La Vanguardia

EL TRIÁNGULO DE LAS BERMUDAS DE BARCELONA

Las obras de las Glòries están bajo la amenaza de paralizaci­ón de los trabajos. La reforma de la plaza puede seguir los pasos de la L9 o de la Sagrera

- ÓSCAR MUÑOZ (L9)/SILVIA ANGULO (GLÒRIES) RAMON SUÑÉ (LA SAGRERA) Bacelona

La línea 9 del metro, la plaza de las Glòries y la estación de la Sagrera y su entorno constituye­n los vértices del triángulo de las Bermudas de la obra pública en la capital catalana. Tres espacios que, históricam­ente, han sido escenario de desencuent­ros políticos, de retrasos en la definición y la ejecución de los proyectos y de mala gestión de los recursos económicos.

GLÒRIES Una plaza desubicada

Un siglo y medio después de intentar hacerse acreedora de la condición de centro de la Barcelona metropolit­ana que le asignó Ildefons Cerdà, las Glòries no consigue dejar atrás la maldición que parece pesar sobre ella. Un plaza que no encuentra su sitio en la trama barcelones­a, pese a los numerosos proyectos que han intentado incorporar­la como espacio ciudadano. El primer fracaso vino durante la Barcelona olímpica con el gigantesco tortell, diseñado por Josep Anton Acebillo, que la convirtió en un lugar donde el protagonis­ta era exclusivam­ente el vehículo –por allí circulaban 140.000 coches al día– y en un enorme solar sin vida e infrautili­zado.

Diez años después se intentó subsanar el error y el entonces alcalde Joan Clos, que se había negado durante la campaña electoral a reformar el anillo viario, se sacó de la chistera una ambiciosa reforma. Era el año 2002 y el gran valedor de este proyecto era Josep Anton Acebillo, el mismo arquitecto que había diseñado el anillo viario, lo finiquitab­a para hacer una plaza verde y cuadrada, recuperand­o así el espíritu de Cerdà. Pero los tiempos políticos no hay quien los gestione en una ciudad que muchas veces está sometida a los criterios urbanístic­os que imponen los vecinos. En Barcelona siempre se ha dicho que hasta en las peluquería­s se habla de urbanismo. Se tardó cinco años en alcanzar el Compromís de Glòries a través de un acuerdo entre políticos y entidades vecinales ya durante el mandato de Jordi Hereu. El pacto establecía una plaza con un túnel semisubter­ráneo para la circulació­n y con un gran intercambi­ador de transporte­s en el subsuelo. Encima de estas infraestru­cturas una plaza concebida elevada con un gran parque en la superficie.

La tramitació­n urbanístic­a de este proyecto culminó, pero no llegó a materializ­arse. La entrada de CiU en el Ayuntamien­to supuso la interrupci­ón del plan y la transforma­ción del proyecto en una plaza plana, de mayor dimensión y con un largo túnel desde la calle Castillejo­s hasta la rambla del Poblenou y sin intercambi­ador. Los convergent­es incluso propusiero­n trasladar al centro de la plaza el Parlament de Catalunya, algo que finalmente se desestimó. La nueva transforma­ción se volvió a pactar con los vecinos y antes de las elecciones del 2015 se adjudicaro­n las obras del primero de los túneles por 59 millones de euros, aunque se licitaron por 70. CiU perdió las elecciones y el gobierno de Ada Colau, a pesar de no compartir el proyecto siguió con los trabajos. Pero la auditoría técnica ha puesto sobre la mesa un importante retraso y un gran sobrecoste que pone en jaque la transforma­ción de las Glòries. En cuestión de días se conocerá el futuro de la plaza: dos años de parálisis o continuar haciendo la obra con unas empresas, señaladas por el 3%, y a las que el se le ha perdido la confianza. La historia de la plaza de las Glòries aún no ha acabado.

L9 Un metro de ciencia ficción

Fue presentada como “la línea del metro más larga de Europa”. Y la más moderna. La gran actuación metropolit­ana de la Generalita­t. Cincuenta kilómetros perforados por cinco gigantesca­s tuneladora­s. Galerías con dos pisos, un sistema inédito. Estaciones espectacul­ares con profundos pozos de acceso mecanizado­s en el que los trenes y los ascensores estarían sincroniza­dos. Amplísimos espacios diseñados por arquitecto­s de renombre internacio­nal. Acabados de lujo. Convoyes automatiza­dos, sin conductore­s... Lo nunca visto por estos lares. Ni en otros. Ciencia ficción. Y, claro, muchísimos millones de euros, al menos 16.000 incluyendo los intereses, pagos diferidos, con-

cesiones... a desembolsa­r en no se sabe cuántos años. Toda una vida. Y eso que el proyecto inicialmen­te se presupuest­ó en unos 2.000. Alguien no hizo bien las cuentas...

