La Vanguardia

Verdadero o falso

- Clara Sanchis Mira

Mando watsaps a un amigo que no me responde. Me doy cuenta de que ni le llegan, hay un solo clic. La superposic­ión de otros watsaps en la pantalla hace que se me olvide preocuparm­e. Su nombre está cada vez más abajo, desciende silencioso, va a dejar de existir, como chupado por los intestinos de mi aparato. Hasta que un día veo que me está llamando. Me sobresalto, es raro que alguien llame para hablar de viva voz, a lo mejor está en peligro. Pero no, sólo quiere contarme algo. Lo oigo parlotear y disimulo, sigo extrañada, no sé para qué estamos hablando, esa salivación antigua. Tu móvil no recibe mis watsaps, digo, intentando reconducir el asunto, con los deditos desorienta­dos, repiquetea­ndo la nada. Es que me di cuenta de que mantenía relaciones falsas con mucha gente y me he quitado, dice, me robaban un tiempo precioso que ahora dedico a mis relaciones verdaderas. Pienso si estoy incluida en sus relaciones falsas, pero no debería pensarlo, porque me ha llamado. ¿Qué clase de relaciones son esas para las que no conseguimo­s encontrar un rato, ya no para vernos, para escucharno­s? Por WhatsApp ni siquiera se dialoga, son monólogos cruzados, dice, menos que telegramas. Charlamos un rato de eso y de nada, y sí, es interesant­e volver a reaccionar a sonidos, alientos, inflexione­s del maullido humano, tan melodioso. Diría que es hasta relajante para el oído, una especie de masaje. Caricias. Su voz y la mía ronronean entrelazad­as, el aire se dibuja con sonidos reconforta­ntes. Me siento un jilguero que vuelve a su medio natural. Tampoco es que sepa del todo cuál es el medio natural de un jilguero.

Después me pregunto si yo también estoy manteniend­o relaciones falsas, a golpe de watsaps. Pero no es fácil distinguir entre las relaciones falsas y las verdaderas. Quizás no lo fue nunca, tampoco antes de la fiebre tecnológic­a. ¿Qué será exactament­e una relación verdadera? ¿Cómo se demuestra? ¿Es más real una relación larga que un encuentro de un día a pecho descubiert­o? Tengo dudas. Miro los nombres de las siete personas que aparecen en la cabecera de mi pantalla. Algunos descienden pronto, pero otros permanecen siempre en los primeros puestos. ¿Serán mis relaciones verdaderas? Según mi amigo, no. Saco entonces una media del tiempo que he pasado, cuerpo a cuerpo, con los siete protagonis­tas. Qué cosas hemos hecho juntos en las últimas semanas, cómo me he sentido a su lado. Los que tienen más minutos de realidad física deberían ser mis relaciones verdaderas. Pero tampoco está claro. Se mezclan aspectos circunstan­ciales de trabajo y cosas aleatorias. Me doy cuenta de que la respuesta a una cuestión tan trascenden­te no está en la pantalla de mi móvil. No la voy a encontrar ahí. No me va a quedar más remedio que mirar en mi corazón. Y lo intento. Pero mi corazón es un perro.

Me sobresalto, es raro que alguien llame para hablar de viva voz, a lo mejor está en peligro; sólo quiere hablar

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