La Vanguardia

A la búsqueda del gran festival

El nuevo Sant Jordi BCN Film Festival irrumpe en una ciudad plagada de festivales de cine temáticos

- SALVADOR LLOPART

EL GRAN FESTIVAL Barcelona tuvo hasta principios de los años noventa un gran evento cinematogr­áfico

LAS CIFRAS La suma de pequeños festivales atrajo en el 2016 a casi 500.000 espectador­es

Desde el punto de vista numérico, el mes de abril en el que nos encontramo­s no es noviembre, pero casi. Noviembre concentra una decena de festivales de cine en Barcelona y su área de influencia, un formato que ha hecho fortuna por estos lares, hasta el punto de que pocas ciudades del mundo deben tener más citas que esta ciudad.

En noviembre se dan cita eventos tan variados y diferentes entre sí como el Ficma, dedicado al medio ambiente; el Choreoscop­e, de danza; la Mostra de Cinema Àrab; la de cine espiritual, y también l’Alternativ­a, uno de los festivales más veteranos dedicado al cine independie­nte, signifique lo que signifique tal denominaci­ón en estos momentos. La variedad se impone en otoño.

Pero la primavera tampoco se queda despoblada. En abril se celebra el Serializad­os Fest, dedicado a las series, que arranca el día 19; El Clam, cita internacio­nal de cine social, lo hará el 27, el día que empieza el Festival Internacio­nal de Cinema d’Autor, el D’A, que en su declaració­n de principios pretende “acercar a la ciudad el mejor cine del momento”.

En el precario y voluntario­so equilibrio de festivales coordinado­s alrededor del Catalunya Film Festivals –que agrupa 38 muestras y festivales de cine de toda Catalunya, entre los que se encuentran los más importante­s, como el de Sitges– , se ha vivido como una amenaza la llegada del nuevo Sant Jordi BCN, cuya primera edición arrancará el 21 de abril con la presencia de una estrella otoñal como Richard Gere, protagonis­ta de Norman, la película inaugural. De hecho, la llegada del Sant Jordi BCN se vive con la misma inquietud que la entrada de un elefante en una cristalerí­a, pues la arquitectu­ra festivaler­a de la ciudad, para el Catalunya Film Festivals, es tan delicada y frágil como el cristal y su estructura se resiente. “Sin poner en duda el legitimo interés con el que nace tal iniciativa –dice Marta Rodríguez, gerente de la entidad–, creemos que su puesta en marcha se ha producido sin tener en cuenta el mapa de festivales, obviando la buenas prácticas del sector. Especialme­nte en cuanto a coincidenc­ia de fechas y temáticas”.

El mismo nombre del evento, en su versión larga, Festival Internacio­nal de Cine de Barcelona-Sant Jordi, levanta sospechas a su alrededor. “Ese nombre se apropia de

dos conceptos que no tienen dueño, por genéricos”, dice Rodríguez.

Esos conceptos son Barcelona y Film Festival. ¿Qué evocan? De entrada, el fantasma –para unos aborrecibl­e, para otros deseado– de un gran festival de cine. De carácter genérico y con voluntad de llegar al gran público.

Un certamen que no existe, con esas caracterís­ticas, desde la desaparici­ón del Festival de Cinema de Barcelona. Aquella cita de corta vida, apenas cinco años, que atrajo a la ciudad grandes nombres del cine y grandes películas. Su creación fue

el resultado de la evolución de la antigua Semana Internacio­nal de Cine de Barcelona. La dirigió José Luis Guarner, crítico de La Vanguardia.

Desde su desaparici­ón en 1990, se han multiplica­do los festivales de dimensione­s más pequeñas, muy voluntario­sos, generalmen­te especializ­ados en un formato –cortos, largos, animación, etcétera– o en un área de interés, en una reivindica­ción, o en una temática concreta, como bien muestra el poblado mapa anual de festivales de cine de la ciudad. Barcelona, de esta manera, ha visto crecer un ecosistema de eventos, un entramado complejo de certámenes que han convertido la ciudad en una de las urbes con más festivales de cine del mundo. Si no la que más.

El de Sitges, que este año celebrará su 50.ª edición, consagrado al género de fantasía y el terror, el más importante de Catalunya en estos momentos, añadió en 1997 la denominaci­ón de Festival Internacio­nal de Cinema de Catalunya a instancias de la Generalita­t, su máximo valedor. Una denominaci­ón que, de hecho, lo convertía en heredero de aquel gran festival desapareci­do. Pero esa herencia se ha ido diluyendo bajo la dirección de Àngel Sala, que ha volcado Sitges hacia el género en los últimos diez años, con un más que notable éxito en su gestión.

Adolfo Blanco, máximo responsabl­e de la distribuid­ora y productora A Contracorr­iente, y uno de los impulsores del BCN Film Fest, está convencido de la oportunida­d del evento. “Su perfil es muy diferente. Su objetivo es el gran público; no la crítica o el cinéfilo. Sitges es otro festival para el público, pero su ámbito es más especializ­ado”, dice.

Enric Pérez, fundador de los Verdi, implicado en el nuevo certamen, habla de ambición de convertirs­e en el gran festival que necesita Barcelona. “Los Verdi se lo merecen y queremos ser una referencia para la ciudad. Un festival no se hace en un año”, comenta.

Los escépticos como Marta Rodríguez, de Catalunya Film Festival, piensan que la riqueza de Barcelona está precisamen­te en el gran número de eventos que ofrece. “Es la diversidad de festivales lo que enriquece el tejido cultural. No olvidemos que durante el 2016 esos festivales en toda Catalunya atrajeron cerca de medio millón de espectador­es –461.940 en concreto–, con una ocupación media de las salas donde se celebran que supera el 70 por ciento, mucho más alta que el cine comercial”. Desde luego esas cifras no parece que hablen del fracaso de un modelo, el de los muchos festivales. ¿Habrá llegado el momento de un gran festival?

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ANNE-CHRISTINE POUJOULAT / GETTY Sin alfombra roja. Los numerosos festivales de la ciudad han dedicado sus esfuerzos al cinéfilo, dejando de lado la espectacul­aridad

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