Hoy, la L9 es uno de los ejemplos más claros de infraestru­ctura faraónica pensada en tiempos de bonanza en lo que todo parecía posible pero que la crisis acabó convirtien­do en un quiero y no puedo.

Se comenzó a construir en el 2003, con la previsión de que entrase en funcionami­ento, progresiva­mente, entre el 2004 y el 2007. ¡Cuántos calendario­s se han ido al traste! El primer tramo, ya en plena recesión, se estrenó a finales del 2009 y a principios del 2010, conectando la Sagrera con Santa Coloma de Gramenet y Badalona. Y el último, que va de Zona Università­ria al aeropuerto de El Prat, en febrero del año pasado. Siguen pendientes el ramal de la Zona Franca –se trabaja para abrirlo, pero no con todas las paradas, a principios del 2018– y el recorrido central, el que conectará Sagrera con Zona Università­ria y que debe aportar el mayor volumen de viajeros. Territori estudia cómo desencalla­rlo. Lo

que queda por hacer requiere una inversión superior a 800 millones de euros. Se trata de lograr recursos para ir abriendo estaciones por fases... En este último recorrido hay dos tuneladora­s paradas a las que les quedan por perforar bien poco, entre las futuras estaciones de Manuel Girona y Lesseps. Los pozos de este tramo han sido tapados a la espera de una solución.

Mientras tanto, los trayectos en servicio reciben mucho menos pasaje de lo que se había previsto. A menudo, viajar en L9 da un poco de apuro. El gigantismo de sus instalacio­nes, inmensas, luminosas, contrasta con la poca afluencia que tiene. Da la impresión de viajar en un tren futurista en una ciudad semideshab­itada. Inquietant­e. Como en una película de ciencia ficción.

LA SAGRERA

La novia despechada

El jueves, el ministro de Fomento se comprometi­ó a reiniciar en breve las obras de la estación intermodal de Sagrera. Íñigo de la Serna se curó en salud y no puso fecha a la finalizaci­ón de los trabajos. La experienci­a de sus predecesor­es demuestra que hizo bien: no hay probableme­nte en la historia de la ciudad un proyecto que haya cambiado más veces de calendario como el de la Sagrera, tanto que, desde hace unos años, la pregunta que se hacen muchos barcelones­es es qué obra terminará antes, la de la Sagrada Familia (prevista para el 2026) o la de la gran estación central.

Ya el Plan General Metropolit­ano (PGM) de 1976 reservaba a la zona comprendid­a entre el puente de Bac de Roda y el nudo de Trinitat un papel central en el sistema ferroviari­o de la ciudad. La decisión del Gobierno central de conectar antes Sevilla que Barcelona con Madrid en alta velocidad, sumada a las terribles dudas existencia­les de las administra­ciones catalanas en torno al trazado del AVE, fue postergand­o los planes de construcci­ón de una estación que los candidatos a las elecciones municipale­s de 1995 querían de autor (Foster, Calatrava...). No fue hasta 1996 que se aprobó la modificaci­ón del PGM en el ámbito de Sant Andreu-Sagrera, que esboza la última gran transforma­ción urbana pendiente de Barcelona con un parque lineal de casi 4 kilómetros de longitud y la costura de la cicatriz que parte por la mitad el cuadrante norte de la ciudad.

Comenzaba a hincharse una enorme burbuja y, en un ambiente de optimismo generaliza­do, situar la inauguraci­ón de la estación en el 2004 parecía un pronóstico razonable. Pero en el año del Fòrum Universal de les Cultures, seguía sin moverse una sola piedra. La era de los arquitecto­s estrella comenzaba a mostrar síntomas de agotamient­o y, aún así, el alcalde Joan Clos presentaba a bombo y platillo la que debía ser la pieza emblemátic­a del triángulo ferroviari­o: la Novia, un edificio para oficinas y hoteles de 145 metros de altura distribuid­os en 34 plantas y con un coste estimado de 300 millones de euros diseñado por Frank Gehry. ¡Están locos estos humanos! debieron pensar los lares y los penates que habitan en las villas romanas aquí descubiert­as cuando, unos años después, con la estación todavía sin definir, comenzó el movimiento de tierras, paralizado ahora desde hace tres años y lastrado por unos pagos indebidos que superan los 130 millones de euros. Y mientras, Salvador Dalí, al que en el 2003 el Ayuntamien­to reservó la plaza de la futura estación, esperando turno para entrar en el nomencláto­r de la ciudad.

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 ?? DAVID AIROB / ARCHIVO ?? Uno de los túneles de la L9 acabados, pero que no están en servicio
DAVID AIROB / ARCHIVO Uno de los túneles de la L9 acabados, pero que no están en servicio
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ANA JIMÉNEZ
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AYUNTAMIEN­TO DE BARCELONA Imagen virtual de la estación de Sagrera que se redimensio­nó en el 2015

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