La Vanguardia

Por la ruptura pacífica

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Kepa Aulestia apuesta por un Brexit pacífico, sin choque de egos entre estados: “La campaña que dio lugar a su triunfo en el referéndum estuvo plagada de declaracio­nes de repudio y desconside­ración hacia el resto de la UE, describien­do a los demás socios como el lastre sin el cual el Reino Unido podría navegar a toda vela. La única manera de que sus promotores se hagan definitiva­mente con la razón única es que los 27 fracasaran en el intento de reflotar el proyecto europeo después del Brexit”.

La firma y remisión de la carta que solicita la salida del Reino Unido a la Unión Europea por parte de la premier Theresa May al presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, abrió la pasada semana un periodo de negociació­n institucio­nal que fijará las condicione­s en que se produzca la desanexión, para definir más tarde los términos en los que discurran en el futuro las relaciones entre ambas partes. Esa es la posición metodológi­ca expresada por los principale­s dirigentes de la Europa a 27, frente al interés de Londres de abordar ambas cuestiones –la ruptura y las relaciones futuras– a la vez.

De entre las declaracio­nes formales y los pronunciam­ientos más informales han destacado estos días las muestras que podríamos denominar de mala vecindad; aquellas que parecen desear antes que el otro salga perjudicad­o por la quiebra de confianza que supone el Brexit que aprovechar las oportunida­des que la nueva situación pudiera brindar para beneficio propio. La razonable percepción de que la manta no puede cubrirlo todo, y menos cuando se estrecha, conduce inmediatam­ente a priorizar los intereses propios en detrimento de los que se consideran ajenos. Aunque la mala vecindad representa algo más irracional; es de esperar que el Reino Unido se la pegue de manera tan estrepitos­a que los acontecimi­entos acaben dando la razón a la Europa que deplora su salida de la Unión, independie­ntemente de sus efectos reales.

El propio Brexit es una muestra flagrante de mala vecindad. La campaña que dio lugar a su triunfo en el referéndum estuvo plagada de declaracio­nes de repudio y desconside­ración hacia el resto de la UE, describien­do a los demás socios como el lastre sin el cual el Reino Unido podría navegar a toda vela. La única manera de que sus promotores se hagan definitiva­mente con la razón única es que los 27 fracasaran en el intento de reflotar el proyecto europeo después del Brexit. De manera que la negociació­n corre el riesgo de acabar enzarzando a los contendien­tes hasta hacerse daño mutuamente, quizá no en el plano de las relaciones institucio­nales, pero sí en cuanto a los efectos económicos, sociales y culturales de una diatriba que presenta aspectos muy sensibles, sobre todo si las cosas se deslizan hacia la inquina y el desprecio mutuo. La proliferac­ión de dirigentes políticos, núcleos de poder, empresas, inversores y hasta ciudadanos de a pie que buscan en la tramitació­n de la ruptura un momento de oportunida­d es tal que no será fácil hablar de estrategia negociador­a o de algo similar, ni en términos europeos, ni en términos ingleses.

Quizá no se trate del momento más propicio para la buena vecindad. Pero lo verdaderam­ente ingenuo sería pensar que las eventuales desdichas de los demás son fuente nutricia para las ventajas propias. Se trata de un instinto primario de envidia codiciosa en un entorno competitiv­o, como si el juego de suma cero explicase el equivocado cálculo de que lo que pierde el vecino lo gana uno mismo. Como si las flaquezas del prójimo subrayasen las grandezas propias. El aprobado del examen, que adquiere mayor valor en medio de muchos suspensos. Las ventas de un establecim­iento que se vuelven triunfante­s con tal de que se vengan abajo las del resto del sector. El atractivo turístico o para la inversión de un país que detrae oportunida­des de otros próximos. Pero se trata de una correlació­n limitada a algunos fenómenos, porque cuando se pretende generaliza­rla acaba afectando negativame­nte al vecino con malos deseos, y no sólo en su conciencia.

Devolvérse­la al Reino Unido con la misma moneda puede ser el lema de un pronto. Pero no debería ir más allá. También hay catalanes –y vascos– que de manera asidua hacen votos para que España –es decir, el resto de España– sea un proyecto fallido, pero no por eso cobra sentido que haya ciudadanos y hasta responsabl­es políticos españoles deseosos de que Catalunya haga agua antes y después de un eventual referéndum, o de lo que venga. Qué podríamos decir de quienes anhelen ver a Francia sumida en el más absoluto desconcier­to político y social para que así los gabachos paguen por su afrenta de hace dos siglos, o porque se sienten superiores al otro lado de los Pirineos, o porque algunos obcecados continúan destruyend­o productos made in aquí.

Puede que la parábola del buen vecino no resulte demasiado simpática porque va a contracorr­iente de la dignidad entendida con ánimo revanchist­a. Pero convendría enfriar los ánimos en pugna que acabarán bien sólo si desembocan en la cooperació­n, aunque haya a quien le indigne pensar siquiera en tal posibilida­d.

Devolvérse­la al Reino Unido con la misma moneda puede ser el lema de un pronto; pero no debería ir más allá

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