La Vanguardia

Solidarida­d oculta

- Josep Oliver Alonso

Estos últimos meses no abandonamo­s la inquietud sobre el futuro de la UE: ahora son las elecciones francesas que lo despejarán. Y aunque no parece que Marine Le Pen pueda alcanzar la presidenci­a, su avance preocupa y mucho. Parte de su éxito, y el de otros populismos, se ha atribuido a las políticas de consolidac­ión fiscal y reformas impuestas por la Comisión Europea en la crisis. Y es cierto que, sin la presión alemana, de Bruselas y del BCE, difícilmen­te se hubieran operado unos imprescind­ibles cambios a países tan endeudados como el nuestro. Y de los que, por cierto, nos beneficiam­os ahora en forma de crecimient­os del PIB y del empleo.

Pero, como a menudo sucede en los asuntos humanos, nada es lo que parece. Y a pesar de las acusacione­s de insolidari­dad, la verdad es distinta. Sin entrar en otros mecanismos de salvamento que la UE puso en marcha en la recesión, centrémono­s en el BCE. No tengan en cuenta los positivos efectos de las masivas inyeccione­s de fondos a largo plazo, dirigidas de manera particular a ayudar nuestro sistema financiero en el 2011 y el 2012; ni los de las adquisicio­nes, entre el 2010 y el 2011, de 45.000 millones de deuda pública española; ni los derivados de la posibilida­d de compras ilimitadas de deuda pública de septiembre del 2012 (las OMT), que terminaron con la crisis del euro; o los positivos impulsos que genera su política de bajos tipos de interés.

Dejen todo esto, que no es poco, de lado. Y atiendan a la masiva adquisició­n de deuda pública española desde primavera del 2015, y desde verano del 2016, también de grandes corporacio­nes del país. Con ella, en febrero del 2017, el BCE había adquirido del orden de 170.000 millones en títulos del Tesoro, y va a continuar haciéndolo hasta totalizar, a finales de año, cerca de los 250.000 millones.

Que el BCE acumule en sus libros cerca del 25% del PIB español en forma de deuda del Estado no es asunto menor. Porque Mario Draghi la mantendrá hasta su amortizaci­ón, con lo que el Tesoro puede despreocup­arse de una parte substancia­l de su deuda por un largo periodo. Y hay más todavía. Si en el momento en que Hacienda debiera amortizarl­a la situación fuera de nuevo difícil, el BCE facilitarí­a su refinancia­ción adquiriend­o nuevas emisiones.

Y no se crean que esto sea gratis total. Por descontado, no lo es para los ahorradore­s, bancos y compañías de seguros de Alemania. Ni tampoco para su gobierno, con cerca de un tercio de las acciones del BCE y que, en caso de pérdidas, deberá absorber también una tercera parte.

Se trata, simple y llanamente, de solidarida­d, aunque se oculte en los arcanos balances del BCE. Convendría no olvidarlo en estos momentos de tribulació­n. El proyecto del euro ha estado repleto de errores y fracasos. Pero no nos confundamo­s: se aguanta porque existe solidarida­d. Unos buenos mimbres para mirar con optimismo el complejo futuro que nos aguarda.

Pese a las críticas al euro, buena parte de nuestro crecimient­o se debe a la política activa del BCE

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