Para la convivencia activa en Euskadi
Al fin, ETA habrá entregado a la justicia las pocas armas que le deben quedar, y las que desee entregar, pues, es inimaginable que entregue un arma que pueda servir para dilucidar las causas aún pendientes. Ahora, a ETA, le falta disolverse. Quizá la actual cúpula de ETA lo haga pronto, pero, ¡cuidado!, queda mucha gente en su mundo que no se ha dado por vencida. Entre tanto, la sociedad vasca debe gestionar su futuro, sobre la imprescindible búsqueda de la verdad, congeniar la memoria y la historia, la justicia y la dimensión política del perdón.
La búsqueda de la verdad debe ser, en la actualidad, uno de los principales objetivos a perseguir. Creo que es imperativo que toda persona que tenga algo que decir en orden a la clarificación de estos años de dolor, deba poder hacerlo. Sin eliminar a nadie, dando la posibilidad, a todos, de ofrecer su testimonio, sus vivencias. Y, todos quiere decir todos.
El pensador Tzvetan Todorov, escribió que “los individuos y los grupos tienen el derecho de saber, y por tanto de conocer y dar a conocer su propia historia; no corresponde al poder central (del Estado) prohibírselo o permitírselo. (…) no corresponde a la ley contar la historia: le basta con castigar la difamación, o la incitación al odio racial”. Yo eliminaría el epíteto “racial”, me basta el sustantivo “odio”, pero, delimitando su alcance. No es posible que, cuando ETA asesinaba y nos gritaban, a dos pasos, “ETA mátalos”, tuviéramos una policía meramente notarial, y una justicia ausente, mientras que ahora escruten con lupa lo que alguien escribe en un tuit.
Las diferentes memorias, personales y colectivas, dan lugar a diferentes relatos. Paul Ricoeur, propone tres formas de memoria: memoria impedida (buscando el olvido de lo que no queremos admitir de nuestro pasado); memoria manipulada (al servicio de una identidad, de ahí “el frenesí de conmemoraciones” que subraya Paul Ricoeur), y memoria obligada, el “deber de memoria” por la deuda contraída con los que más han sufrido y, ello, bajo la égida de una justicia que busca la verdad, toda la verdad, donde el rigor de los historiadores y demás científicos sociales no debe olvidar, bien al contrario, la multiplicidad de relatos que provienen de las memorias personales y colectivas de los actores sociales.
Ciertamente no todos los relatos tienen el mismo valor, el de los asesinos y el de los asesinados, el de los torturadores y el de los torturados, el del victimario y el de la víctima, etcétera. Pero solamente la escucha de los diferentes relatos, de todos los relatos, el respeto a todas las memorias, permitirá a la historia con mayúsculas, escrita por profesionales, ir construyendo la verdad de lo sucedido. Aun sabiendo que nunca se llegará a una historia, o a un relato unánimemente admitido. Basta mirar a la historiografía del franquismo, a la de la Primera Guerra Mundial (19141918) y, en estos días, a la de la revolución rusa de 1917, para constatar que no hay un único relato, aunque, en lo esencial, la investigación histórica no ideologizada, llega a acuerdos básicos. Pasará lo mismo con ETA, pero dentro de unas décadas.
La justicia debe saldar las cuentas de los daños causados. Los teóricos del derecho distinguen la justicia de excepción (hoy en Francia, en España contra ETA sin que todavía haya sido abolida); la justicia transitiva (la que se aplica ahora en Colombia, antes en Irlanda del Norte, que algunos quieren aplicar en Euskadi, otros no por lo que tiene de impunidad); la justicia de vencedores y vencidos, con impunidad para los primeros y vengativa para los vencidos (la del franquismo); la justicia del olvido, (la de la transición española); la justicia restaurativa, por la que personalmente abogo, en la que las partes implicadas en un delito se reúnen para resolver colectivamente la manera de afrontar las consecuencias del delito y sus implicaciones para el futuro. (Tony Marshall). El perdón nos introduce en otra dimensión más allá de la justicia (insoslayable, por supuesto) y sienta, o fortalece, las bases de la conciliación entre víctimas y victimarios. Si a la justicia restaurativa añadimos la capacidad de escuchar el dolor del otro, padecer con el otro, como se vivió, por ejemplo, en la extraordinaria experiencia de Glencree que puso en contacto víctimas de diferentes victimarios en Euskadi, y se está viviendo ahora, en la discreción, en no pocas experiencias entre nosotros, cabe pensar un futuro para Euskadi donde impere la convivencia activa, más allá de la mera coexistencia pacífica.
La búsqueda de la verdad debe ser, en la actualidad, uno de los principales objetivos que perseguir