La Vanguardia

Viaje a los orígenes del ‘Gernika’

El Museo Reina Sofía reúne 170 obras de Picasso que explican la génesis de su icono

- JOSEP PLAYÀ MASET Madrid

El bombardeo de Gernika por la Legión Cóndor el 26 de abril de 1937 fue el detonante que impulsó a Pablo Picasso, que en aquellos momentos atravesaba una cierta crisis creativa, a pintar una de sus mejores obras. En esa pintura gigante que presentó en el pabellón español de la Exposición Internacio­nal de París de 1937 no aparecen ni aviones ni bombas, ni la ciudad de Gernika ni su mercado, no hay hombres, ni armas, ni el rojo de la sangre, sólo mujeres, niños y animales, gritos y rostros de dolor, en blanco y negro. Es la imagen del horror.

Esas escenas desgarrado­ras que podrían ser intemporal­es son el reflejo de la barbarie. Es quizás lo que explica que el Gernika se haya convertido en un icono, símbolo del rechazo a las guerras y a la crueldad. Es una pintura única, singular, pero no puede decirse que sea una obra aislada dentro de la producción picassiana, al contrario, es el resultado de una evolución iniciada una década antes y continuada con posteriori­dad. Y esa es la tesis de la exposición Piedad y terror en Picasso. El camino a Guernica, que hoy se abre al público en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid, comisariad­a por Timothy James Clark y Anne M. Wagner, y abierta hasta el 4 de septiembre (con patrocinio de Renfe).

La exposición, con motivo del 80.º aniversari­o de la creación del

EXPOSICIÓN ‘Piedad y terror en Picasso. El camino a Guernica’ acoge 180 obras fundamenta­les PUNTO DE INFLEXIÓN La pintura ‘Las tres bailarinas’, de 1925, introduce las primeras figuras angustiada­s

Gernika y de los 25 años de su llegada a Madrid, reúne alrededor de 180 obras que resultan fundamenta­les para entender su genealogía. Se han conseguido préstamos excepciona­les del Museo Picasso de París –una veintena de obras–, de la Tate Modern de Londres, del MoMa y el Metropolit­an de Nueva York y de otros museos y coleccione­s particular­es. La muestra se acompaña de un fondo documental que rastrea no sólo en el proceso creativo de la obra sino en sus posteriore­s viajes por los países nórdicos, Inglaterra y Estados Unidos, antes de recalar en el MoMA de Nueva York. La web del Reina Sofía prepara el site Gernika, donde se reunirá una selección de material textual y gráfico sobre su historia.

La sala “El mundo es un cuarto” abre la exposición con varias naturaleza­s muertas del periodo 192425 que ya anticipan un cierto abandono del cubismo y de esos espacios cerrados donde sucedía todo. Destaca especialme­nte Mandolina y guitarra (1924), un préstamo del Guggenheim de Nueva York. En la siguiente sala, “Belleza y terror”, aparece otra de las obras centrales de la exposición, Las tres

bailarinas (procedente de la Tate de Londres, y nunca vista en España). De este óleo de 1925, también conocido como La danza, dijo Picasso que era su mejor cuadro y al mismo tiempo un homenaje a su amigo el pintor Ramon Pichot, que acababa de fallecer. Los comisarios se desmarcan de las interpreta­ciones que intuían la presencia de Germaine Gargallo, la mujer de Ramon Pichot y amante anterior- mente del pintor Casagemas –la figura central– que desengañad­o se había suicidado. Lo que ahora se destaca es el punto de inflexión que representa la aparición de esas figuras angustiada­s. El siguiente paso es la presencia de caras amenazador­as, rostros exaltados y figuras monstruosa­s como en Mujer en un sillón rojo (1927) o Figuras al borde del mar (1931). En 1934, el año de la noche de los cuchillos largos, que afianzó a Hitler en el poder, el horror envuelve ya los bocetos que aparecen en un cuaderno de apuntes del pintor.

Cuando en enero de 1937 el gobierno de la República propone a Picasso, que había sido nombrado director honorario del museo del Prado, que hiciese una obra de gran tamaño para el pabellón de Paris, el pintor duda. El bombardeo de Gernika será un revulsivo. Durante un mes trabajará febrilment­e es esa obra, tal como reflejan las fotografía­s de Dora Maar. Como señala la comisaría Anne M. Wagner, el protagonis­mo ahora recae en las mujeres y sus cuerpos pasan de ser víctimas a convertirs­e en armas. Escoltado por todas estas obras, por piezas como Le crayon qui parle, un casi inédito óleo que regaló al poeta Paul Éluard, por esas cabezas de mujer llorando, por los dos aguafuerte­s de Sueño y mentira de Franco (que también estuvieron en el pabellón de París), el Gernika sale realzado. Y eso que aún no se le ha quitado la capa de barniz que se le puso cuando regresó a España, tal como ha propuesto el director del museo, Manuel Borja-Villel.

Aunque desde algunos sectores de la izquierda comunista en 1937 no se entendió una obra que no entraba en los canones del realismo de propaganda, lo cierto es que muy pronto su impacto fue enorme. La tragedia de la II Guerra Mundial estaban a la vuelta de la esquina y a punto de volver a darle la razón. En junio de 1940, cuando Hitler invade Francia, Picasso pintó en Royan, una pequeña localidad francesa adonde había huido con Dora Maar, Mujer peinándose (1940) que refleja esa continuida­d.

Bernard Ruiz-Picasso, nieto del pintor, paseaba ayer por las salas del museo con semblante serio. Como si reflexiona­se sobre ese enfrentami­ento entre la vida y la muerte que coexiste en todas las obras. Y en el Gernika. “Lo he visto tantas veces... y me sigue impresiona­ndo porque representa todo el horror del que es posible el mundo”.

Por eso sigue siendo actual.

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Un espectador ayer en el Museo Reina Sofía de Madrid delante del Gernika, de Pablo Picasso, una obra de 1937 que mide 3,5 por 7,8 metros
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DANI DUCH

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