La obra de arte y su verdad
La actitud de Picasso sobre la guerra ayuda a entender los motivos de por qué el arte se ha interesado del más horrible de los deseos humanos, el deseo de matar. Y es precisamente en este punto donde el
Gernika deja claro, siguiendo la visión humanística asumida por Uccello en La batalla
de San Romano o Altdorfer
en La batalla de Alejandro en Issos, que la necesidad de representar ese deseo obedece a unos códigos de conducta que aparecen a medida que se desciende a los infiernos.
Así sucede en los bajorrelieves de los asirios o de los egipcios, en las columnas de los romanos (la Trajana del Foro, por ejemplo), en las miniaturas góticas como las que adornan el Spiegel Historiael de Jacob van Maerlant, en el óleo sobre lienzo La lucha
con los mamelucos de Goya o en la escultura Fallujah de Siah Armajani. No vacilemos en saltar siglos y culturas: se seguirán realizando este tipo de obras mientras se mantenga viva la necesidad de mostrar la pesadez asesina del hombre, con sus ambiciones apegadas a sus inconfesables deseos.
El mensaje del Gernika es directo: que la historia haya podido ver en la guerra una forma de hacer política por otros medios (según la conocida sentencia de Clausewitz) es, después de tantos siglos, motivo de estupor. Pero, en este caso, la razón del escándalo no sólo resulta de la decisión de la Legión Cóndor de experimentar un tipo de guerra aérea contra una aldea indefensa, sino también de que las imágenes artísticas que interpretan el hecho descansan en unos símbolos concretos, desarrollados con todo rigor, según las reglas que las vanguardias artísticas heredaron de los estudios psicoanalíticos.
Una forma de recorrer el sendero que conduce a la negación del límite, ese territorio donde se materializan las peores fábulas sobre la destrucción de los seres humanos por ellos mismos. Es la historia que lleva a Dresde, a Hiroshima, al napalm sobre las aldeas vietnamitas o a las bombas de fósforo sobre los armenios: la historia de la perpetua destrucción del hombre. Por eso, la denuncia del
Gernika se sitúa en el reino de lo universal, lejos por tanto de las ambigüedades, de los compromisos, de las lecturas contaminadas de ideología. Es la revelación del mal en su entera gravedad, nada de su pretendida banalidad. En este cuadro aparece –concretamente en los escorzos de las víctimas del bombardeo– la red mística que envuelve y ahoga a la red lógica porque lo que representa no tiene una explicación razonable. Siempre tendremos el arte para defendernos de las palabras que tratan de justificar las matanzas.
Es la revelación del mal en su entera gravedad, nada de su pretendida banalidad