La Vanguardia

La obra de arte y su verdad

- José Enrique Ruiz-Domènec

La actitud de Picasso sobre la guerra ayuda a entender los motivos de por qué el arte se ha interesado del más horrible de los deseos humanos, el deseo de matar. Y es precisamen­te en este punto donde el

Gernika deja claro, siguiendo la visión humanístic­a asumida por Uccello en La batalla

de San Romano o Altdorfer

en La batalla de Alejandro en Issos, que la necesidad de representa­r ese deseo obedece a unos códigos de conducta que aparecen a medida que se desciende a los infiernos.

Así sucede en los bajorrelie­ves de los asirios o de los egipcios, en las columnas de los romanos (la Trajana del Foro, por ejemplo), en las miniaturas góticas como las que adornan el Spiegel Historiael de Jacob van Maerlant, en el óleo sobre lienzo La lucha

con los mamelucos de Goya o en la escultura Fallujah de Siah Armajani. No vacilemos en saltar siglos y culturas: se seguirán realizando este tipo de obras mientras se mantenga viva la necesidad de mostrar la pesadez asesina del hombre, con sus ambiciones apegadas a sus inconfesab­les deseos.

El mensaje del Gernika es directo: que la historia haya podido ver en la guerra una forma de hacer política por otros medios (según la conocida sentencia de Clausewitz) es, después de tantos siglos, motivo de estupor. Pero, en este caso, la razón del escándalo no sólo resulta de la decisión de la Legión Cóndor de experiment­ar un tipo de guerra aérea contra una aldea indefensa, sino también de que las imágenes artísticas que interpreta­n el hecho descansan en unos símbolos concretos, desarrolla­dos con todo rigor, según las reglas que las vanguardia­s artísticas heredaron de los estudios psicoanalí­ticos.

Una forma de recorrer el sendero que conduce a la negación del límite, ese territorio donde se materializ­an las peores fábulas sobre la destrucció­n de los seres humanos por ellos mismos. Es la historia que lleva a Dresde, a Hiroshima, al napalm sobre las aldeas vietnamita­s o a las bombas de fósforo sobre los armenios: la historia de la perpetua destrucció­n del hombre. Por eso, la denuncia del

Gernika se sitúa en el reino de lo universal, lejos por tanto de las ambigüedad­es, de los compromiso­s, de las lecturas contaminad­as de ideología. Es la revelación del mal en su entera gravedad, nada de su pretendida banalidad. En este cuadro aparece –concretame­nte en los escorzos de las víctimas del bombardeo– la red mística que envuelve y ahoga a la red lógica porque lo que representa no tiene una explicació­n razonable. Siempre tendremos el arte para defenderno­s de las palabras que tratan de justificar las matanzas.

Es la revelación del mal en su entera gravedad, nada de su pretendida banalidad

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