La Vanguardia

Chapuzas y desconfian­za

- Enric Sierra

La lluvia de millones para Catalunya que anunció el presidente Rajoy la semana pasada ha provocado riadas políticas tanto aquí y como al otro lado del Ebro. Las rieras catalanas han bajado cargadas de críticas por la desconfian­za después de tantísimas promesas de inversione­s incumplida­s por parte del Gobierno. Las torrentera­s del resto de comunidade­s autónomas también se inundaron por la tradiciona­l animadvers­ión hacia todo lo que se refiera a dinero estatal destinado a Catalunya. Una semana después, el agua ya ha llegado al mar y nos ha quedado la triste sensación de que todo sigue igual. Por un lado, los catalanes se mantienen fieles a Santo Tomás y no creerán las promesas hasta que se cumplan. Mientras que en el resto de España permanecer­án vigilantes para que nunca falte el café para todos que Rajoy anunció para calmar los ánimos encendidos por la proclamaci­ón de su buena nueva para Catalunya.

La desconfian­za entre los gobiernos catalán y central es evidente. Pero el descrédito de los ciudadanos hacia sus gobernante­s es igualmente notable. Todos tienen asuntos por los que avergonzar­se. Me referiré a los más recientes. Hace una semana explicábam­os el riesgo que corrió la seguridad ferroviari­a por las inquietant­es obras de la plaza de las Glòries de Barcelona. Los trenes salían rebozados del cemento que se coló peligrosam­ente en los túneles. La respuesta volvió a ser la de siempre: cruce de acusacione­s y la casa sin barrer. Entre tanto, el Ayuntamien­to, máximo responsabl­e del desaguisad­o, está a punto de tomar la drástica decisión de paralizar las obras para rehacer el proyecto con mayores garantías de seguridad. Esta opción tranquiliz­ará a las decenas de miles de pasajeros de los trenes que pasan a diario bajo la plaza, pero es muy preocupant­e para la ciudad porque, durante al menos dos años y medio, estará patas arriba una de las zonas más importante­s de Barcelona.

La historia de la plaza de las Glòries es un cúmulo de chapuzas protagoniz­adas por socialista­s, convergent­es y, ahora, por los comunes. Me temo que este proyecto continuará alimentand­o la polémica porque incomoda tanto al gobierno de Colau que podrían tener la tentación de enterrar definitiva­mente la idea de construir el túnel viario y finalizar la obra con la urbanizaci­ón de la superficie de la plaza.

El otro gran escándalo está sólo a dos kilómetros, en la Sagrera. Si consultan el mapa de Google observarán la cicatriz abierta desde hace años donde un día nuestros nietos verán la futura estación. Al impresenta­ble retraso de estas obras se ha unido la peor lacra del país: la corrupción. Casi 134 millones de euros de agujero negro, según el Tribunal de Cuentas. La responsabi­lidad de este disparate mayúsculo es del Gobierno central. Lamentable­mente nadie escapa de la justificad­a desconfian­za ciudadana y la mejor manera de recuperar el crédito popular es cumplir de una vez con lo que prometido.

Las Glòries incomodan tanto al Ayuntamien­to que pueden estar tentados de aparcar para siempre las obras del túnel

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