La Vanguardia

El adiós de Hernández

En el 75 aniversari­o de la muerte de Miguel Hernández se reeditan los últimos textos que escribió

- NÚRIA ESCUR Barcelona

Entre los numerosos homenajes al poeta Miguel Hernández, con motivo del 75.º aniversari­o de su muerte en las cárceles de un régimen sobre el que todavía hoy no se puede ni bromear, se cuenta la publicació­n de los últimos poemas que escribió, dedicados a su segundo hijo y a su esposa.

El poeta falleció en la enfermería de la cárcel de Alicante a las 5.32 de una mañana de finales de marzo de 1942, concretame­nte del día 28. Solamente tenía 31 años de edad y sus últimos pensamient­os fueron para su mujer, Josefina Manresa, y su segundo hijo; a ellos dedicó algunos de los poemas más emotivos de la literatura española contemporá­nea. Se cuenta que, empeñado en vivir, no pudieron cerrarle los ojos, hecho sobre el que su amigo Vicente Aleixandre compuso un poema.

Este año se conmemora el 75 aniversari­o de su muerte, la de uno de los poetas españoles más queridos. Para rendirle homenaje particular a Miguel Hernández se reedita una parte poco conocida de su obra: los cuentos que escribió a su hijo de corta edad y que son, además, sus últimos textos. Cuentos para mi hijo Manolillo (Nørdicalib­ros) nos devuelve lo más genuino del poeta. Como apostilla Joan Manuel Serrat, que tan justamente lo musicó, “conmovedor­es retratos del sentir de aquel hombre en tan adversas circunstan­cias”.

El periodista Víctor Fernández se ha encargado de edición y prólogo del volumen, con los cuentos ilustrados por cuatro reconocido­s artistas gráficos: Sara Morante, Adolfo Serra, Alfonso Zapico y Damián Flores. La edición, además, incluye un apéndice con fotografía­s de los manuscrito­s –los originales están actualment­e en la Biblioteca Nacional de España, que los adquirió en el 2014– y algunos dibujos realizados por el propio poeta, pertenecie­ntes hoy por hoy a la Diputación de Jaén. En una de las páginas, inacabadas, Miguel empezó a dibujar una pequeña granja, con un pavo y una paloma. Es la casa “pintada, no vacía”, aquella cubierta “del color de las grandes / pasiones y desgracias”. Reiteraba Hernández, como suplicó en un poema, su popular “dejadme la esperanza” Al poeta de las Nanas de la cebolla se le encarcela, según reza en un documento sellado en el cuartel de Rosal de la Frontera, porque “es de suponer que este individuo fue en la zona roja por lo menos uno de los muchos intelectua­loides exaltados que han llevado a las masas a cometer toda clase de desafueros, si es que él mismo no se ha entregado a ellos”.

En prisión Miguel Hernández padeció primero una bronquitis, luego tifus y, finalmente, una tuberculos­is que terminó con su vida. Supo reconverti­r todo ese dolor en palabras destiladas que han llenado la memoria de varias generacion­es.

Esos últimos cuatro cuentos de su vida (entre los que destaca El potro oscuro) los dedica a Manuel Miguel, su segundo hijo, al que se refiere continuame­nte en sus cartas a Josefina: “Háblame siempre de mi hijo. Me haces casi feliz con lo que me dices de él”, escribía en una de las misivas.

Así recordaba Josefina una de las últimas veces que vio a su esposo: “Lo sacaban entre dos personas que no sé si serían presos, cogido del brazo y lo dejaron agarrado a la reja. Llevaba un libro en la mano, eran dos cuentos para su hijo que él había traducido del inglés. Quiso dar por su mano el libro al niño pero no le dejaron. Un guardia se lo tomó y me lo dio a mí. Cuando el niño supo leer lo hice dueño del libro pero más bien su lectura le hacía llorar al acordarse de su padre. Ahí están los borrones de las lágrimas que caían en las páginas...”.

El cuaderno, seis páginas cosidas con un hilo de color ocre, construida­s con papel higiénico, fue guardado inicialmen­te por el dibujante Oca Pérez –compañero de prisión del poeta– que, tiempo después, lo entregaría a su hijo Julio para su posterior custodia.

“Es de suponer que este individuo fue en zona roja uno de los muchos intelectua­loides exaltados”, alegaron “Lo dejaron agarrado a la reja. Llevaba dos cuentos para su hijo (...) Hay borrones de lágrimas en sus páginas”

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LVD Hernández acompañó los cuentos con sus propios dibujos

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