Retorno a Utrecht
Gibraltar, Catalunya y Escocia riman a principios de abril. Excitación en la prensa sensacionalista británica. Notas de color y alguna bravuconada on the
rocks. Un oficial inglés retirado apela a la Armada para defender el Peñón. Un exministro de Su Majestad sugiere patrocinar a los catalanes ante la ONU para atornillar a los españoles en el litigio de Gibraltar. Cosquilleo historicista en algunos despachos de la Generalitat: ¡Westminster nos ayudará! Gibraltar-Catalunya-Escocia. Eso sí que es una conjunción astral. ¡Regresamos a Utrecht!
“La historia no se repite, pero rima”, dijo en una ocasión Mark Twain, padre de Tom Sawyer y Huckleberry Finn. La historia nunca se repite, pero a veces vuelve, dibujando espirales evocativas.
Gibraltar y Catalunya riman porque la definitiva entrega del peñón que controla la puerta occidental del Mediterráneo fue unos de los peajes que tuvieron que pagar los Borbones por la decisiva retirada de Inglaterra de la Guerra de Sucesión. El precio fijado en los tratados de Utrecht (1713) fue bastante más alto: renuncia de Felipe de Anjou a la corona de Francia, Gibraltar y Menorca –tomadas por los ingleses durante la guerra–, concesión de un asiento de negros a la South Sea Company (derecho de envío de 144.000 esclavos africanos a las colonias españolas por un periodo de treinta años) y permiso para el envío anual de una nave inglesa de quinientas toneladas para la venta de productos libres de aranceles en el mercado de Portobelo (Panamá). Adiós austriacistas catalanes, si os he defendido, no me acuerdo, dijo Londres.
Catalunya y Escocia riman porque, siendo sus historias muy distintas, entraron en el túnel de lavado unificador a principios del siglo XVIII, y trescientos años después cuentan con gobiernos autónomos de signo independentista.
La secuencia de los últimas semanas es interesante. España se está revalorizando en la Unión, después de un 2016 fatídico. Francia no quiere inestabilidad al sur de los Pirineos y Alemania se fía más de la España de Mariano Rajoy que de la Italia que Matteo Renzi, pollo desplumado, ha vuelto a dejar en puntos suspensivos. España ha sido llamada al cuarto de máquinas en el momento más crítico de la Unión Europea. Este es el dato básico para entender bien la rima.
El Gobierno Rajoy obtuvo dos éxitos la semana pasada. Primero: la canciller alemana, Angela Merkel, efectuó en Malta una declaración explícita en favor de la “integridad” de los países de la Unión Europea, en inequívoca alusión a Catalunya. Segundo: inclusión del derecho de veto de España sobre Gibraltar en la estrategia negociadora del Brexit. Un gesto y una cláusula. Refuerzo de España en el interior del bloque continental. Un éxito innegable del ministro de Asuntos Exteriores, Alfonso Dastis, un hombre que habla poco –menos de la mitad de lo que hablaba José Manuel García Margallo–, pero que conoce muy bien los engranajes de Bruselas.
Dastis habla poco y mide mucho sus palabras. Por ello no fueron ningún desliz sus declaraciones del pasado domingo, dejando caer que España no bloquería el ingreso de Escocia en la UE en hipotético caso de independencia, después de repetir por enésima vez que España no quiere la desintegración de ningún país. El ministro conoce bien Bruselas y sabe que en la dura negociación del Brexit, Escocia será utilizada por la UE como palanca de presión.
Dastis se aparta prudentemente del foco escocés –¿lo habría hecho García-Margallo?–, una vez se ha segurado el pleno apoyo alemán y francés, y tiene en sus manos el derecho de veto sobre Gibraltar. Quizá no sea un plan totalmente predeterminado. Es una dinámica.
En Londres se ponen nerviosos. En algunos despachos de Barcelona hay un cosquilleo. Y en Madrid no gusta la rima. España está más fuerte que hace un año, pero, caray, esa rima de Utrecht no gusta. Inquieta.
El ministro Dastis, un hombre que habla poco, está intentando colocar a España en posición de fuerza