¿El incivismo como problema turístico?
El gobierno municipal de Barcelona se propone modificar la ordenanza del civismo con el doble objetivo de combatir al turismo incívico por un lado y proteger a los colectivos vulnerables por el otro, según palabras del teniente de alcalde Jaume Asens. Asistimos a una iniciativa con ciertas dosis de populismo. Es cierto que una minoría de turistas es incívica, como lo es también una minoría de barceloneses. Tanto a unos como a los otros se les debe aplicar la ordenanza, con más eficacia si cabe. Aunque ya está sobradamente contemplado en el articulado, cualquier iniciativa para reducir las molestias a los vecinos provocadas por ruidos en apartamentos turísticos, viviendas o en la vía pública es bienvenida. También sería bienvenida una mayor agilidad en el cobro de las sanciones, tanto a turistas como a residentes, ya que sólo una proporción realmente baja de las multas se acaba pagando.
Pero tal y como el gobierno municipal ha anunciado, la medida es un nuevo intento de demonizar el turismo, haciéndolo responsable de muchos de los males que aquejan a la ciudad. Recordemos que en la última encuesta municipal, sólo un 1,5% de los barceloneses se sentían perjudicados por la actividad turística. Es por tanto sorprendente que el Ayuntamiento siga instalado en este discurso cuando no se corresponde con el amplio sentir de la ciudadanía.
En cualquier ciudad, la buena convivencia en el espacio público es esencial para garantizar una buena calidad de vida a sus ciudadanos. Esto es aún más cierto en ciudades densas y con un gran uso del espacio público como es el caso de Barcelona. Es importante garantizar que ningún colectivo se apropie del espacio que es de todos.
Los comerciantes y vecinos del centro de la ciudad recordamos con preocupación cuando el incivismo asediaba nuestras calles. Durante el día la Rambla, la rambla Catalunya y el paseo de Gràcia estaban llenos de trileros, limpiaparabrisas y mendigos con niños y discapacitados. Al caer la tarde llegaban los lateros, las prostitutas y los clientes buscando sexo, que muchas veces practicaban en la misma vía pública. Si precisamente estos problemas ahora son mucho menores es gracias a la ordenanza de civismo que este gobierno municipal pretende cambiar.
Sin duda la prostitución y la mendicidad organizada e intrusiva degradan calles y barrios perjudicando la calidad de vida de los vecinos. La solución no pasa por ser más permisivos sino por ayudar de forma efectiva a estos colectivos desfavorecidos a salir de su situación y luchar contra las mafias que los controlan.
La actual ordenanza aprobada en el 2005 fue fruto de delicados equilibrios entre fuerzas políticas. Hace especial hincapié en medidas sociales y obliga a los agentes de la autoridad a informar siempre a las personas vulnerables de los servicios sociales que presta el Consistorio. Además, no prohíbe la mendicidad excepto cuando es intrusiva, coacciona a los viandantes o cuando es practicada con niños o discapacitados. ¿Será Barcelona una ciudad mejor y más justa si sus calles se vuelven a llenar de prostitución, limpiaparabrisas y menores ejerciendo la mendicidad?
El conde de Romanones afirmó a principios del siglo pasado que no hacía falta que le dejaran promulgar leyes, sino que le bastaba con que le permitieran aplicar el reglamento. Para mejorar la convivencia en Barcelona le bastaría al Ayuntamiento con aplicar más certeramente las actuales ordenanzas, copiadas por infinidad de municipios de nuestro país y que han dado un resultado bastante satisfactorio. Hacer populismo con un tema tan sensible nos puede acarrear no pocos problemas.
Hacer populismo con un tema tan sensible nos puede acarrear no pocos problemas