Cobarde, gallina...
Palabras que repetían a coro los adolescentes de hace bastantes años para señalar a compañeros aduladores de los maestros, falsos o hipócritas. No puedo asegurar que todavía continúen vigentes pero tenían una singularidad, la cual era un final poco común que asignaba un título al más destacado del grupo, que era el de capitán de la sardina.
En la actualidad, estamos comprobando una peligrosa necesidad de titularidad en personajes que proceden de los más diversos ámbitos.
Esta nueva epidemia tiene un peligro, pues la titulitis suele concederse, en la mayoría de las ocasiones, gracias al amiguismo o al temible clientelismo.
Los favorecidos por estas inesperadas prebendas aparecen en cualquier área laboral que ejerzan y en la que muy probablemente han destacado, pero sus egos son insaciables, ya que tienen asumido el reconocimiento profesional como algo que se les debe, pues sienten el vacío de un título que, a modo de medalla, les identifique como personajes muy especiales.
Los afectados por el virus de la titulitis solamente se curan de la enfermedad consiguiendo su propósito, que suelen alcanzar por vías poco honestas, tal como he apuntado ya.
Pero el fraude acostumbra a proseguir, con daños subsiguientes para aquellos que, fiándose del título, consultan al falso titular sobre algún problema que pueda preverse, y entra en los conocimientos de aquel que no reconoce nunca su incompetencia, dando largas al confiado ciudadano a quien tranquiliza, advirtiéndole que la complejidad de su tema requiere minuciosidad, tiempo y estudio, para llegar a soluciones que consigan satisfacer sus objetivos.
La primera nota de honorarios no suele ser desorbitada y se presenta tras un razonable periodo en el que se supone que el farsante ha dedicado horas en resolver el caso.
La tragicomedia continúa, el farsante va espaciando sus contactos directos hasta que una larga ausencia genera la desconfianza del damnificado, que se convierte en una decepción o franca indignación que no suele exteriorizar, para no parecer un tonto ingenuo.
Pasado un largo periodo, el damnificado sí se atreverá a dejar de vuelta y media al astuto titular.