La Vanguardia

Arrufat, tu dedo señala el camino

- Quim Monzó

El sábado, Europa Press difundió una nota que explica que, hoy martes, un portal web pondrá en marcha en Madrid una campaña denominada “Salva la siesta”, con la que quiere reivindica­r que haya espacios públicos para echar la siesta y alimentar así la creativida­d y la productivi­dad en el trabajo: “Para ello, el portal web Hoteles.com presentará ‘Sieste-Sillas’, unas cápsulas tecnológic­as que estarán disponible­s en la estación de Atocha para que los usuarios puedan echarse la siesta en público, una práctica que podría convertirs­e en una nueva norma en las calles españolas”, según ha afirmado la propia empresa. Además, Hoteles.com ha señalado que su principal objetivo es poner en valor la importanci­a de este hábito y alentar a más personas a que lo practiquen, ya que, según un informe, que publicarán también el martes, “el 92% de los españoles considera que la siesta es importante”. Como el sábado fue 1 de abril, el famoso pescado de abril, el equivalent­e en más de medio mundo de nuestro día de los Inocentes –hablamos de ello el sábado en esta columna–, calculé que se trataba de una broma. Pero acto seguido pensé que Europa Press es una agencia de noticias española y no creo que se haya apuntado al carro de esta tendencia europeo-americana.

O sea que, si todo va según lo previsto, hoy en la estación de Atocha de Madrid habrá “cápsulas tecnológic­as”. Me parece un gran avance. Hace años vi en el aeropuerto de Copenhague “cabinas para descansar”, individual­es y dobles, ideales para los que quieren echarse una siesta o echar un polvo entre dos vuelos. Hoy en día, mucha gente que trabaja fuera de casa no tiene ningún lugar donde echar la siesta, y la siesta es básica para llegar a la noche sin desfallece­r. En La Vanguardia y en RAC1 no hay ningún sofá para echarse un rato. Bueno, en La Vanguardia sí, pero sólo está al alcance de un señor. Yo echo cabezadas a media mañana, antes de la hora de comer (la siesta del carnero), después de comer y, la última, antes de cenar, y tras esta comida ya me meto en la cama hasta el día siguiente por la mañana. Se trata de estar despierto el mínimo tiempo posible.

Creo que esta pasión por vivir en la cama me viene de un libro titulado Narrativa cubana de la revolución, una selección de relatos hecha por Caballero Bonald que publicó Alianza Editorial en 1968, y que incluye un relato de un escritor tan poco procastris­ta como Cabrera Infante. Hay en ese libro un cuento que me fascinó: El descubrimi­ento, de Antón Arrufat, un escritor nacido en Santiago de Cuba en 1935. El protagonis­ta es un hombre que vive en una habitación y trabaja en esa misma habitación para una pequeña fábrica de corbatas, enganchand­o con un pincel mojado en ácido acético pequeños estuches de celuloide. Hasta que un día, después de levantarse, vuelve a la cama y allí se queda, día tras día, levantándo­se a veces sólo para comer alguna cosa, ir al lavabo y, luego, volver a la cama. A veces pienso que es el cuento que más me ha marcado en la vida.

Hoy se inauguran en Madrid ‘cápsulas tecnológic­as’ para que eches la siesta en público

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