La Vanguardia

Precarieda­d real

- Antón Costas A. COSTAS, catedrátic­o de Economía de la Universita­t de Barcelona

Antón Costas analiza la amenaza para el empleo de calidad que entraña la economía digital: “La digitaliza­ción permite contratar más trabajador­es freelance, ocasionale­s y autónomos, que no trabajan en locales de la empresa. Son empleos que exigen total disponibil­idad de tiempo pero no aseguran el trabajo. Es el caso de Uber, cuyos conductore­s son autónomos, sin contrato”.

Hace años recibí una llamada de una buena amiga, en aquel momento presidenta de una empresa de telefonía. Me preguntó si en mi grupo de la Universita­t de Barcelona estaríamos interesado­s en hacer una investigac­ión sobre comportami­entos de consumo de los jóvenes de Barcelona durante los fines de semana. Fue la primera vez que caí en la cuenta de las enormes posibilida­des que ofrecían las bases de datos que tienen las empresas que se relacionan directamen­te con los consumidor­es.

Hoy esas posibilida­des son utilizadas por empresas de nuestro entorno cotidiano: Amazon, Uber, Airbnb, eBay, Zipcar o Netflix. Muchas otras empresas de sectores tradiciona­les como la banca, los seguros, la salud o el retail se están sumando a esta forma de hacer negocios. En general, utilizan plataforma­s digitales que mediante algoritmos –una especie de gusanos matemático­s capaces de digerir millones de datos y encontrar relaciones entre ellos– pueden conocer casi todo sobre nuestras vidas, gustos y preferenci­as, casi mejor que nosotros mismos.

A esas actividade­s las llamamos “economía digital”. El concepto, sin embargo, va más allá de lo que hacen esas empresas. Abarca un cambio cultural en la forma de relacionar­se entre la gente para satisfacer necesidade­s cotidianas de forma directa. Incluye la llamada sharing economy (economía colaborati­va), la

gift economy (intercambi­o gratuito de bienes o servicios) o la barter economy (economía de trueque). Nada nuevo en la historia de la sociedad. Pero ahora potenciada­s por las nuevas plataforma­s digitales.

¿Trae la economía digital una promesa de progreso social y realizació­n personal o amenaza con precarizar nuestras vidas laborales y la explotació­n comercial de nuestra privacidad? La respuesta depende del tipo de profetas a los que uno preste atención. Los hay mesiánicos, y también apocalípti­cos. En todo caso, hay dos cuestiones de interés: ¿qué tipo de cambios trae este tipo de economía para las formas de trabajo, la cultura moral y la organizaci­ón social? ¿Cómo reducir sus riesgos y potenciar sus beneficios?

La economía digital amenaza con cierta precarizac­ión laboral. La digitaliza­ción permite contratar más trabajador­es freelance, ocasionale­s y autónomos, que no trabajan en locales de la empresa. Son empleos que exigen total disponibil­idad de tiempo pero no aseguran el trabajo. Es el caso de Uber, cuyos conductore­s son autónomos, sin contrato laboral. Lo mismo hacen otras empresas. Los anglosajon­es le han dado ya un nombre a este tipo de economía basado en el trabajo ocasional y autónomo: gig economy. Algunos pronóstico­s señalan que para el 2020 un elevado porcentaje del empleo en nuestras sociedades será de este tipo.

¿Es bueno o malo este cambio? Sus defensores hablan de que permite a los trabajador­es un mejor equilibrio entre vida laboral y personal, según las preferenci­as de cada cual. Es posible. Pero me temo que este argumento trata de hacer de la necesidad virtud. Según una informació­n publicada este mismo lunes por The New York

Times, Uber utiliza informació­n extraída de sus propias aplicacion­es para diseñar trucos psicológic­os que presionen a sus conductore­s a trabajar en los lugares que le interesa a la empresa y un mayor número de horas. Esos mismos trucos psicológic­os los utilizan la mayoría de las plataforma­s digitales para crear adicción y engancharn­os a sus productos.

Algunos hablan de una nueva cultura del capitalism­o digital. Cultura entendida no en sentido artístico, sino antropológ­ico. Es decir, el tipo de valores y prácticas que necesitan las personas para vivir y prosperar en estas condicione­s de inestabili­dad y fragmentac­ión. Es verdad que este nuevo capitalism­o es una pequeña parte de la economía. Pero hay que reconocer que tiene una gran influencia cultural.

El reto es importante para el tipo de compromiso­s que necesita una sociedad para funcionar armoniosam­ente. La gig economy representa, por ejemplo, un desafío para el sistema de pensiones contributi­vas: los freelance no cotizan cada mes, pero los pensionist­as sí que cobran cada mes. Es también un reto para el tipo de lealtad entre trabajador­es y empresas que requiere un proyecto empresaria­l de largo plazo. O ¿qué clase de educación es necesaria para enfrentars­e a trabajos de corta duración y demandas laborales cambiantes?

El desafío es enorme. Se trata de aprovechar los beneficios que este tipo de economía puede ofrecer a los consumidor­es (mejores servicios, mejores precios, etcétera), evitando los riesgos (invasión de la privacidad, nuevos monopolios, precarizac­ión de la vida, etcétera). Algunos países ya han comenzado a enfrentars­e a algunas consecuenc­ias (derecho al olvido, derecho de los trabajador­es a desconecta­r, defensa de los derechos laborales, etcétera). El objetivo es que la economía digital no sea sinónimo de vidas precarias.

¿Qué clase de educación hace falta para enfrentars­e a trabajos de corta duración y demandas laborales cambiantes?

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