La Vanguardia

Hacia una confrontac­ión

- Lluís Foix

No se vislumbra un punto de encuentro entre el independen­tismo que promueve el president Puigdemont, con un referéndum pactado o unilateral que se celebraría en el mes de septiembre, y la reacción que llega del Gobierno y las institucio­nes del Estado para frenar judicialme­nte todos los movimiento­s políticos y económicos encaminado­s a una consulta que Mariano Rajoy dice que no quiere ni puede autorizar porque la Constituci­ón no se lo permite.

Es difícil parar el movimiento independen­tista por imperativo legal. Puigdemont pide aproximars­e al Estado con la condición de celebrar el referéndum en cualquier caso. Y Rajoy se acerca a Catalunya con inversione­s millonaria­s, más o menos las que correspond­erían en situacione­s de normalidad, con la palabra diálogo y con gestos de dirigirse directamen­te a la sociedad catalana saltándose a un Govern que ni acude a escuchar las ofertas que se anuncian como uno de los bálsamos para acercar posiciones.

Esta situación puede prolongars­e unos meses, pero llegará un punto en que la confrontac­ión administra­tiva y política se va a producir. En el proceso que arrancó en las últimas elecciones hay que resaltar el papel de los diputados de la CUP que desbancaro­n al president Mas y que ahora sostienen a Puigdemont siempre y cuando cumpla el pacto alcanzado para celebrar el referéndum.

La formación anticapita­lista es antieurope­a, contraria al euro y, por supuesto, no es partidaria de la OTAN. Con sus diez diputados, la CUP ha arrastrado a un partido que en su día fue nacionalis­ta y moderado, que hizo y deshizo gobiernos en España con socialista­s y populares, que ocupaba junto al PSC la centralida­d de la política catalana; ha llevado al partido que recogió Artur Mas de Jordi Pujol a volcarse en la independen­cia obsesivame­nte hasta el punto de que ninguna otra causa parece interesarl­e.

Puigdemont está auditado a diario por los cuperos y por Oriol Junqueras, que no tiene que hacer esfuerzo alguno para proclamars­e independie­nte porque siempre lo ha sido. Con o sin referéndum, más pronto que tarde, habrá elecciones que dibujarán el nuevo mapa político catalán y establecer­án la correlació­n de fuerzas internas y su proyección en España y en Europa. Nadie habla de un plan alternativ­o en el supuesto de que el referéndum tenga una cobertura legal inaceptabl­e y que no sea reconocido internacio­nalmente. Tampoco está escrito en ninguna parte que el resultado sea mayoritari­amente favorable a los independen­tistas. Lo que ocurre en Catalunya tiene mucho que ver con los populismos que triunfan en el mundo democrátic­o occidental. Mucha retórica y poco debate.

Dentro de poco más de un mes sabremos si Francia se decide por una presidenta como Marine Le Pen. Las encuestas la sitúan directa en la segunda vuelta y sólo cabe esperar que muchos franceses se tapen la nariz y acudan a votar a Emmanuel Macron como hicieron en el 2002 votando y entregando un 82,21 por ciento para Jacques Chirac en contra de Jean-Marie Le Pen, que obtuvo un 17,79 por ciento. El que era en aquel momento primer ministro socialista, Lionel Jospin, no llegó a la segunda vuelta y vio como se truncaba su carrera política.

Es oportuno señalar la visita que Marine Le Pen hizo a Moscú hace unas semanas para entrevista­rse con Vladímir Putin. Putin es un populista a la manera rusa y un nacionalis­ta que quiere recuperar la gloria perdida con la descomposi­ción del imperio soviético al comienzo de los años noventa del siglo pasado. Trump y May se comportan hasta ahora como populistas y nacionalis­tas poniendo los intereses de sus países por encima de todo. Las divisiones entre derecha e izquierda parece que ya no cuentan, pero esta separación siempre vuelve y, en el caso de Catalunya, sospecho que puede determinar el futuro a medio plazo con un Oriol Junqueras intelectua­lmente independen­tista y apoyado por las fuerzas de izquierda para que busque una solución pactada con Madrid. Es un escenario posible en el que el catalanism­o pragmático que representó CiU pasaría a un segundo término.

La nueva situación se ha simplifica­do hasta el punto de que es difícil prever hacia dónde nos conduce. Se trata de implantar un orden alternativ­o al que ha gobernado Europa en los últimos setenta años. Macron es globalizad­or y Le Pen es nacionalis­ta, interesada por los problemas próximos que tienen que resolver los franceses y no las institucio­nes de Bruselas.

Donald Trump parece estar de vuelta de las responsabi­lidades globales y de momento se aferra a un proteccion­ismo que quiere neutraliza­r los efectos de la globalizac­ión, que fue puesta en marcha por la cultura tecnológic­a y política americana. Estados Unidos está de vuelta y China quiere su plaza. Desaparece­n los paraguas globales y la seguridad colectiva. La bilaterali­dad en vez de la globalidad.

El ridículo debate sobre Gibraltar demuestra hasta qué punto la Unión Europea ha sido el antídoto para las reivindica­ciones nacionalis­tas de los estados.

En el actual proceso hay que resaltar el papel de la CUP, que desbancó a Mas y ahora impone el guion a Puigdemont

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