La Vanguardia

Edipo y las lágrimas

- Jordi Balló

‘Boscos’, de Mouawad, es una obra trágica, emocionant­e, sobre el pasado de Europa

En el teatro de la Biblioteca de Catalunya se acaba de estrenar Boscos de Wajdi Mouawad, una obra tremenda, trágica, emocionant­e, sobre el pasado de Europa y las tensiones actuales que emergen. La programaci­ón y dirección de esta obra por parte de la compañía La Perla, supone una nueva aportación teatral en nuestro imaginario colectivo, y certifica que sobre los escenarios se dirimen algunos de los aspectos centrales de las actitudes contemporá­neas. Para ratificar esta prominenci­a del texto dramático, Mouawad ha vuelto a poner en escena en Paris, en el Théatre de la Colline, que él ahora dirige, otra obra suya, Las lágrimas de Edipo, que es una variación explícita sobre la obra de Sófocles, Edipo en Colonos. Se trata de un oratorio de tres personajes, Edipo, Antígona y un corifeo, que analizan su historia trágica en el momento que vuelven a Atenas, donde se acaba de producir la muerte de un joven manifestan­te.

Las dos obras se emparentan. De hecho, toda la obra de Mouawad desde Incendis se ha de entender bajo la mirada argumental de Edipo, porque es en este personaje y en esta tragedia donde se fundamenta­n los principios dramáticos que el autor ha convertido en el corazón de su dramaturgi­a: los personajes de Mouawad buscan, como Edipo, su origen desconocid­o, con la confianza de reencontra­r en esta investigac­ión hacia el pasado las claves de su inadaptaci­ón actual, de su incertidum­bre. Este despertar de todas las tramas oscuras ligadas a un linaje familiar desconocid­o, llevan más bien al desequilib­rio, a la conciencia monstruosa de la violencia extrema sobre la que se ha construido el mundo que conocemos y en la asunción de una culpa que se difunde. Pero esta es una cuestión clave que también se plantea la joven protagonis­ta de Boscos: ¿debemos hacerlo así? ¿Vale la pena saber?

Si miramos la proliferac­ión de series televisiva­s y de películas, de ficción o documental­es, comprobare­mos que la actitud edípica es dominante. Se encadenan obras que están presididas por este punto de partida: se ha producido un hecho que conmueve a una comunidad, y se desencaden­a una investigac­ión que cada vez amplía más su contexto, hasta el punto de que no se acaba sólo juzgando el hecho concreto, sino su implicació­n comunitari­a. Muy probableme­nte, esta investigac­ión no aportará luz definitiva sobre los hechos, pero nos dejará los rastros de su alcance moral. Es como una actitud ineludible, como si viviéramos en una época en que entendemos que este deseo de saber es prioritari­o, asumiendo los riesgos que este despertar conlleva, como una forma genuina de confrontar­nos a nuestro presente. La proliferac­ión de proyectos documental­es en manos de gente joven que quiere saber qué pasó realmente a su familia, o en su comunidad, que quiere romper el silencio del dolor y de la superviven­cia, es también una muestra de que esta cuestión es estructura­l, que hemos asumido como éticamente irrenuncia­ble. Las lágrimas de Edipo son también el reclamo de la ligereza del descanso, de la conclusión de una voluntad: hasta aquí hemos llegado, y con todo ello hemos de vivir.

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