“Soy un rematado gandul”, dice Marsé
El novelista publica ‘Colección particular’, una selección de sus mejores cuentos
REALISTA “Mi gran amigo Vila-Matas me llama ‘decimonónico’ pero sabe que me gusta”
DESTINO “Fue mala suerte nacer en este puto país justo para vivir el franquismo”
Juan Marsé (Barcelona, 1933) se enfrentó ayer a sus contradicciones. Por un lado afirma: “Soy un rematado gandul, y muy perfeccionista, me pasaría la vida corrigiendo mis textos”. Pero entonces, como apuntó a su lado el crítico Ignacio Echevarría, “¿por qué no eres un escritor de cuentos?”, un género que parece adecuado para ambas características pero en el que no se ha prodigado: tiene un solo libro de relatos, Teniente Bravo (1986) y unas pocas piezas sueltas a lo largo de los años. Encima, dijo ayer, “casi todos los he escrito siempre por lo que me atrevo a llamar un encargo”. Ayer presentó un volumen que es una selección de sus mejores piezas breves, Colección particular (Lumen). La obra se divide en tres partes: primero el bloque correspondiente a Teniente Bravo (casi todo el libro original menos Noches de
Bocaccio, “una idea de Beatriz de Moura, que quiso que aparecieran en un cuento todos los personajes de la gauche divine”), luego una parte que recoge el resto de piezas desperdigadas y finalmente un añadido con una historia que publicó por entregas, Colección particular, y el inédito Conócete a ti mismo, Fritz, una rareza ambientada en Buenos Aires que responde a una petición del director Fernando Trueba mientras rodaba El embrujo de Shanghai: “Me pidió un guión original para el cine, yo hice una sinopsis de 15-20 folios pero como, al acabar la película, nuestra relación se rompió porque le dije que no me había gustado nada, ni siquiera llegó a leerlo”. Marsé puntualiza que “las correcciones de todos los textos también son inéditas”.
“Teniente Bravo era en realidad un chiste –explica el autor–, una historieta que me pedían que contara los amigos cuando íbamos a tomar copas. Fue un relato oral mucho tiempo hasta que Manuel Vázquez Montalbán me dijo: ‘Tienes que escribirlo’”.
Un interés añadido de estas narraciones es ver en ellas el germen de futuras novelas de Marsé. Aparece el mundo de la infancia en los barrios del nordeste de Barcelona, “ese paisaje de ruina moral con la presencia impresionante de la fantasía del cine”, en palabras de Echevarría, y con chavales de la calle “en los que yo veía un paralelismo con los niños de los guettos, con las mismas cabezas rapadas y todo”. En el primer cuento, Historia de detectives, se ve incluso el origen de que un grupo de chavales se pongan a contar aventis, cuando el niño-jefe encarga a los demás que inventen historias de personas del barrio a las que deben seguir. “Yo quería contar, como escritor, una historia distinta a la oficial, pero no me salía, y las aventis fueron un hallazgo, esas historias que nos contábamos los chavales en la calle cuando no teníamos pelota, es lo que me salvó y me permitió contar cosas que desmentían la visión oficial”.
Parabellum, por ejemplo, es el núcleo de lo que acabaría siendo
La muchacha de las bragas de oro. En Colección particular laten los
personajes de El embrujo de
Shanghai, en especial el capitán
Blay. Conócete a ti mismo, Fritz –la sinopsis que Trueba nunca recibió– es un homenaje a las películas de espías.
Marsé admite, asimismo, que “la metaliteratura no se ha hecho para mí, nunca me ha gustado teorizar sobre lo escrito. Yo, simplemente, sé contar cosas, el experimentalismo se lo dejo a otros. Mi gran amigo Enrique Vila-Matas me llama decimonónico pero lo hace porque sabe que me gusta. Al realismo lo han enterrado muchas veces pero siempre acaba resurgiendo”. Para él, “lo mejor de una novela es cuando la leo y no soy consciente de que estoy leyendo, porque la escritura se ha hecho invisible. No voy diciendo ‘qué bien escribe este tío’. Si lo pienso, me daré cuenta de ello al final, cuando haya acabado”.
¿Y el cine de hoy? “Se está convirtiendo, poco a poco, en un tebeo, en un producto dirigido a la mentalidad infantil, y eso es algo que, por suerte, no se ha dado en la literatura todavía”.
En El caso del escritor desleído, un novelista desaparece el día de Sant Jordi. “La mayoría de libros que se venden mucho no me interesan, no coinciden con lo que yo leo, de ahí que mire con escepticismo ese día”. ¿Se ve un día sin escribir?, le preguntaron. “Perfectamente. No sé por qué he escrito. Fue mala suerte nacer en este puto país justo para vivir el franquismo. No sé, podría haber sido un mono...”