Hacia una confrontación
No se vislumbra un punto de encuentro entre el independentismo que promueve el president Puigdemont, con un referéndum pactado o unilateral que se celebraría en el mes de septiembre, y la reacción que llega del Gobierno y las instituciones del Estado para frenar judicialmente todos los movimientos políticos y económicos encaminados a una consulta que Mariano Rajoy dice que no quiere ni puede autorizar porque la Constitución no se lo permite.
Es difícil parar el movimiento independentista por imperativo legal. Puigdemont pide aproximarse al Estado con la condición de celebrar el referéndum en cualquier caso. Y Rajoy se acerca a Catalunya con inversiones millonarias, más o menos las que corresponderían en situaciones de normalidad, con la palabra diálogo y con gestos de dirigirse directamente a la sociedad catalana saltándose a un Govern que ni acude a escuchar las ofertas que se anuncian como uno de los bálsamos para acercar posiciones.
Esta situación puede prolongarse unos meses, pero llegará un punto en que la confrontación administrativa y política se va a producir. En el proceso que arrancó en las últimas elecciones hay que resaltar el papel de los diputados de la CUP que desbancaron al president Mas y que ahora sostienen a Puigdemont siempre y cuando cumpla el pacto alcanzado para celebrar el referéndum.
La formación anticapitalista es antieuropea, contraria al euro y, por supuesto, no es partidaria de la OTAN. Con sus diez diputados, la CUP ha arrastrado a un partido que en su día fue nacionalista y moderado, que hizo y deshizo gobiernos en España con socialistas y populares, que ocupaba junto al PSC la centralidad de la política catalana; ha llevado al partido que recogió Artur Mas de Jordi Pujol a volcarse en la independencia obsesivamente hasta el punto de que ninguna otra causa parece interesarle.
Puigdemont está auditado a diario por los cuperos y por Oriol Junqueras, que no tiene que hacer esfuerzo alguno para proclamarse independiente porque siempre lo ha sido. Con o sin referéndum, más pronto que tarde, habrá elecciones que dibujarán el nuevo mapa político catalán y establecerán la correlación de fuerzas internas y su proyección en España y en Europa. Nadie habla de un plan alternativo en el supuesto de que el referéndum tenga una cobertura legal inaceptable y que no sea reconocido internacionalmente. Tampoco está escrito en ninguna parte que el resultado sea mayoritariamente favorable a los independentistas. Lo que ocurre en Catalunya tiene mucho que ver con los populismos que triunfan en el mundo democrático occidental. Mucha retórica y poco debate.
Dentro de poco más de un mes sabremos si Francia se decide por una presidenta como Marine Le Pen. Las encuestas la sitúan directa en la segunda vuelta y sólo cabe esperar que muchos franceses se tapen la nariz y acudan a votar a Emmanuel Macron como hicieron en el 2002 votando y entregando un 82,21 por ciento para Jacques Chirac en contra de Jean-Marie Le Pen, que obtuvo un 17,79 por ciento. El que era en aquel momento primer ministro socialista, Lionel Jospin, no llegó a la segunda vuelta y vio como se truncaba su carrera política.
Es oportuno señalar la visita que Marine Le Pen hizo a Moscú hace unas semanas para entrevistarse con Vladímir Putin. Putin es un populista a la manera rusa y un nacionalista que quiere recuperar la gloria perdida con la descomposición del imperio soviético al comienzo de los años noventa del siglo pasado. Trump y May se comportan hasta ahora como populistas y nacionalistas poniendo los intereses de sus países por encima de todo. Las divisiones entre derecha e izquierda parece que ya no cuentan, pero esta separación siempre vuelve y, en el caso de Catalunya, sospecho que puede determinar el futuro a medio plazo con un Oriol Junqueras intelectualmente independentista y apoyado por las fuerzas de izquierda para que busque una solución pactada con Madrid. Es un escenario posible en el que el catalanismo pragmático que representó CiU pasaría a un segundo término.
La nueva situación se ha simplificado hasta el punto de que es difícil prever hacia dónde nos conduce. Se trata de implantar un orden alternativo al que ha gobernado Europa en los últimos setenta años. Macron es globalizador y Le Pen es nacionalista, interesada por los problemas próximos que tienen que resolver los franceses y no las instituciones de Bruselas.
Donald Trump parece estar de vuelta de las responsabilidades globales y de momento se aferra a un proteccionismo que quiere neutralizar los efectos de la globalización, que fue puesta en marcha por la cultura tecnológica y política americana. Estados Unidos está de vuelta y China quiere su plaza. Desaparecen los paraguas globales y la seguridad colectiva. La bilateralidad en vez de la globalidad.
El ridículo debate sobre Gibraltar demuestra hasta qué punto la Unión Europea ha sido el antídoto para las reivindicaciones nacionalistas de los estados.
En el actual proceso hay que resaltar el papel de la CUP, que desbancó a Mas y ahora impone el guion a Puigdemont