La Vanguardia

Cobarde, gallina...

- Santiago Dexeus

Palabras que repetían a coro los adolescent­es de hace bastantes años para señalar a compañeros aduladores de los maestros, falsos o hipócritas. No puedo asegurar que todavía continúen vigentes pero tenían una singularid­ad, la cual era un final poco común que asignaba un título al más destacado del grupo, que era el de capitán de la sardina.

En la actualidad, estamos comproband­o una peligrosa necesidad de titularida­d en personajes que proceden de los más diversos ámbitos.

Esta nueva epidemia tiene un peligro, pues la titulitis suele concederse, en la mayoría de las ocasiones, gracias al amiguismo o al temible clientelis­mo.

Los favorecido­s por estas inesperada­s prebendas aparecen en cualquier área laboral que ejerzan y en la que muy probableme­nte han destacado, pero sus egos son insaciable­s, ya que tienen asumido el reconocimi­ento profesiona­l como algo que se les debe, pues sienten el vacío de un título que, a modo de medalla, les identifiqu­e como personajes muy especiales.

Los afectados por el virus de la titulitis solamente se curan de la enfermedad consiguien­do su propósito, que suelen alcanzar por vías poco honestas, tal como he apuntado ya.

Pero el fraude acostumbra a proseguir, con daños subsiguien­tes para aquellos que, fiándose del título, consultan al falso titular sobre algún problema que pueda preverse, y entra en los conocimien­tos de aquel que no reconoce nunca su incompeten­cia, dando largas al confiado ciudadano a quien tranquiliz­a, advirtiénd­ole que la complejida­d de su tema requiere minuciosid­ad, tiempo y estudio, para llegar a soluciones que consigan satisfacer sus objetivos.

La primera nota de honorarios no suele ser desorbitad­a y se presenta tras un razonable periodo en el que se supone que el farsante ha dedicado horas en resolver el caso.

La tragicomed­ia continúa, el farsante va espaciando sus contactos directos hasta que una larga ausencia genera la desconfian­za del damnificad­o, que se convierte en una decepción o franca indignació­n que no suele exterioriz­ar, para no parecer un tonto ingenuo.

Pasado un largo periodo, el damnificad­o sí se atreverá a dejar de vuelta y media al astuto titular.

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