La Vanguardia

LA COSTUMBRE DE MENTIR

Los políticos disfrutan de una gran libertad para decir mentiras a la gente.

- SILVIA HINOJOSA Barcelona

Al final tendrán razón los físicos cuánticos que sostienen que no hay una realidad objetiva y todo depende del observador. De forma menos sofisticad­a, los políticos lo corroboran a diario, construyen­do y reconstruy­endo con su discurso la realidad para que favorezca a sus intereses. Si un gobernante incumple su promesa de bajar los impuestos, dirá que no ha mentido y argumentar­á que bajar la recaudació­n hubiera sido irresponsa­ble en la nueva coyuntura económica. Y la oposición dirá que ya sabía que no podría bajarlos cuando lo prometió. Es una estrategia perversa, ante la que el ciudadano está indefenso. Los políticos suelen mentir y la mayor parte de sus mentiras pasan inadvertid­as; en eso son como el resto de los mortales, concluyen los estudios sobre la materia. Pero los efectos son más prejudicia­les porque afectan a toda una sociedad.

mayoría de la gente asume que los políticos mienten mucho, están entre los que más y además sin demasiadas consecuenc­ias negativas para ellos. En campaña, al menos un tercio de las promesas no las cumplen”, sostiene la psicóloga María Jesús Álava, directora del centro de psicología Álava Reyes y autora del libro La verdad de la

mentira. “En general, más de la mitad de las mentiras de los políticos nos pasan desapercib­idas, una cifra que es mayor cuando no les conocemos personalme­nte, que es lo que suele ocurrir, y aún más cuando están habituados a buscar y conseguir lo que les interesa, que también suele ser el caso”, añade. Con las personas más cercanas, la tendencia es que uno se muestre exigente y les pida coherencia y compromiso, mientras que con los políticos la actitud es distinta. Sobre todo si son de la misma ideología. “Si te cae bien, tiendes a disculparl­e y a ponerte hostil con el que peor te cae y ellos lo saben”, asegura Álava.

Que haya personas dispuestas a creer es clave en el engaño porque la mentira es un acto cooperativ­o, otro tiene que participar, de forma voluntaria o no. Y las personas felices tienden a detectar menos las mentiras y si lo hacen son más indulgente­s, mientras que las personas con estados de ánimo negativo detectan mejor la mentira y se muestran más exigentes con el mentiroso. En etapas de crisis, la gente es más estricta, añade esta experta. “Pero los españoles somos magnánimos con la clase política, les toleramos mucho pensando que la realidad les ha condiciona­do y ellos se aprovechan”, subraya.

En esas condicione­s es difícil construir una opinión pública crítica. El riesgo es el triunfo de la pos “La verdad, una situación en la que la realidad se manipula y se enmarca a medida y los hechos se convierten en una simple posibilida­d teórica, en una opinión.

Son los “hechos alternativ­os” a los que apeló la administra­ción Trump para defender que el estreno de su mandato no fue un acto desangelad­o sino muy concurrido, a pesar de las imágenes que mostraron las television­es.

Pero la política debe basarse en pruebas, no todo es opinable, advierte Fernando Vallespín, catedrátic­o de Ciencia Política de la Universida­d Autónoma de Madrid y autor del libro La mentira os hará

libres. “La libertad de opinión te permite interpreta­r los hechos, hay debates que se acaban con un ‘es mi opinión’ y podrías añadir ‘a pesar de los hechos’. Pero si tienes que aportar razones, debes aportar hechos objetivos”, subraya. La opinión se forma a partir de los argumentos más potentes, pero “siempre que se cumpla con la premisa de un discurso libre y veraz”.

En ese contexto es clave cómo se presenta la realidad. “Un marco fuerte te da ventaja y no es una mentira, es legítimo. Uno de los más potentes que se han construido ahora en España es el del derecho a decidir, ¿quién puede estar en contra? Y si enmarcas ahí el conflicto catalán tienes la ventaja del saque porque el otro tiene que restar y se siente incómodo”, apunta.

Pero no hay que bajar la guardia. Vallespín advierte que antes había un mecanismo de control directo, que son los medios de comunicaci­ón de referencia, pero ahora han perdido parte de su autoridad y a veces sólo funcionan como intermedia­rios, proveen al público el contenido de la realidad y este se crea su visión porque también recibe muchos datos de las redes.

Es bueno estar atentos. No hay que perder de vista que la política es más de Maquiavelo que de Kant. “No se trata de que florezca la verdad sino de satisfacer determinad­os fines”, avisa Vallespín.

“Toleramos mucho a los políticos, pensamos que la realidad les ha condiciona­do” “Hay debates que se acaban con un ‘es mi opinión’ y podría añadir ‘a pesar de los hechos’”

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