Solidaridad oculta
Estos últimos meses no abandonamos la inquietud sobre el futuro de la UE: ahora son las elecciones francesas que lo despejarán. Y aunque no parece que Marine Le Pen pueda alcanzar la presidencia, su avance preocupa y mucho. Parte de su éxito, y el de otros populismos, se ha atribuido a las políticas de consolidación fiscal y reformas impuestas por la Comisión Europea en la crisis. Y es cierto que, sin la presión alemana, de Bruselas y del BCE, difícilmente se hubieran operado unos imprescindibles cambios a países tan endeudados como el nuestro. Y de los que, por cierto, nos beneficiamos ahora en forma de crecimientos del PIB y del empleo.
Pero, como a menudo sucede en los asuntos humanos, nada es lo que parece. Y a pesar de las acusaciones de insolidaridad, la verdad es distinta. Sin entrar en otros mecanismos de salvamento que la UE puso en marcha en la recesión, centrémonos en el BCE. No tengan en cuenta los positivos efectos de las masivas inyecciones de fondos a largo plazo, dirigidas de manera particular a ayudar nuestro sistema financiero en el 2011 y el 2012; ni los de las adquisiciones, entre el 2010 y el 2011, de 45.000 millones de deuda pública española; ni los derivados de la posibilidad de compras ilimitadas de deuda pública de septiembre del 2012 (las OMT), que terminaron con la crisis del euro; o los positivos impulsos que genera su política de bajos tipos de interés.
Dejen todo esto, que no es poco, de lado. Y atiendan a la masiva adquisición de deuda pública española desde primavera del 2015, y desde verano del 2016, también de grandes corporaciones del país. Con ella, en febrero del 2017, el BCE había adquirido del orden de 170.000 millones en títulos del Tesoro, y va a continuar haciéndolo hasta totalizar, a finales de año, cerca de los 250.000 millones.
Que el BCE acumule en sus libros cerca del 25% del PIB español en forma de deuda del Estado no es asunto menor. Porque Mario Draghi la mantendrá hasta su amortización, con lo que el Tesoro puede despreocuparse de una parte substancial de su deuda por un largo periodo. Y hay más todavía. Si en el momento en que Hacienda debiera amortizarla la situación fuera de nuevo difícil, el BCE facilitaría su refinanciación adquiriendo nuevas emisiones.
Y no se crean que esto sea gratis total. Por descontado, no lo es para los ahorradores, bancos y compañías de seguros de Alemania. Ni tampoco para su gobierno, con cerca de un tercio de las acciones del BCE y que, en caso de pérdidas, deberá absorber también una tercera parte.
Se trata, simple y llanamente, de solidaridad, aunque se oculte en los arcanos balances del BCE. Convendría no olvidarlo en estos momentos de tribulación. El proyecto del euro ha estado repleto de errores y fracasos. Pero no nos confundamos: se aguanta porque existe solidaridad. Unos buenos mimbres para mirar con optimismo el complejo futuro que nos aguarda.
Pese a las críticas al euro, buena parte de nuestro crecimiento se debe a la política activa del BCE