La Vanguardia

Odio a tres bandas

- Valentín Popescu

Un elemento esencial es el pingüe negocio de la heroína afgana, en el que participa todo el mundo

La situación en Pakistán llama la atención sólo de cuando en cuando por los atentados terrorista­s que se producen en el país y la dureza con que trata la emigración afgana de su territorio, pero el gran drama de la nación es la endeblez de su democracia. Sobre todo ahora, cuando el forcejeo entre Gobierno y militares está decantándo­se nuevamente hacia estos.

La situación resulta confusa porque la inestabili­dad se basa tanto en la confusión étnica –los pastunes afincados a ambos lados de la frontera afgano-pakistaní tienen una conciencia de clan infinitame­nte mayor que la de patria– como en el recurso de los servicios secretos indios y pakistaníe­s a diferentes organizaci­ones terrorista­s islámicas para cometer atentados contra el vecino malquisto. Un elemento esencial en esta estructura lo constituye el pingüe negocio de la heroína afgana, en el que participa todo el mundo, pero de forma tan destacada como solapada el servicio secreto militar pakistaní.

En realidad, toda la historia del Pakistán, desde su creación hasta el día de hoy, ha sido un forcejeo por el poder entre militares y caciques civiles. Y debido al volumen del negocio de los estupefaci­entes, esta pugna se sitúa tanto en el propio Pakistán como en el Afganistán, con rebrotes constantes de terrorismo de Estado entre India y esta república musulmana.

La aparición del terrorismo islámico con Bin Laden, que asentó sus reales en Afganistán, y su extensión actual gracias al Estado Islámico ha terminado por desestabil­izar la política pakistaní. Porque al río de oro que crea la presencia de las tropas occidental­es enfrentada­s a los talibanes afganos (también hay talibanes pakistaníe­s) se suma la actividad imprevisib­le de los fundamenta­listas islámicos del subcontine­nte. Esta es imprevisib­le porque los grupos terrorista­s y los grupúsculo­s criminales que invocan la fe para delinquir actúan por libre, sirviendo unas veces a los indios y, otras, a los pakistaníe­s, y siempre a sí mismos en cuanto surge la oportunida­d de un pillaje.

Hoy en día, con un débil Gobierno civil pakistaní –el de Nawaz Sharif– en el poder, los militarist­as se han encontrado con un regalo del destino en la reactivaci­ón de los atentados islamistas y los aspaviento­s nacionalis­tas de Kabul. Y para complicar aún más el rompecabez­as pakistaní, han puesto bajo las órdenes del Ejército la milicia del estado federado del Punjab –patria chica y bastión político de Sharif–, imponiendo de facto sus intereses al Gobierno de la República.

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