Empieza el espectáculo
AARON James, doctor en Filosofía por Harvard y profesor de la Universidad de California, define a Donald Trump como un hombre espectáculo. Asegura que es todo un profesional de esta disciplina, bravucón y a menudo inconsciente, que no la practica por mero amor al arte, como el bailarín o el comediante, sino que, como donjuán, tiene que atraer la atención de su presa por la feroz necesidad de parecer superior a ojos del prójimo. Como decía Dolly Parton, “tener un aspecto tan ordinario exige un esfuerzo extraordinario”. Es interesante comprobar como, en su primera intervención bélica, Trump ha diseñado perfectamente en el ataque a la base aérea de Siria los tres momentos de todo espectáculo: ambientación, escenografía y representación.
La ambientación sería su cena con el presidente chino, Xi Jinping, en su mansión de Florida. Preparaba la operación mientras ofrecía lenguado al champán a su invitado (en campaña dijo que a lo sumo le serviría un big mac doble cuando se vieran, pues los chinos se estaban llevando los empleos de los estadounidenses). Era una manera de expresar que no era como Gerald Ford, que no era capaz de hacer dos cosas a la vez (ni siquiera andar y comer chicle), y podía estar preparando el ataque en Siria y negociar con China.
La escenografía la copió de su antecesor. En su residencia de Florida instaló a su equipo (catorce personas, de las cuales sólo una era mujer) para seguir el bombardeo en directo a través de una pantalla, igual que hizo Obama con la operación contra Bin Laden, y divulgó la fotografía al mundo.
La representación la constituirían las imágenes que distribuyó el Pentágono sobre los Tomahawk despegando de los buques de guerra que fueron portada en todo el planeta.
Y para que nadie pensara que es un hombre violento, al mismo tiempo firmó la paz con el chef José Andrés, con el que mantenía un contencioso en Washington.