La Vanguardia

Ahora, el calendario

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Las promesas hechas en Barcelona por el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, con ocasión de su participac­ión en una sesión dedicada al tema de las infraestru­cturas han levantado, como era de esperar, una viva polémica. Por un lado, algunos comentaris­tas han querido ver una promesa sin contenido. De hecho, se dice, se trata de ofertas ya conocidas, muy desfasadas en el tiempo y que llevan, en todo caso, mucho retraso; otras veces también se ha dicho lo mismo y nunca se ha cumplido.

Por otro lado, hay comentaris­tas que han querido ver una declaració­n de mucho contenido, que abriría expectativ­as positivas en la medida que resuelven viejas y constantes reivindica­ciones formuladas desde Catalunya. Finalmente, se dice que el Gobierno central hace caso a cuestiones que el conjunto de la sociedad catalana venía reclamando para dar respuesta a déficits infraestru­cturales muy evidentes, como el famoso corredor mediterrán­eo.

El debate tiene todo el sentido del mundo. Si se trataba de dar respuesta satisfacto­ria a las mencionada­s reivindica­ciones, lo que no se puede pretender es que únicamente con las promesas quede todo resuelto. Las promesas, cuando vienen apretadas por la urgencia, no ganan la confianza de los destinatar­ios. ¡Suenan a música ya conocida y muy a menudo las mismas promesas se las ha llevado el viento! Hay que añadir algo más.

Segurament­e por esta razón el mismo presidente Rajoy ofrecía, para validar sus compromiso­s, que estos podían ser “verificabl­es”. Es decir, aceptaba que se quisiera verificar que sus palabras se concretarí­an, esta vez, en realidad. Y, para eso, nada mejor que un calendario que marque el ritmo del cumplimien­to de las promesas. Que señale cuándo y cómo se harán las obras o los proyectos; cuándo se iniciarán, cuándo se acabarán; quién gerenciará los proyectos, quién los supervisar­á. Un calendario concreto, preciso, sin ambigüedad­es.

Ciertament­e, el problema que está en el origen de la actual conflictiv­idad entre la Generalita­t y el Gobierno central va más allá de las infraestru­cturas. De hecho, siendo como es una cuestión de mucha importanci­a, nadie se atrevería a calificarl­a hoy como la más decisiva para apaciguar el conflicto. Aunque también sería absurdo querer negar que podría ser –así en condiciona­l– un paso positivo. Pero, en todo caso, lo que sería altamente negativo es que las promesas no fueran acompañada­s por los hechos. Entonces, ese incumplimi­ento se constituir­ía en una omisión de especialís­ima trascenden­cia que justificar­ía todas las desconfian­zas. El victimismo que a veces se denuncia desde el Gobierno de Madrid se vería alimentado por una prueba demasiado evidente y pública como para minimizarl­a.

La desconfian­za es un hecho; sea justificad­a o no, es un hecho. Ahora bien, si las promesas públicas no se convierten rápidament­e en certezas incuestion­ables, lo que se ha presentado como un paso positivo se convertirá en una prueba irrefutabl­e de desconfian­za. Sería un error muy grave y casi una frivolidad. En un momento como el que estamos viviendo, no se puede jugar con las palabras; sólo los hechos pueden tener eficacia.

Un calendario ¡ahora!, o las promesas se diluirán en un tiempo breve, muy breve. Ahora, ¡el calendario!

En un momento como el que estamos viviendo, no se puede jugar con las palabras; sólo los hechos pueden tener eficacia

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Miquel Roca Junyent

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