico reza así: el periodismo es el oficio más bonito del mundo. Habría que preguntarles su opinión al respecto a los cientos de graduados que cada curso ingresan en el mercado sin más expectativas que la precariedad que se deriva de largas jornadas laborales a cambio de remuneraciones que resultarían irrisorias si no fuesen tan dramáticas.
¿Cómo podríamos empezar a revertir esta situación todos los agentes implicados en tamaña injusticia? Pues transformando de una manera drástica el adagio con el que se abría este artículo: el periodismo debería ser la profesión más difícil del mundo. Tal cual, sin paños calientes.
De entrada, esta sentencia ayudaría a ahuyentar a quienes acceden a las facultades de comunicación movidos por intereses que poco tienen que ver con la vocación de servicio público a partir de la información, la interpretación y el análisis con independencia, rigor y honradez.
Además, esta declaración valdría para admitir que, en esta tarea, fundamental en los estados de derecho, confluyen nuevas atribuciones de naturaleza heterogénea sin que se haya visto alterada su esencia. De modo que los profesionales de los medios y de cualquier otra plataforma o soporte desde el que se difunda material periodístico siguen estando obligados a manejar contenidos veraces y contrastados que contribuyan a conformar la mejor opinión pública posible.
Sin embargo, también deben saber cómo afrontar los retos que plantea un entorno en constante mutación que nada tiene que ver con la sociedad liberal que inspiró sus principios más asentados. Los desafíos a los que nos referimos son los mismos que están sacudiendo muchas otras industrias –la robótica, el big data, la inteligencia artificial, el machine learning, la internet de las cosas, la realidad virtual y aumentada, etcétera–, con las circunstancias agravantes de que la exigencia ética y deontológica es superior en este sector, cuya materia prima es la actualidad.
Para el oficio más complicado que jamás haya existido se necesitan profesores sobresalientes que incentiven el aprendizaje y la actualización de conocimientos en universidades en las que se equilibren la excelencia en lo clásico y la audacia en la innovación. Considerando lo lejos que está de esta descripción la media de nuestras universidades, probablemente habría que comenzar por ahí.