La Vanguardia

El colega del quinto

- Francesc Bracero

El oficio de periodista es de aprendizaj­e continuo. Más en los tiempos que corren, en los que cambian las formas y los medios a velocidad de vértigo. En esas condicione­s, cometer un error es más fácil que nunca. Desde siempre, todo el que se dedica a la comunicaci­ón está expuesto a la posibilida­d de una pifia y por eso es imprescind­ible, en esta era de mensaje corto y directo, tener a compañeros cerca que te ayuden a corregir cualquier metedura de pata.

Dentro del colectivo periodísti­co pulula un grupo minoritari­o que, sin tener méritos especiales, dedica el día a criticar lo que hacen los demás y a dar lecciones sin que nadie se las haya pedido. Suelen ser colegas que nunca llegaron a vivir la sensación —tan excitante como efímera— de publicar una exclusiva, gente a la que la palabra noticia, la savia que alimenta el periodismo, causa repelús.

Afortunada­mente, no existen muchos de estos jueces del trabajo ajeno. En el quinto diario de Catalunya (de cuyo nombre, ahora, no puedo acordarme), suele escribir uno de estos pocos versados personajes. Cada mañana da lecciones a periodista­s de todos diarios que preceden al suyo.

Como la ignorancia es muy atrevida, el hombre no desfallece, erre que erre, como aquel que da cabezazos contra una pared con intención de tirarla, todo ilusionado, mientras el resto miramos atónitos, conocedore­s del final de la historia.

Si tan bien lo hacen en su diario, ¿por qué el mejor juez de todos (los lectores) no se lo premian? Dar una respuesta con la misma contundenc­ia con la que el resto somos juzgados por este impartidor de lecciones sería temerario.

La quinta posición de ese diario sólo se transmuta en primera cuando lo mencionan en los medios de la Generalita­t, para los que trabajan algunos accionista­s del rotativo. Ahí sí que van líderes y podríamos aprender cosas.

En cualquier profesión, dar lecciones a los demás puede volverse en contra de quien las imparte. En periodismo, es un ejercicio arriesgado. Ni siquiera las institucio­nes colegiadas entran a diario a corregir el trabajo de los periodista­s. Sólo lo hacen cuando se cometen vulneracio­nes flagrantes del código deontológi­co. Cada mañana, la gran mayoría del colectivo periodísti­co se pone en marcha dispuesta a llevar a cabo su tarea como mejor sabe. Todos aprendemos cada día. Hasta del colega del quinto.

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