¿Valía la pena romperlo todo?
El título de este artículo es un préstamo del libro de Duran Lleida titulado en catalán Un pa com unes hòsties, y en castellano Un pan como unas tortas. El refrán es un reclamo perfecto para leer el texto de 219 páginas que incorpora una recopilación de las cartas del que fue líder de Unió y que se completa con un prólogo y un epílogo que fortalecen la obra y la dotan de un interés adicional al de releer las con frecuencia agudas reflexiones del democristiano dirigidas a la militancia de su partido y a la opinión pública. Sin embargo, la síntesis del mensaje que Duran Lleida quiere trasladar lo condensa en una interrogante que es el subtítulo del ensayo –“¿Valía la pena romperlo todo?”– que se contesta muy rotundamente: no, no valía la pena, de ahí que en Catalunya, y en el conjunto de España, este proceso soberanista haya terminado por entenderse como un frustrado “pan como unas tortas”. De modo que título y subtítulo de la recopilación de Duran, oportunamente editada por ED libros, editorial a la que Fèlix Riera le está dando un extraordinario dinamismo, sean expresiones oportunas en este preciso momento, aunque las recomendaciones, advertencias y avisos del autor hayan sido a menudo certeros, valorados ahora con la perspectiva que proporciona la distancia temporal.
El pasado martes, Duran volvió a Madrid para presentar la obra en la que Lluís Bassets y yo mismo, con el prolegómeno de Riera, oficiamos de teloneros de una enérgica intervención del democristiano ante una audiencia reducida –un centenar de personas– pero muy cualificada en el auditorio de Abertis, en el número 39 del paseo de la Castellana. Fue muy interesante que en primera fila se sentase Felipe González y la exministra Elena Salgado, acompañada de sus otros compañeros de gabinete con Zapatero, como Miguel Sebastián o Jordi Sevilla. Pero lo fue tanto o más que asistieran el secretario de Estado de Administraciones Territoriales y mano derecha de la vicepresidenta Sáenz de Santamaría, el aragonés Roberto Bermúdez de Castro, y Pablo Casado, vicesecretario de comunicación del PP, sentado tras el número dos del ministerio de reciente creación –Administraciones Territoriales– que es el que, con la vicepresidenta al frente– ha de articular las soluciones políticas para Catalunya y las demás comunidades autónomas.
No fue un acto nostálgico sino de rabiosa actualidad. Lo más interesante de lo que dijo –mucho y bien– Duran Lleida no consistió en las críticas al proceso soberanista, ya conocidas, ni los reproches al president de la Generalitat por algunas de sus innecesarias y erróneas palabras en la Universidad de Harvard, ni siquiera la reprobación del quietismo de Rajoy. Lo más interesante de la intervención del autor de Un pan como unas tortas resultó, en mi opinión, el llamamiento para que entren en interlocución “las convicciones y las realidades”. Duran fue pragmático: el diálogo sólo es posible si las creencias –en este caso las independentistas– no se adaptan a las realidades –en este caso las políticas, las jurídicas y las del contexto internacional a las que se aferra el Gobierno de España–. La emoción soberanista –no lo dijo pero se le entendió– conduce a la posverdad, a la elaboración de relatos alternativos y, a la postre, a fakes que terminarán por frustrar a la sociedad catalana si continúan. De otra parte, la instalación en el inmovilismo no dispondrá de efectos taumatúrgicos. Hay que actuar, tras constatar –como hace Duran en el libro y lo reiteró el martes en Madrid– que no valía la pena el destrozo causado (a los partidos, a las instituciones, a la burguesía catalana que emite un “ruidoso silencio” según nuestro autor y a la cohesión de la propia Catalunya y de esta con el conjunto de España).
Duran Lleida como otros muchos –algunos asistentes a la presentación de su libro– no debería estar amortizado en una democracia solvente. Él y otros, por trayectoria, por experiencia, por logros, son el fondo de armario de un sistema que necesita voces protagonistas y otras de referencia, senatoriales y consultivas, tal y como ocurre en regímenes democráticos consistentes y que optimizan el expertise político y gestor de sus personalidades ahora en una segunda línea. Duran es un españolista en Catalunya y un filoindependentista en Madrid. Al final, aquellos que se instalen en la ecuanimidad y la empatía –no en la equidistancia o en la ausencia de compromiso, o, lo que sería peor, en la cobardía de no definirse para estar a bien con los unos y con los otros– se van a llevar el gato al agua en esta crisis tan profunda de la convivencia entre Catalunya y el resto de España. Duran adelantó que no habrá referéndum –aunque llegue a convocarse– y se celebrarán elecciones que cambiarán por completo el ya desvencijado paradigma del sistema catalán de partidos.
El regreso de Duran a Madrid –sin apenas repercusión en los medios de la capital– se ha producido en un contexto que le permitió augurar graves y grandes dificultades inmediatas. Un contexto delimitado por la suspensión cautelar de parte de los presupuestos de la Generalitat por el TC, la inhabilitación de Homs, Mas, Rigau y Ortega, la puesta en marcha por la Fiscalía General del Estado de mecanismos de investigación preventivos sobre empresas y entidades que pudieran estar trabajando ya en una posible convocatoria de la consulta cuya fecha, según Junqueras, se fijará en el mes de junio, y con la emergencia, tímida y aún insegura, de intentos de recuperar el espacio moderado perdido por el catalanismo que vertebró Catalunya desde 1978, como el que protagoniza Lliures.
Un espacio ahora yermo pero que el propio Duran reivindicó para un futuro en el que las tornas cambien si las “convicciones y las realidades” entran en una racional interlocución. No hay otra alternativa que la combinación del respeto a la ley, su reforma cuando proceda y un serio ejercicio de recíproca empatía.
Duran en Madrid lanzó un llamamiento para que entren en interlocución las ‘convicciones’ independentistas con las ‘realidades’ jurídicas y políticas