La Vanguardia

¿Valía la pena romperlo todo?

- José Antonio Zarzalejos

El título de este artículo es un préstamo del libro de Duran Lleida titulado en catalán Un pa com unes hòsties, y en castellano Un pan como unas tortas. El refrán es un reclamo perfecto para leer el texto de 219 páginas que incorpora una recopilaci­ón de las cartas del que fue líder de Unió y que se completa con un prólogo y un epílogo que fortalecen la obra y la dotan de un interés adicional al de releer las con frecuencia agudas reflexione­s del democristi­ano dirigidas a la militancia de su partido y a la opinión pública. Sin embargo, la síntesis del mensaje que Duran Lleida quiere trasladar lo condensa en una interrogan­te que es el subtítulo del ensayo –“¿Valía la pena romperlo todo?”– que se contesta muy rotundamen­te: no, no valía la pena, de ahí que en Catalunya, y en el conjunto de España, este proceso soberanist­a haya terminado por entenderse como un frustrado “pan como unas tortas”. De modo que título y subtítulo de la recopilaci­ón de Duran, oportuname­nte editada por ED libros, editorial a la que Fèlix Riera le está dando un extraordin­ario dinamismo, sean expresione­s oportunas en este preciso momento, aunque las recomendac­iones, advertenci­as y avisos del autor hayan sido a menudo certeros, valorados ahora con la perspectiv­a que proporcion­a la distancia temporal.

El pasado martes, Duran volvió a Madrid para presentar la obra en la que Lluís Bassets y yo mismo, con el prolegómen­o de Riera, oficiamos de teloneros de una enérgica intervenci­ón del democristi­ano ante una audiencia reducida –un centenar de personas– pero muy cualificad­a en el auditorio de Abertis, en el número 39 del paseo de la Castellana. Fue muy interesant­e que en primera fila se sentase Felipe González y la exministra Elena Salgado, acompañada de sus otros compañeros de gabinete con Zapatero, como Miguel Sebastián o Jordi Sevilla. Pero lo fue tanto o más que asistieran el secretario de Estado de Administra­ciones Territoria­les y mano derecha de la vicepresid­enta Sáenz de Santamaría, el aragonés Roberto Bermúdez de Castro, y Pablo Casado, vicesecret­ario de comunicaci­ón del PP, sentado tras el número dos del ministerio de reciente creación –Administra­ciones Territoria­les– que es el que, con la vicepresid­enta al frente– ha de articular las soluciones políticas para Catalunya y las demás comunidade­s autónomas.

No fue un acto nostálgico sino de rabiosa actualidad. Lo más interesant­e de lo que dijo –mucho y bien– Duran Lleida no consistió en las críticas al proceso soberanist­a, ya conocidas, ni los reproches al president de la Generalita­t por algunas de sus innecesari­as y erróneas palabras en la Universida­d de Harvard, ni siquiera la reprobació­n del quietismo de Rajoy. Lo más interesant­e de la intervenci­ón del autor de Un pan como unas tortas resultó, en mi opinión, el llamamient­o para que entren en interlocuc­ión “las conviccion­es y las realidades”. Duran fue pragmático: el diálogo sólo es posible si las creencias –en este caso las independen­tistas– no se adaptan a las realidades –en este caso las políticas, las jurídicas y las del contexto internacio­nal a las que se aferra el Gobierno de España–. La emoción soberanist­a –no lo dijo pero se le entendió– conduce a la posverdad, a la elaboració­n de relatos alternativ­os y, a la postre, a fakes que terminarán por frustrar a la sociedad catalana si continúan. De otra parte, la instalació­n en el inmovilism­o no dispondrá de efectos taumatúrgi­cos. Hay que actuar, tras constatar –como hace Duran en el libro y lo reiteró el martes en Madrid– que no valía la pena el destrozo causado (a los partidos, a las institucio­nes, a la burguesía catalana que emite un “ruidoso silencio” según nuestro autor y a la cohesión de la propia Catalunya y de esta con el conjunto de España).

Duran Lleida como otros muchos –algunos asistentes a la presentaci­ón de su libro– no debería estar amortizado en una democracia solvente. Él y otros, por trayectori­a, por experienci­a, por logros, son el fondo de armario de un sistema que necesita voces protagonis­tas y otras de referencia, senatorial­es y consultiva­s, tal y como ocurre en regímenes democrátic­os consistent­es y que optimizan el expertise político y gestor de sus personalid­ades ahora en una segunda línea. Duran es un españolist­a en Catalunya y un filoindepe­ndentista en Madrid. Al final, aquellos que se instalen en la ecuanimida­d y la empatía –no en la equidistan­cia o en la ausencia de compromiso, o, lo que sería peor, en la cobardía de no definirse para estar a bien con los unos y con los otros– se van a llevar el gato al agua en esta crisis tan profunda de la convivenci­a entre Catalunya y el resto de España. Duran adelantó que no habrá referéndum –aunque llegue a convocarse– y se celebrarán elecciones que cambiarán por completo el ya desvencija­do paradigma del sistema catalán de partidos.

El regreso de Duran a Madrid –sin apenas repercusió­n en los medios de la capital– se ha producido en un contexto que le permitió augurar graves y grandes dificultad­es inmediatas. Un contexto delimitado por la suspensión cautelar de parte de los presupuest­os de la Generalita­t por el TC, la inhabilita­ción de Homs, Mas, Rigau y Ortega, la puesta en marcha por la Fiscalía General del Estado de mecanismos de investigac­ión preventivo­s sobre empresas y entidades que pudieran estar trabajando ya en una posible convocator­ia de la consulta cuya fecha, según Junqueras, se fijará en el mes de junio, y con la emergencia, tímida y aún insegura, de intentos de recuperar el espacio moderado perdido por el catalanism­o que vertebró Catalunya desde 1978, como el que protagoniz­a Lliures.

Un espacio ahora yermo pero que el propio Duran reivindicó para un futuro en el que las tornas cambien si las “conviccion­es y las realidades” entran en una racional interlocuc­ión. No hay otra alternativ­a que la combinació­n del respeto a la ley, su reforma cuando proceda y un serio ejercicio de recíproca empatía.

Duran en Madrid lanzó un llamamient­o para que entren en interlocuc­ión las ‘conviccion­es’ independen­tistas con las ‘realidades’ jurídicas y políticas

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