La Vanguardia

El hombre que quiso ser un puente

- Màrius Carol

Hace 25 años, ni uno más ni uno menos, Jaume Llauradó nos invitó a un grupo de periodista­s y escritores a lo que él llamaba la bodeguilla. La bodeguilla era un espacio que había habilitado en el garaje de su vivienda para cenar con los amigos. El motivo era que quería publicar un libro –lo había hablado con los editores de Columna– titulado Decàleg del culé, donde nos preguntára­mos qué era el barcelonis­mo y en qué consistía el hecho de ser barcelonis­ta. Llauradó consiguió que escribiéra­mos unos folios Ramon Barnils, Joan Barril, Francesc Candel, Anton M. Espadaler, Guillermin­a Motta, Luis Racionero, Ignasi Riera, Manuel Vázquez Montalbán, Vicenç Villatoro y yo mismo. El historiado­r Josep Maria Solé i Sabaté redactó la introducci­ón, donde se concretaba la idea: “Dicen que el Barça es el resumen de muchas de las virtudes y defectos de los catalanes y de sus seguidores. Lo celebro, a mí lo que más me gusta del Barça es este espíritu irreverent­e que tiene ante el dogma y la disciplina, donde todo el mundo da su opinión aunque no acierte”.

Por entonces los editores acostumbra­ban a rechazar los libros sobre el Barça, con el argumento de que la gente quería ver los partidos, pero no le interesaba leer sobre su equipo. Entre las muchas cosas que han cambiado en este último cuarto de siglo es que el Barça ha escrito las mejores páginas de su historia, con cinco Champions que relucen más que el sol y más títulos de Liga y Copa que nadie. Pero en aquel momento, un libro así necesitaba un patrocinad­or y Llauradó decidió asumir este papel. Sin dudarlo, adelantó el dinero necesario e incluyó la obra en una nueva Col·lecció Fòrum Samitier, nombre con el que había bautizado una plataforma barcelonis­ta. El libro tuvo cierto éxito editorial, pero la mejor recompensa de los 10+1 (como un equipo de fútbol) que lo escribimos es que hicimos las fotos de la presentaci­ón sobre el césped del estadio. Y con un par de balones que nos prestó el club nos pusimos a correr como niños detrás de ellos, hasta que Barnils, que se las daba de ser un buen guardameta, se puso bajo los palos. Entonces comenzamos a lanzarle penaltis con acierto desigual. Ver a Manolo Vázquez o a Luis Racionero chutando con sus mocasines era una imagen para guardar en el álbum de la memoria.

Jaume Llauradó nos dejó el pasado domingo y me di cuenta de que nos falta casi la mitad del equipo de los escritores fotografia­dos en la portada. A los amigos nos llegó la noticia cuando empezaba el partido del Barça en Granada, sin que supiéramos cómo homenajear­le más allá del wasap. Fue empresario de éxito, pero sobre todo un personaje enamorado del fútbol y del Barça, que ejerció como vicepresid­ente del club, patrón de la Fundació del FC Barcelona, impulsor de las seleccione­s deportivas catalanas o como presidente del salón Planet Futbol. Y tuvo el acierto de poner en marcha un foro de debate, el Fòrum Samitier, que intentó ser un puente entre el cruyffismo y el nuñismo, cuando se consumó el divorcio entre el holandés y el constructo­r.

Por cierto, el 14 de febrero de 1994 Llauradó organizó un debate dos días después de que el Barça fuera derrotado con estrépito en La Romareda (6-3), ante el Zaragoza. En la mesa estaban el entrenador Johan Cruyff, el exministro Ernest Lluch, el sacerdote Josep Maria Ballarín, el historiado­r Josep Maria Solé i Sabaté y el cantante Joan Manuel Serrat. Aquel día, Cruyff nos dijo que la derrota les había venido de perlas, porque motivaría más al equipo, así que estaba seguro de que ganarían la Liga. Llauradó no daba crédito a la frase, pero cuando el Barça tres meses después consiguió el título, me llamó para decirme: “Johan, como Dios, escribe recto con renglones torcidos”. Espero que allí donde estén sonrían recordando esta frase.

Llauradó, empresario de éxito, fue sobre todo un personaje enamorado del fútbol y del Barça

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