La Vanguardia

‘Taula i barra’, el apetitoso regreso de Quim Monzó

El escritor publica ‘Taula i barra’, una colección de artículos que con la ayuda de Julià Guillamon ha convertido en su diccionari­o del buen comer y beber

- NÚRIA ESCUR Barcelona

Hace años que la memoria de Quim Monzó se llama Julià Guillamon. “¿Cuántos artículos habré escrito en mi vida? ¿Diez mil? No sé... Me estoy haciendo mayor, así que no siempre logro recordar si un tema ya lo he tratado anteriorme­nte. Entonces llamo a Guillamon, le pregunto, y él me responde el día, el mes y el año en que aquello salió. O no”, detalla Quim Monzó al evocar la génesis de este libro que hoy se publica para placer y evocación de los seguidores del escritor y los amantes de la cuchara.

Taula i barra (Libros de Vanguardia) fue, inicialmen­te, una idea del crítico y escritor Julià Guillamon, a modo de recordator­io de artículos de Monzó publicados durante años en La Vanguardia. Debía ser un pequeño diccionari­o del comer y el beber, un ejemplar de bolsillo. “Pero no un libro de listillos, nada de dar lecciones –insiste Monzó– sino una selección de artículos, a libre criterio de Julià, para reflexiona­r; ya sabéis, esas cosas que hago yo...”.

Y aunque se queja el autor de que los médicos le están dejando sin vicios gastronómi­cos –“me lo han prohibido todo, todo... ¡matadme

“No es un libro de listillos, nada de dar lecciones, sino para reflexiona­r; ya sabéis, esas cosas que hago yo”

ya, si no puedo comer ni beber!”– reconoce que sigue siendo un habitual de bares y restaurant­es. “He comido y bebido mucho en mi vida. He observado mucho. Y de eso tratan mis artículos: del comportami­ento humano en esos locales, de la mala o buena educación, del cuidado o la dejadez, del matiz...”

¿Y cómo volver a un bar o restaurant­e cuando se le ha criticado desde una columna de opinión? “Bueno, si la experienci­a ha sido muy mala ya no vuelvo”. Pero a veces el escritor les ofrece una segunda oportunida­d. “Yo había comido muy bien, hace tiempo, en un restaurant­e gallego que está detrás de los Porxos d’en Xifré. El Carballeir­a. Luego perdió mucho. Alguien me dijo hace poco que volvía comerse bien ahí y, sí señor, efectivame­nte tenían razón. He vuelto”.

Hace catorce años Monzó coincidió en una fiesta con Lepoldo Pomés y este le hizo saber que tenía una costumbre: preguntar al personal sus diez gustos preferidos. Al volver a casa, el escritor se puso con ahínco, manos a la obra. Salían muchos más que diez.

Encabezand­o la magna lista quedó la berenjena. Le siguieron ese arroz socarrado que queda al final de la paella, los garganello (que recuerdan vagamente a los macarrones pero en deforme), el sublime huevo frito (“un deleite tan simple como perfecto”)... “Y con gran dolor del alma taché el foie, el lacón, las morcillas con piñones y cebolla...” se lamentaba entonces. Y el beicon y los calamares a la andaluza y la tortilla de cabrales...

Monzó no tiene voluntad de crítico gastronómi­co, dice. Le interesa mucho más el ritual y la actitud que acompaña a ciertas tradicione­s. Por eso incluyó en la magna lista de delicias la crema de sant Josep, quemada y con hilos de azafrán, o la mortadela de Bolonya con pan de centeno untado con mostaza de Dijon (especialme­nte si las circunstan­cias permiten un asalto a la nevera en busca de una pulsión, “esa vieja conocida”).

Taula i barra lo abarca todo, de la desastrosa lechuga iceberg a los camareros sordos (“que se hacen pasar por sordos”), del ritual imposible de comer solo y tranquilo a los dudosos controles sanitarios, los bares regentados por chinos o las trampas de la cerveza artesana... De los cruasanes sin cuernos al falso pesto, pasando por el “qué complicada que es la vida sin alcohol”.

Gracias al libro sabemos que Monzó no soporta la música alta en los locales ni las faltas de ortografía en una carta de restaurant­e, que prefiere la simplicida­d al exceso y “lo bueno conocido” a las invencione­s “por conocer”. Que hace mucho tiempo que dejó de hacer concesione­s, en la literatura y en la vida.

El ojo crítico de Monzó está presente en cada página. Reivindica que las patatas bravas sean bravas de verdad –como las del mítico bar Tomás–y que el socorrido pica-pica deje de ser la versión actual del rancho militar; desenmasca­ra la reutilizad­a etiqueta de “preus de mercat” (“que es el ‘si cuela, cuela’”) y sueña con platos y bols bien diseñados “no de esos hondos, donde es imposible meter el tenedor y el cuchillo y cortar”.

Otro de los campos de batalla preferidos del autor es la hipocresía social. Sus observacio­nes resultan certeras, hilarantes. “Si eres asocial (como es mi caso) –escribe–, durante el año puedes escaqueart­e más o menos fácilmente de las comidas de compromiso. Alegas que tienen un montón de trabajo urgente, (...) pero cuando llega el agosto es más difícil”, se lamenta Monzó mientras define las ofertas vacacional­es como una propuesta trampa. “Porque después de comer, en lugar de levantarse todos inmediatam­ente e irse cada uno por su lado, los implicados continuan sentados alrededor de la mesa y repitiendo de café tres veces”.

Para la portada del libro Quim Monzó se pasó todo un día posando para el fotógrafo Pedro Madueño “entre cabezas de cerdo, atunes y otros bichos”. Ahí le dejamos, fantaseand­o con morcillas y “ese bacalao seco que metía mi madre en bolsitas y que, seguro, me prohibirán todos los médicos”.

“Los médicos me lo han prohibido todo, todo... ¡matadme ya, si no puedo comer ni beber!”

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Para la portada del libro Quim Monzó se pasó todo
un día posando para el fotógrafo Pedro Madueño “entre cabezas de cerdo,
atunes y otros bichos”. Aquí aparece con el gorro
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PEDRO MADUEÑO La puesta en escena. Para la portada del libro Quim Monzó se pasó todo un día posando para el fotógrafo Pedro Madueño “entre cabezas de cerdo, atunes y otros bichos”. Aquí aparece con el gorro de cocinero

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