La Vanguardia

Primera fila

- Magí Camps mcamps@lavanguard­ia.es

Cuando una estrella de Hollywood actúa en Broadway, el público la recibe con aplausos

De uvas a peras, una estrella se descuelga del firmamento de Hollywood y aterriza en los escenarios de Broadway. La figura de la pantalla cruza el país de costa a costa y decide protagoniz­ar una obra de teatro para sentir el calor del público. Los dioses saben que en ocasiones han de poner los pies en el suelo para acercarse a los pobres mortales. Y los mortales, agradecido­s, los veneran aún más, hasta el punto de que la primera aparición de la estrella en el escenario, aunque sea en un momento crítico de la trama, es recibida con grandes aplausos.

Me lo descubrió ya hace años una amiga que fue a ver La muerte y la

doncella y quedó pasmada cuando el público interrumpi­ó la función con aplausos cuando Glenn Close hizo su entrada. Francesc Peirón, el correspons­al de La Vanguardia en Nueva York, me confirma que es práctica habitual y añade que también se aplaude después de un gran diálogo.

En Barcelona, sólo he visto interrumpi­r la obra con aplausos después de grandes monólogos. Que yo recuerde, el merecidísi­mo de Jordi Bosch en La bête –que también era un homenaje a Anna Lizaran, que acababa de morir y a quien Bosch sustituía– y otro por una entrada torrencial­mente hilarante de Pere Arquillué en Art (aún en cartelera).

Cuando voy al teatro, procuro comprar entradas de primera fila. Si el teatro es la convención más extrema de todas las ficciones, ya puestos quiero ver a los actores sudando la gota gorda. Ya sé que la escenograf­ía no se aprecia igual y que pierdo la visión de conjunto; pero tanto me da, los quiero cerca y, si hace falta, que me caigan encima sus perdigones.

Sentarse en la primera fila tiene la ventaja de la intimidad. Si suena un móvil o alguien tose, como queda detrás, no distrae tanto. En las butacas centrales la abstracció­n es absoluta y puede dar la sensación de que hacen la función para uno. Pero ante tanta felicidad, descubro otro fastidio.

Como aquí no aplaudimos las aparicione­s estelares –no daríamos abasto, con tanta endogamia entre series y teatro–, hay personas que no pueden evitar comentar en voz alta que ese actor salía en Ventdelplà, que aquella chica trabaja muy bien y que Miranda Gas se parece mucho a su madre. Son las tietes de Catalunya (no necesariam­ente mujeres ni solteras), que repasan el currículum de los intérprete­s entre grandes aspaviento­s.

Conseguí una de las butacas preciadas para ver L’ànec salvatge en el Lliure (no se la pierdan), pero no preví que el centro de la segunda fila estaría ocupado por seis loros que no pararon de comentar la obra como si me hablaran a gritos al oído. Entre las perlas que no se pudieron callar, esta: “Ahora nieva”. Y al poco, la réplica: “Tienes razón: ahora nieva”.

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