Mesa y mantel (con señoras)
Están ustedes ante un columnista despreciable, sin principios y de poco fiar. Capaz de revindicar el miércoles la doctrina Monzó sobre el comer, de emocionarse el jueves ante un puchero de pochas y de almorzar el viernes medias raciones –naturalmente para compartir– en un restaurante al que nunca llevaría a los buenos amigos.
Si Hillary Clinton sostiene ahora que perdió la presidencia de EE.UU. por la misoginia, yo le diría que pida turno en la cola de los damnificados por las diferencias de género, donde muchos Judas pagamos el peaje de traicionar todo principio culinario.
Yo espero que el Taula i barra sea un éxito, pero no porque lo haya escrito un colega cojonudo ni para que el Grupo gane pasta –que también–, sino para que el día de mañana los niños de hoy tengan la fuerza moral que a mí me falta y sepan defender sus principios hasta alcanzar una vida sentimental y sexual estupenda sin el peaje de makis y tatakis, risottos y ensaladas, pica-picas y postres expoliados.
El gran mandamiento de la doctrina Monzó es no compartir en la mesa. Cada uno pide y se come lo suyo (de esta forma es más sencillo reivindicar el “cada uno es responsable de su orgasmo”). Por culpa del maldito romanticismo y las modas, un divorciado como yo no puede acudir a citas de mesa y mantel y decir la verdad:
–No sólo no me gusta compartir, ¡me revienta!
Si dijese eso, la comensal y víctima propiciatoria daría por hecho que está ante un ser egoísta y anticuado al que mejor no arrimarse (precisamente, el motivo de la cita gastronómica).
Lo mismo sucede con saleros y pimenteros, aceiteras y vinagreras: a ver quién es el chulo que en un restaurante de moda –y del gusto de tu cita– se atreve a decir: –Estoy harto de tantas chorradas. Uno ya no tiene remedio, pero espero que algún día haya varones que no renuncien a sus convicciones y sepan conciliar un estofado de rabo de toro –untado en pan– con seducir a una mujer que come ligero, vive saludable y es carne de gimnasio.
Llegará un día en que la persona humana del género masculino disfrutará tanto con los amigos como con las amigas en una mesa. Ni con la doctrina Monzó ni con la inyección de moral de la última cena de los jueves, reúno valor para la coherencia. ¡El jueves! Mesa para tres en el Taktika Berri: un 80% de hombres en el comedor. Dos pedimos pochas: ¡nos dejaron el puchero! ¡Qué felicidad vintage!
El viernes, en cambio, almorcé con una amiga que quiso invitar a un restaurante nuevo (la novedad, ¡ay!, avala esa moda de probar cuantos más platos mejor, como si se acabara el mundo y uno no pudiera volver). De repente, cuatro de los cinco platos coincidieron en la mesa. ¿Dejaba enfriar el rissoto de ceps, las chuletillas, el brie caliente o las bravas?
La compañía, bien, gracias...
Si uno dice que no le gusta compartir en la mesa, te ven un egoísta y anticuado al que mejor no arrimarse