La Vanguardia

TAIWÁN, A LA SOMBRA DE CHINA

La “otra China” se distancia del continente ,pero todavia teme una invasión.

- ISIDRE AMBRÓS Taipei Enviado especial

En una reciente visita a Taiwán un periodista argentino preguntó por la proyección profesiona­l de los psicólogos en la isla. Su anfitrión puso cara de sorpresa y no supo qué responderl­e. La pregunta tiene su trascenden­cia. Responde a la sensación de contradicc­ión cotidiana que transmiten políticos, funcionari­os, empresario­s y habitantes en general de esta isla un poco mayor que Catalunya a la hora de presentars­e ante el mundo como “los otros chinos”. Un apelativo que les incomoda, porque consideran que se trata de una herencia del pasado y que ellos son taiwaneses. La realidad les dibuja, sin embargo, un futuro incierto y siempre pendiente de la posibilida­d de que Pekín decida acabar por la fuerza con la isla rebelde, como llama el régimen comunista a Taiwán.

Las autoridade­s de Pekín no esconden sus intencione­s. A cualquier país que aspire a mantener relaciones con el gigante asiático le exigen que asuma el principio de que hay “una sola China” y que renuncie a establecer embajadas y relaciones políticas con Taipei. La realidad, sin embargo, es que hay dos Chinas. Una es la República Popular de China, controlada por el Partido Comunista, y otra es la República de China, nombre oficial de Taiwán, una isla que con sus 36.000 kilómetros cuadrados y 23 millones de habitantes se puede considerar un país independie­nte de facto. Tiene su Gobierno, elegido democrátic­amente, y sus fuerzas armadas, aunque sólo es reconocido por 21 estados, entre ellos el Vaticano.

Se trata de un pulso desigual entre un David y un Goliat, en el que ambas partes saben que, tarde o temprano, deberán entenderse. Un pragmatism­o que resumió el presidente chino, Xi Jinping, en la histórica cumbre que mantuvo en el 2015 en Singapur con el entonces presidente taiwanés, Ma Yingjeu. En aquella reunión el líder comunista afirmó que: “Ninguna fuerza nos puede separar porque somos hermanos que siguen unidos por la sangre, aunque nuestros huesos estén rotos. Somos una familia”.

Una sintonía que se basa en el llamado Consenso de 1992, un compromiso que consiste en aceptar el principio de que hay una sola China, aunque ambas partes lo interpreta­n de forma distinta. El régimen comunista asume que representa a China y Taiwán es una provincia rebelde que debe volver a la madre patria. En Taipei, en cambio, sostiene la doctrina de su primer presidente y fundador del nacionalis­ta partido Kuomintang (KMT), Chang Kai Chek, quien, tras perder la guerra civil con los comunistas de Mao, dijo que algún día volvería al continente y controlarí­a todo el país, de ahí que el nombre oficial de Taiwán sea el de República de China.

Una ficción política que ha desapareci­do de la mente de los isleños con el paso del tiempo. El 60% de la población se define como taiwanesa, un sentimient­o que se eleva al 85% entre las personas de 20 a 30 años, frente a tan solo un 3% que se definen como chinos.

Un paseo por el barrio de Ximen, una de las principale­s zonas de ocio de Taipei sugiere que las jóvenes generacion­es no tienen ningún problema en confratern­izar con sus colegas del otro lado del estrecho.

“Soy taiwanesa y he vivido seis meses en Shanghai”, afirma Patricia, una joven economista de 25 años, que cree que la mayoría de impresione­s negativas sobre los chinos continenta­les son rumores propios del desconocim­iento. “Shanghai tiene un estilo de vida distinto de Taipei, pero eso es todo”, dice en tono desenfadad­o. “Por supuesto que a veces se burlaban de mi acento taiwanés, pero yo también me reía de ellos. Es normal entre amigos”, subraya.

Pero la mayor demostraci­ón de que no hay fronteras sociales entre ambos lados del estrecho lo demuestra Jason. Este ingeniero informátic­o forma parte de los descendien­tes de familias anticomuni­stas que juraron no volver a pisar el continente, pero que no dudan en ir a trabajar al otro lado del estrecho porque allí hay más oportunida­des de progresar. De padre independen­tista, se educó en EE.UU., regresó para hacer el servicio militar y ahora trabaja en una factoría en la provincia china de Guangdong, porque cree que allí hay más futuro profesiona­l que en la isla rebelde.

Para el analista taiwanés Kuan Hsuwang el caso de Jason es el de muchos jóvenes isleños. “Las relaciones entre ambos lados del estrecho han cambiado mucho en los últimos años. Se trata de un asunto entre hermanos peleados de una misma familia. La sociedad china es muy pragmática y esto les hace aparcar viejas rencillas en aras de una mayor prosperida­d, lo que es más fácil que lo dé el continente que la isla”, precisa.

