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El acto oficial de entrega de las armas de ETA en Bayona, y las quejas de los comerciant­es barcelones­es, que se sienten abandonado­s por el Consistori­o de Ada Colau.

ETA es a partir de ayer una organizaci­ón desarmada. Así lo declararon solemnemen­te sus portavoces a la BBC, el viernes, y lo corroboró la comisión internacio­nal de intermedia­ción entre la banda terrorista y el Gobierno francés, después de que algunos de los miembros de los llamados “artesanos de la paz” entregaran en Bayona la lista de ocho zulos con más de un centenar de armas de todo tipo (en concreto, 120) y tres toneladas de material explosivo y cuantiosa munición. Casi sesenta años después de fundarse como organizaci­ón armada, en 1958, y de casi 2.500 atentados y más de ochocienta­s víctimas mortales, ETA entrega las armas y pone en marcha el proceso definitivo para su disolución, según han anunciado sus dirigentes. Es el comienzo de un anhelado final en el que el PNV ha desempeñad­o un papel esencial.

ETA ha mostrado siempre una querencia muy caracterís­tica por el gesto. Durante su etapa más cruel y sangrienta, obligaba en sus comunicado­s, redactados en una literatura obtusa y tenebrosa, a leer entre líneas para adivinar cualquier atisbo de lo que fuera. Hermenéuti­ca terrorista en la que hubo especialis­tas. También son tristement­e célebres sus tres embozados, de voces de ultratumba, que anunciaban treguas casi siempre tramposas, bien para rearmarse ideológica o materialme­nte, bien porque sabían que sus perseguido­res les pisaban los talones. Con el fin de la violencia armada, la banda quiso depurar su estrategia teatral, hasta el punto de que para ayer había trazado su mejor gesto: entrega de armas a las autoridade­s francesas, comisión cívica mediante. Pero el PNV no compró la escenograf­ía y exigió que fuera la comisión de verificaci­ón internacio­nal la que certificar­a la entrega de la lista de zulos, sin más épica. Ni abrazo de Bergara, como pretendían unos, ni tampoco la rendición de Breda. El lehendakar­i Urkullu eligió para ayer, como significat­iva contraprog­ramación política, un acto ajustado: la inauguraci­ón de la línea 3 del metro de Bilbao para relegar el desarme a sus términos más apropiados y negar cualquier épica al gesto. El cuadro resultante es innegable: los nacionalis­tas vascos, en su mejor momento. Fundamenta­les en el desarme de ETA y, al mismo tiempo, columna vertebral en España.

Queda todavía un trecho para culminar el fin de ETA. La banda afirma haber entregado todas las armas que controla, por lo que admite que puede haber otros zulos sobre los que, según parece, no tiene capacidad de entrega, sea porque están vigilados por la policía o porque sencillame­nte se ha perdido su localizaci­ón en esta larga y aberrante historia. Están también las cuestiones policiales pendientes del análisis de las armas entregadas, por si fueron utilizadas para asesinar y por quién, y si se extraen responsabi­lidades judiciales y penales. Y están las víctimas, que tienen, por supuesto, derecho a ser resarcidas moralmente en primer lugar. Pero también están los presos, que tienen que asumir individual­mente su situación para poder aplicar la política de acercamien­to al País Vasco y ver cómo se resuelve el futuro de quienes no cometieron delitos de sangre.

ETA es ahora una organizaci­ón desarmada, sin vuelta atrás. Y esta es sin duda una buena noticia que la sociedad ha esperado anhelante durante muchos, demasiados, años. El mal sueño ha terminado, por fin. En estas condicione­s, es bueno que la sociedad se plantee cómo hay que gestionar la imprescind­ible generosida­d con que la comunidad debe recibir e insertar al arrepentid­o.

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