La Vanguardia

Antonio Ortuño gana el Ribera de Duero de cuentos

- NÚRIA ESCUR

Es el galardón mejor dotado del Estado español para cuentos. El más importante del mundo en su categoría. En esta, su quinta edición, el premio Ribera del Duero ha recaído en el escritor mexicano Antonio Ortuño por la obra La vaga ambición publicada por Páginas de Espuma. Formaban parte del jurado Almudena Grandes, Juan Bonilla y Sara Mesa, además de Enrique Pascual García, Juan Casamayor y Alfonso Sánchez González.

Nacido en 1976 en Zapopan (Jalisco), Antonio Ortuño está considerad­o el escritor más importante de su generación en México. “No sé si hay un modo de contar mexicano, pero claro que tenemos una tradición, somos hijos del realismo onírico de Rulfo y el culteranis­mo de Arreola”, explicaba ayer el ganador.

La vaga ambición es el resultado de un juego premeditad­o: armar una colección de relatos que pudieran leerse como conjunto. “El título tiene que ver cardinalme­nte con la escritura como una pulsión por la que apuestas. No es un hobby ni una profesión; la escritura es algo a lo que uno se entrega. Y para mí, que me aburre leer sobre literatura, era un reto esa autoironía”.

Al autor le gusta relacionar a su protagonis­ta, Arturo Murray, con otros álter egos literarios, ya sea el de John Updike (Henry Bech) o el de Philip Roth (Nathan Zucherman), amén de algunos juegos de ficción autobiográ­fica propios de Gerald Durrell o Mijail Bulgakov. “Uso álter egos, pero no es un libro confesiona­l ni herméticam­ente literario, solamente muy personal. No quería hablar de la sacralizac­ión del escritor como ser trascenden­te, que dice cosas inasimilab­les, sino explicar que también es un ser humano común”.

Quedaron finalistas –entre los 845 escritores de 36 países que se presentaro­n a la convocator­ia– Jesús Ferrero, Rodrigo Blanco Calderón, Elvira Navarro y Patricio Pron. El premio está dotado con 50.000 euros y es un referente internacio­nal. “Quedan muchos cuentos por escribir –concluía ayer Ortuño– y no soy nada apocalípti­co. Creo que fue un clérigo inglés, allá por el siglo XVII, quien dijo que la narrativa ¡estaba agotada! Sólo porque ya se había escrito de todas las virtudes teologales...”.

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