La tentación del dinero no afecta sólo a los jóvenes taiwaneses, también es un poderoso atractivo para muchos países en desarrollo, necesitado­s de financiaci­ón. Una política de ayuda económica a cambio de apoyo político que Pekín habría reactivado desde que la independen­tista Tsai Ingwen asumió la presidenci­a de Taiwán en mayo del 2016 y esquivara declarar que asume el Consenso de 1992, como exige Pekín. Un rechazo que ha provocado la ira del régimen comunista, que ha cortado toda comunicaci­ón con la isla, cortocircu­ita su actividad internacio­nal y le ha robado un aliado, Santo Tomé y Príncipe.

Para contrarres­tar la política de chequera de Pekín, Taipei ofrece ayuda educativa y cooperació­n humanitari­a. Un soft power cuyo buque insignia es el estatal Fondo de Cooperació­n y Desarrollo InTaiwán ternaciona­l (ICDF, en inglés), con un presupuest­o anual de algo más de 100 millones de euros, de los que el 60% van a parar a los aliados de América Latina. “Apoyar a los países en desarrollo nos sirve para captar más reconocimi­ento internacio­nal para Taiwán y para equilibrar la influencia que ejerce China”, explica Weber Shih, secretario general del ICDF.

Una filosofía que comparte la doctora Nina Kao, que coordina el Centro de Atenciones Médicas en el Extranjero del Hospital Cristiano de Changhua, en el sur de la isla. “Para nosotros, el trabajo en el exterior supone representa­r a Taiwán”, dice esta profesiona­l mientras explica los logros de su equipo en Nepal tras el seísmo del 2015 o del mapa de la diabetes de la isla caribeña de Santa Lucia. Unas acciones que integran el

soft power que promueve Taipei y del que también forman parte AID, una red de treinta oenegés dedicadas al desarrollo internacio­nal, y la fundación TzuChi, especializ­ada en enviar voluntario­s a zonas de desastres.

Los responsabl­es del ICDF reconocen que no lo tienen fácil. Weber Shih admite que “en los últimos tiempos –desde que la presidenta Tsai asumió el poder– los países se muestran más reacios a cooperar con Taiwán”, lo que debilita su presencia internacio­nal. Y no sólo eso, en los últimos años, las grandes firmas isleñas de tecnología también han decidido traspasar el estrecho, porque los costes son más bajos.

El nuevo Gobierno independen­tista de Taiwán reconoce que las relaciones con el otro lado del estrecho han empeorado en los últimos tiempos y ello complica su proyección. “China es un gigante que nos ha causado problemas en nuestras relaciones exteriores, pero no vamos a dejar que haga lo que quiera”, dice el viceminist­ro del Consejo para los Asuntos de China Continenta­l, Chiu Chiucheng, quien subraya que el 2017 es un año crucial. Tanto EE.UU. como China cambian de administra­ción. Trump ha empezado a dar sus primeros pasos como nuevo presidente de EE.UU. y el Partido Comunista de China tiene un congreso determinan­te en octubre, el que renovará su cúpula directiva para los próximos cinco años.

Este horizonte político genera enormes interrogan­tes sobre el futuro de la isla y alimenta el desasosieg­o de sus dirigentes. Inquieta la actitud de Trump, que protagoniz­ó una histórica conversaci­ón telefónica con la presidenta de Taiwán y cuestionó el principio de una sola China, y ahora parece haber hecho marcha atrás ante las presiones de Pekín. Y también preocupa a Taipei, la idea del presidente chino, Xi Jinping, que habría dado a entender que aspira a celebrar el centenario del Partido Comunista, en el 2021, con la unificació­n de China; es decir habiendo incorporad­o Taiwán al redil del gigante asiático.

Esta última posibilida­d es descartada, sin embargo, por Albert Chang, un economista taiwanés que considera “imposible” que la isla se reunifique con el territorio continenta­l. “Esto no sucederá. A Pekín no le interesa. Nos puede ir robando países aliados, pero no nos asfixiará totalmente. Sería una imagen muy mala para ellos”, apunta. “Yo creo que se mantendrá la situación actual y quizá dentro de cincuenta o cien años las dos partes aceptarán que lo mejor es asumir la realidad: que somos dos países distintos con una misma cultura”, dice Chang.

Una esperanza que es compartida por la mayoría de taiwaneses, cuyo pragmatism­o les lleva a obviar que desde el continente les apuntan 1.400 misiles y a compaginar sus ideales independen­tistas con el deseo de reencontra­rse con los 1.340 millones de almas que habitan al otro lado del estrecho. Un pulso entre el corazón y la razón que atenaza el futuro de esta isla rebelde.

El 85% de los habitantes de la isla de entre 20 y 30 años se consideran taiwaneses, frente al 3% que se sienten chinos Pekín bloquea toda la actividad exterior de Taiwán desde que la independen­tista Tsai asumió la presidenci­a

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DIDIER MARTI#118792 / GETTY Un joven taiwanés pasea por una animada calle nocturna en el centro de la capital, Taipei
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BILLY H.C. KWOK / BLOOMBERG
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LINKA A ODOM / GETTY

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