Queremos a Junqueras en el palco del Bernabeu
El presidente Rajoy afirma que España es uno de los países más importantes del mundo, pero a duras penas puede demostrar que sea el país más importante de España. De Salses a Gibraltar, los subidones nacionales categóricos invitan a refugiarse en la superstición. Si la nación no tiene Estado, en cambio, es fácil modelar la ficción como realidad. Es lo que hace Carles Puigdemont, que a medida que se acerca su fecha de caducidad como presidente confirma que será un excelente columnista: domina los registros efervescentes y el zasca efectista. El último: exigir que las promesas de Rajoy incluyan una cláusula de cumplimiento. ¿Y el cumplimiento de las inversiones de la Generalitat? Desde EE.UU. es un detalle que interfiere en la inercia de la autocomplacencia y del juego –¿dónde está la bolita?– de proponer tres preguntas que significan lo mismo: sí. Se acerca el abismo de los plazos y conviene tomar posiciones antes de despeñarse o volar. Sube la expectativa de la desobediencia y, entre los partidarios del referéndum destaca la ambigüedad programática de los comunes.
Aunque son nueva política, han logrado que nadie entienda cuáles son los problemas (reales) que les separan. Aparte del ancestral baile de egolatrías y de un onanismo atomizador que propicia nepotismos sentimentales, seguir la peripecia de, pongamos, Albano-Dante Fachin (tiene nombre de protagonista de novela de Cabrera Infante) produce un vértigo digno de parque temático. Los periodistas que le entrevistan y muchos de sus simpatizantes fingen entenderlo, pero llevan tiempo perdidos y no se descarta que Dante se acabe escindiendo de si mismo, que es el método de escisión más coherente que existe.
¿Y Esquerra Republicana? Está pletórica. Gracias a una carambola de incomparecencias socialistas y de agujeros negros convergentes, Oriol Junqueras ya es el político catalán preferido de la derecha fáctica madrileña. La primera derivada de este honor debería ser abrir, en vez de embajadas, un garito en el palco del Bernabeu. Con su facilidad de palabra, Junqueras podría lograr la independencia por extenuación. ERC cuenta con otros virtuosos de la vacuidad expresada en un tono que amodorra el vigor neuronal del interlocutor. En la entrevista que le hizo Ramon Pellicer (3/24), Pere Aragonès sólo necesitó una respuesta para dejarlo KO (Pellicer debería cobrar un plus de peligrosidad). La táctica comunicativa de ERC es letal: en Madrid alinean a dos killers de la contundencia, pero en casa prefieren la turbina retórica de Junqueras o la somnolencia tecnocrática de Aragonès. Se me ocurre un lema para el independentismo: “Para que España deje de ser uno de los países más importantes del mundo, vota sí”. O no, que aún no me ha quedado claro.
Escindirse de uno mismo es el método más coherente de escisión