La Vanguardia

El polvorín asiático

- Pilar Rahola

Los datos van aportando claridad y no son ninguna sorpresa. A la espera de mayor informació­n, parece probable que el atentado perpetrado en San Petersburg­o esté vinculado con el polvorín del Cáucaso norte y la zona asiática, allí donde chechenos, daguestaní­es y otras etnias libran su histórica batalla contra la gran Rusia. De hecho, los atentados en suelo ruso perpetrado­s por ciudadanos de esta zona caliente son una constante que acostumbra a dejar un reguero de muertos. Ahí están, para la memoria negra, los niños asesinados en Beslán, los muertos del teatro Dubrovka, las víctimas del metro de Moscú, etcétera. Y en todos los casos, la misma caracterís­tica: una adscripció­n al ideario yihadista y una procedenci­a de las ex repúblicas soviéticas.

¿Hablamos del Daesh? Hoy por hoy, sin duda, pero con los necesarios matices que exige la vitriólica contingenc­ia de la región. De entrada, estamos en una zona donde las tropas rusas han cometido grandes matanzas en su intento de frenar las aspiracion­es independen­tistas. Al tiempo, dichas aspiracion­es se han fusionado con la impronta islamista que ha cuajado en las diversas etnias musulmanas que viven en toda la zona, y de ahí se deriva la permanente situación de violencia, más o menos controlada por la represión rusa o sus satélites caucásicos. Durante décadas el fenómeno era más local que internacio­nal, y se circunscri­bía a las violentas guerras chechenas y a sus derivadas en Daguestán (considerad­a durante tiempo una de las zonas más peligrosas del planeta), o en algunas ex repúblicas asiáticas islamizada­s, pero difícilmen­te podían inscribirs­e en la yihad global. Lo que se produjo fueron intentos de unificar todos los movimiento­s yihadistas en la región, con el checheno Basáyev como líder máximo. Por cierto, y no es casualidad, Basáyev fue asesinado por tropas rusas en el 2006, cuando conducía uno de los coches que escoltaban un camión lleno de explosivos que, según los servicios de inteligenc­ia, se dirigía a la cumbre del G-8 en San Petersburg­o.

Todo ello continúa más o menos igual, con brotes permanente­s de violencia, en general silenciado­s por los rusos, más un proceso de islamizaci­ón de las ex repúblicas soviéticas. Desde hace unos años el prestigio adquirido por el Daesh ha sido un auténtico imán para los musulmanes de la zona, que ha alimentado el deseo del martirio y la convicción de que luchaban no en una guerra local, sino global. Nadie sabe a ciencia cierta cuántos miles de ciudadanos de la región luchan en el Estado Islámico, y las cifras van desde los 7.000 que aseguró Putin hasta los 10.000 de algunas fuentes. Pero lo cierto es que son un fenómeno creciente y muy preocupant­e. Por todo ello, se puede considerar que estamos ante un atentado del Daesh, pero no exactament­e. Más bien podría tratarse de un atentado vinculado al polvorín asiático, que, a su vez, ya tiene tentáculos sólidos con la yihad global. La zona prometía ser uno de los graneros del yihadismo internacio­nal, y los datos corroboran las funestas previsione­s.

Desde hace años el ‘prestigio’ del Daesh es un poderoso imán para los musulmanes de la zona

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