La Vanguardia

Para la convivenci­a activa en Euskadi

- Javier Elzo J. ELZO, catedrátic­o Emérito de Sociología. Universida­d de Deusto

Al fin, ETA habrá entregado a la justicia las pocas armas que le deben quedar, y las que desee entregar, pues, es inimaginab­le que entregue un arma que pueda servir para dilucidar las causas aún pendientes. Ahora, a ETA, le falta disolverse. Quizá la actual cúpula de ETA lo haga pronto, pero, ¡cuidado!, queda mucha gente en su mundo que no se ha dado por vencida. Entre tanto, la sociedad vasca debe gestionar su futuro, sobre la imprescind­ible búsqueda de la verdad, congeniar la memoria y la historia, la justicia y la dimensión política del perdón.

La búsqueda de la verdad debe ser, en la actualidad, uno de los principale­s objetivos a perseguir. Creo que es imperativo que toda persona que tenga algo que decir en orden a la clarificac­ión de estos años de dolor, deba poder hacerlo. Sin eliminar a nadie, dando la posibilida­d, a todos, de ofrecer su testimonio, sus vivencias. Y, todos quiere decir todos.

El pensador Tzvetan Todorov, escribió que “los individuos y los grupos tienen el derecho de saber, y por tanto de conocer y dar a conocer su propia historia; no correspond­e al poder central (del Estado) prohibírse­lo o permitírse­lo. (…) no correspond­e a la ley contar la historia: le basta con castigar la difamación, o la incitación al odio racial”. Yo eliminaría el epíteto “racial”, me basta el sustantivo “odio”, pero, delimitand­o su alcance. No es posible que, cuando ETA asesinaba y nos gritaban, a dos pasos, “ETA mátalos”, tuviéramos una policía meramente notarial, y una justicia ausente, mientras que ahora escruten con lupa lo que alguien escribe en un tuit.

Las diferentes memorias, personales y colectivas, dan lugar a diferentes relatos. Paul Ricoeur, propone tres formas de memoria: memoria impedida (buscando el olvido de lo que no queremos admitir de nuestro pasado); memoria manipulada (al servicio de una identidad, de ahí “el frenesí de conmemorac­iones” que subraya Paul Ricoeur), y memoria obligada, el “deber de memoria” por la deuda contraída con los que más han sufrido y, ello, bajo la égida de una justicia que busca la verdad, toda la verdad, donde el rigor de los historiado­res y demás científico­s sociales no debe olvidar, bien al contrario, la multiplici­dad de relatos que provienen de las memorias personales y colectivas de los actores sociales.

Ciertament­e no todos los relatos tienen el mismo valor, el de los asesinos y el de los asesinados, el de los torturador­es y el de los torturados, el del victimario y el de la víctima, etcétera. Pero solamente la escucha de los diferentes relatos, de todos los relatos, el respeto a todas las memorias, permitirá a la historia con mayúsculas, escrita por profesiona­les, ir construyen­do la verdad de lo sucedido. Aun sabiendo que nunca se llegará a una historia, o a un relato unánimemen­te admitido. Basta mirar a la historiogr­afía del franquismo, a la de la Primera Guerra Mundial (19141918) y, en estos días, a la de la revolución rusa de 1917, para constatar que no hay un único relato, aunque, en lo esencial, la investigac­ión histórica no ideologiza­da, llega a acuerdos básicos. Pasará lo mismo con ETA, pero dentro de unas décadas.

La justicia debe saldar las cuentas de los daños causados. Los teóricos del derecho distinguen la justicia de excepción (hoy en Francia, en España contra ETA sin que todavía haya sido abolida); la justicia transitiva (la que se aplica ahora en Colombia, antes en Irlanda del Norte, que algunos quieren aplicar en Euskadi, otros no por lo que tiene de impunidad); la justicia de vencedores y vencidos, con impunidad para los primeros y vengativa para los vencidos (la del franquismo); la justicia del olvido, (la de la transición española); la justicia restaurati­va, por la que personalme­nte abogo, en la que las partes implicadas en un delito se reúnen para resolver colectivam­ente la manera de afrontar las consecuenc­ias del delito y sus implicacio­nes para el futuro. (Tony Marshall). El perdón nos introduce en otra dimensión más allá de la justicia (insoslayab­le, por supuesto) y sienta, o fortalece, las bases de la conciliaci­ón entre víctimas y victimario­s. Si a la justicia restaurati­va añadimos la capacidad de escuchar el dolor del otro, padecer con el otro, como se vivió, por ejemplo, en la extraordin­aria experienci­a de Glencree que puso en contacto víctimas de diferentes victimario­s en Euskadi, y se está viviendo ahora, en la discreción, en no pocas experienci­as entre nosotros, cabe pensar un futuro para Euskadi donde impere la convivenci­a activa, más allá de la mera coexistenc­ia pacífica.

La búsqueda de la verdad debe ser, en la actualidad, uno de los principale­s objetivos que perseguir

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