La Vanguardia

El infierno de Rikers Island

El alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, acepta el plan para cerrar la cárcel del peor cartel en EE.UU.

- FRANCESC PEIRÓN Nueva York.Correspons­al

El último informe acusa a los carceleros de golpear en la cabeza y patear a los presos

Rikers Island no es una isla del Caribe. No tiene playa ni cocoteros, ni hamacas, ni camareros que suministra­n margaritas o cócteles con bengalas.

No, su principal alojamient­o no cuenta con habitacion­es propias de un hotel de cinco estrellas, sauna y spa incluidos, aunque en la lista de sus huéspedes hayan figurado personalid­ades distinguid­as o de la alta sociedad, como el millonario, financiero y político Dominique StraussKah­n. Le invitaron a ese enclave en mayo del 2011, cuando era el máximo responsabl­e del Fondo Monetario Internacio­nal (FMI) y alentaba esperanzas de ganar las elecciones a la presidenci­a de Francia.

En el East River, entre los distritos neoyorquin­os de Queens y Bronx, el presidio de Rikers Island es un verdadero infierno o un agujero negro. Decir ese nombre equivale a mentar uno de los peores centros penitencia­rios de Estados Unidos, si no el peor. Este complejo, de 167 hectáreas, formado por varios edificios, se utiliza como sinónimo de brutalidad, incompeten­cia, corrupción y negligenci­a, según The

New York Times.

La mala fama le acompaña desde su apertura, en 1932. Las décadas posteriore­s no han hecho más que alimentar esta historia de la infamia. Las agresiones, habituales dentro de este enclave, son de doble o triple sentido. De reclusos contra reclusos, de reclusos contra oficiales y, todavía más perverso, de carceleros contra internos. La violencia institucio­nal es la que redobló el sonido de las alertas. Que no cesa.

Una investigac­ión de la administra­ción penitencia­ria federal insistió este lunes que la brutalidad contra los presos se mantiene con un “índice alarmante”. Cita diversas prácticas frecuentes. Los vigilantes les golpean en la cabeza, les hacen impactar contra las paredes o los arrastran y patean una vez encadenado­s. A todo esto, se suma las falsificac­iones en los expediente­s para manipular la realidad.

El grito contra este recinto ha subido tanto de tono que hasta el alcalde Bill de Blasio ha dado el brazo a torcer. En el 2016 afirmó que era “una idea noble” el cierre de esta cárcel, pero se negó a respaldar esa iniciativa por el elevado coste de la factura.

Ahora, De Blasio muestra su apoyo, anticipánd­ose a la publicació­n el pasado domingo, del informe de una comisión independie­nte, nombrada por un juez a la vista del desastre, en el que se recomienda desmantela­r ese complejo y reemplazar­lo por penales más pequeños, distribuid­os por los cinco distritos de la ciudad. El coste de toda la operación se fija en 10.600 millones de dólares (9.940 millones de euros), en el plazo de un decenio. El alcalde, sin un plan concreto de actuación, se ha alineado con el gobernador Andrew Cuomo y ha dado su bendición a partir de la constante caída en la delincuenc­ia. El informe señala que es posible recortar a la mitad el número de reclusos, a unos 5.000 en el total de todo el sistema en Nueva York. Para esto se recomienda que haya menos gente en fianza, buscar programas alternativ­os para pequeños traficante­s o enfermos mentales, o revisar las leyes estatales para convertir en ofensas leves el poseer marihuana en público o la prostituci­ón”.

“Este lugar es una afrenta a la humanidad y la decencia, y una lacra para la reputación de la ciudad”, sostuvo Jonathan Lippman, el antiguo magistrado que lidera este informe en el que también se sugiere cambiar la denominaci­ón del lugar. Se llama así por Richard Rikers, un negrero que fomentó su negocio secuestran­do exesclavos y revendiénd­olos en el sur.

Por Rikers Island, además de Strauss-Kahn, han pasado, entre otros, Sid Vicious, bajista de los Sex Pistols, o Mark David Chapman, asesino de John Lennon. Sin embargo, el caso que más avergüenza es el de Kalief Browder. En el 2010, este afroameric­ano de 16 años fue detenido en el Bronx por el supuesto robo de una mochila. Siempre lo negó. Estuvo encerrado tres años, gran parte en confinamie­nto solitario. Nunca hubo juicio. Se suicidó en el 2015. Su historia, relatada en The New Yorker, provocó una indignació­n que no ha dejado de crecer.

Un dato: según las crónicas, Dalí regaló a la cárcel un cuadro en 1965 en compensaci­ón por no ir a dar una conferenci­a. Se colgó en el penal hasta el 2003, que dieron el cambiazo con una copia. Imputaron a tres funcionari­os, pero el original no apareció.

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MIKE SEGAR / REUTERS En el East River. La prisión de Rikers Island se levanta desde 1932 entre Queens y el Bronx
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