El caso del Eldense
DOCE goles a cero es un resultado futbolístico tan abultado como infrecuente. Ese fue el resultado que recogía el marcador del Miniestadi al acabar el partido disputado allí el sábado por el Barcelona B y la Unión Deportiva Eldense. Es cierto queelequipocatalánocupabalaprimeraposiciónenlatabla de la Segunda División B (grupo III), mientras que el alicantino estaba en la última, en puertas del descenso directo. También lo es que los de Elda han sufrido en tiempos recientes un desestabilizador baile de entrenadores y de jugadores. Pero, aun así, aun a pesar de dichas diferencias y circunstancias, el resultado fue muy sorprendente.
Ahora empiezan a aflorar razones para explicar tanta sorpresa. No estarían relacionadas con la lid deportiva, sino con historias de partidos amañados por mor de las apuestas. En esa dirección apuntan, al menos, la denuncia de un jugador del Eldense, el hecho de que la directiva de este club haya decidido suspender su actividad del primer equipo y, también, las detenciones de Filippo Di Pierro, entrenador italiano del club, de dos jugadores y del inversor transalpino Nobile Capuani.
El Barça y el Eldense son equipos muy distintos, aunque ambos con su historia y con su afición entregada. No es este el lugar para glosar la trayectoria y el palmarés del Barça. Pero sí para apuntar que si el club catalán cumplirá en noviembre 118 años, el Eldense no es un recién llegado: fue fundado en 1921. Y también para agregar que sus vitrinas atesoran los trofeos de doce campeonatos de Liga en Tercera División.
Hay sin embargo un claro elemento diferencial entre ambos clubs. El Eldense, que ha pasado por serias dificultadeseconómicasyhacorridoriesgodedesaparición,dispone de un grupo de inversores italianos, encabezados por el ahora detenido Capuani, quien en fechas inmediatamente anteriores presidió otro club levantino, el Jumilla FC. Sobre él se ciernen sospechas que conviene aclarar, ya sea para despejar cualquier duda o para cortar el mal, si lo hubiera, de raíz.
En el fútbol no debería haber espacio para ningún tipo de corrupción. Tanto los jugadores como las aficiones, en particular cuando se trata de clubs modestos, se sacrifican para defender sus colores y lo hacen a cambio de sueldos muy discretos o, simplemente, a base de corazón. La deportividad que les guía debe, por tanto, hacerse extensiva a todos los agentes que participan del club, incluyendo, claro está, a las directivas y a los grupos inversores. Es totalmente inadmisible que estas entidades sean parasitadas por desaprensivos con fines extradeportivos. Y si así fuera, es conveniente que la justicia caiga sobre ellos con todo su rigor.