¡Se van a enterar los titís del Peñón!
¿Y qué haríamos después de conquistar Gibraltar? Montar la sede europea de las despedidas de soltera
Hace un par de veranos, regresando de la plaza de soberanía de Ceuta en ferry, vi por última vez el peñón de Gibraltar y en lo más íntimo de mi españolidad sentí un deseo irrefrenable y ardoroso de hacer algo grande para reconquistar un pedazo tan sagrado de la patria.
Dime, España, ¿qué puedo hacer yo para que la rojigualda ondee en lo alto del Peñón, sus monos –unos consentidos– terminen en un circo y a los llanitos se les acabe el chollo de vivir como reyes de Inglaterra sin pegar ni sello a cambio de cantar God save the Queen, hablar mal de los vecinos y conducir por la izquierda?
Mariano, presidente: tú pide y tendrás al pueblo español dispuesto a terminar con la humillación. Si empatamos la guerra del fletán con Canadá a domicilio, el amistoso en Wembley (2-2) con goles de Iago Aspas en el minuto 89 e Isco en el 90, ahora, jugando en casa y con la ayuda del Orfeón Donostiarra, nos los comemos con fish
and chips y tras cuatro gritos adiós a una afrenta tricentenaria que nos impide cumplir con la parienta, hablar inglés y estar en paz con nuestros padres, que murieron susurrando “¡Gibraltar, español!”. Un editorial belicoso en portada del
Marca y allí nos tienes, presidente, gritando frente a la verja el “a por ellos, oé” para admiración del mundo, que espera una lección de chulería –Gibraltar español, sí o sí–, democracia –bastaría el voto de las Cortes– y astucia porque de noche los gibraltareños duermen y sueñan en yardas.
Yo no hice la mili –¡un disgusto: excedente de cupo!–, pero si España me llama a filas, marco el paso con tal de que nuestros bisnietos puedan mirar a las inglesas a los ojos, no como ahora.
¡Gibraltar, español!
No hay como las causas nacionalistas para olvidar penas, depurar la historia y reivindicar las bravas del bar Tomás, tapa menospreciada por un británico al que no voy a dar cancha.
¿Y qué haríamos luego con el Peñón? Muy fácil: ¡improvisar! Algo se nos ocurriría. Yo le veo mucho futuro a un Gibraltar español, con su museo de la Reconquista, la instalación de casetas feriales de la ANC en la Catalan Bay –una playa agradable– y un proyecto que fomentaría la reconciliación de todos los nacionalismos: Gibraltar, capital de las despedidas de soltera de la UE.
¿Hay algo más europeo que las despedidas de soltera? ¡No! ¿Hay algo más humillante que elijan tu ciudad para las despedidas de soltera? ¡No!
Gibraltar tiene todas las condiciones de neutralidad para albergar las despedidas de solteras: un Peñón con aires fálicos –se podría dinamitar alguna ladera para realzar el perfil–, alcohol a precios razonables y los guitarristas de Algeciras, en cuyo cementerio viejo descansa Paco de Lucía.
¡Y eso que no dilapidamos la pasta en tiempos jodidos para exaltar el tricentenario del Gibraltarazo!