Analista cáustico de la democracia
GIOVANNI SARTORI (1924-2017) Politólogo italiano
Conservó su mordacidad intelectual hasta el final. La edad no atemperó ni un ápice su verbo cáustico. Hace poco más de un año, antes de que le entregaran un premio en la residencia del embajador español en Italia, en la colina del Janículo, me acerqué a Giovanni Sartori y charlamos unos minutos. Le pregunté su opinión sobre el papa Francisco. Su respuesta, por agresiva, me pareció impublicable. Pero no se trató de un desliz senil. El politólogo italiano sostenía desde hacía años que la jerarquía católica tenía una responsabilidad criminal por oponerse al control de la natalidad, un asunto que le obsesionaba.
Sartori, politólogo italiano de fama internacional, crítico implacable de las perversiones de los sistemas democráticos, falleció ayer en Roma a los 92 años. Anunció la noticia el Corriere della Sera, en el que ejerció de editorialista durante decenios. El diario comenzó su obituario afirmando que el fallecido se había distinguido por “la capacidad de conjugar la excelencia científica y la eficacia comunicativa”.
En el acto del Janículo, Sartori, que había recibido el premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en el 2005, fue homenajeado por José María Aznar. Él le entregó el galardón FAES de la Libertad por haber defendido durante toda su vida los valores en que se basa la tradición política liberal occidental. El expresidente español hizo suyas las ideas de Sartori sobre los populismos, a los que el profesor italiano siempre fustigó por su capacidad para degradar y hasta destruir las democracias.
Sartori fue autor de una treintena de libros, auténticos manuales en su disciplina académica, como Teoría de la democracia, La democracia después del comunismo y Homo videns. En su última obra, La carrera hacia ningún lugar, publicada en el 2015, Sartori se planteó una serie de preguntas sobre la actual crisis de la política, la tenue frontera entre la libertad y la dictadura, el conflicto entre la civilización cristiana y la islámica, el problema de la inmigración y la guerra contra el terrorismo.
El politólogo no escatimó juicios duros sobre los líderes del momento. Jamás le gustó Silvio Berlusconi. Llamaba “sultanato” a su periodo de gobierno, con clara alusión a la vida privada de il Cavaliere. Pero soportaba quizás mejor las frivolidades y bufonadas de Berlusconi que la autosuficiencia juvenil y la impetuosidad de Matteo Renzi. Sartori pensaba que la llegada al poder del político toscano fue ilegítima porque usó el partido como trampolín, sin presentarse a elecciones. De Renzi le irritaba sobre todo “su total falta de pudor”.
Nacido en Florencia en mayo de 1924, Sartori siempre contaba que había leído a los grandes clásicos de la filosofía contemporánea durante la II Guerra Mundial, mientras estuvo escondido para evitar ser movilizado por la república fascista de Saló. Luego su carrera académica lo llevó a Estados Unidos. Enseñó en Stanford, en California, y en la Universidad de Columbia, en Nueva York.
Al politólogo fallecido le preocupaba el multiculturalismo porque temía que balcanizase la sociedad occidental. En sus últimos años se acentuó su visión negativa, pesimista. Creía que la televisión y el predominio de la imagen anulaban la capacidad de abstracción intelectual del hombre. Y frente al islam, estaba convencido de que, salvo un cambio radical interno, no tenía ningún sentido el diálogo con una religión teocrática y que veía atrasada y caduca.