Dime lo que comes...
Que le bouchon saute, que la putain ce déshabille, morbleu! ¡Quim Monzó saca un nuevo libro! “Después de seis años sin publicar, Quim Monzó saca un nuevo libro”, leo en los papeles. ¿Un libro de cuentos, que los escribe como para chuparse los dedos, como el colega Sergi Pàmies? ¿Una novelita? No, el nuevo libro de Monzó es una recopilación de artículos publicados en este diario sobre el arte de comer y beber de los habitantes de este bendito país, artículos recogidos y seleccionados por Julià Guillamon. Vamos, que de “nuevo libro” nada de nada. ¡Menudo gandul estás hecho, amigo Quim! Y después de soltar esa aclaración impertinente –pero que estimo de justicia–, pasemos a hablar del libro en cuestión.
El libro se titula Taula i barra. Diccionari de menjar i beure yha sido editado por La Vanguardia Ediciones SL. Muy bien editado, por cierto, empezando por la fotografía de la portada, realizada por Pedro Madueño, y en la que se ve a Monzó disfrazado de cocinero, sentado en un taburete y con una cabeza de cerdo en la falda. Lo primero que llama la atención es la cabeza de cerdo, pero al final uno se queda con la cabeza, la cara de Monzó. La cara de Monzó no es la misma que luce en la columna diaria de La Vanguardia, en la que apunta, sólo apunta, una posible sonrisa, sino que es la cara de un nieto de Buster Keaton. Un rostro que, sólo de mirarlo, ya te da ganas de soltar la carcajada. Y yo me digo: con una portada así, ¿quién es el guapo que se resiste a comprar y leer ese libre? Es, si me lo permiten, todo lo contrario de lo que ocurre cuando Josep Cuní entrevista a un político en la tele y, mientras habla el político, aparece en la pantalla el rostro de Pilar Rahola. Un rostro que muestra, traduce la simpatía o la indignación que la señora siente por el político en cuestión y que, en cierto modo, te ahorra el tener que escuchar luego sus parrafadas harto previsibles. No, el rostro de Monzó, sin guiño posible, es el del cómico radical, la certeza absoluta de que con lo que te cuente ese hombre te lo vas a pasar pipa, vamos, que en un momento u otro vas a soltar la carcajada. Y así es, y para muestra, un botón. Hablando de la paella, Monzó escribe: “A Catalunya es fan arrossos molt bons però no hi he menjat mai –tret d’un parell de restaurants de Barcelona el nom dels quals no diré– una paella com Déu mana”. Y termina así: “Això d’intentar patentar una “paella catalana” és una collonada que em recorda a aquella altra de fa dos anys, quan una colla de gent del vilar de Creixell, al mua nicipi altempordanès de Borrassà, van decidir, en el curs de la fira de l’allioli que hi celebren anualment, demanar al Parlament que declarés l’allioli com a salsa nacional catalana. Com si el Parlament no tingués res més a fotre (…). Com si no n’hi hagués prou amb un himne i una bandera (senyera segons els regionalistes) i el país necessités també imperiosament una salsa nacional oficial. Ara, això de la paelleta. ¿Quin serà el pròxim pas? ¿Triar un model de paper de vàter i declarar-lo oficialmente paper higiènic nacional de Catalunya?”. Ese es el tono, el estilo de Monzó, lo que te agarra a ese libro. Un hombre que disfruta con la cocina tradicional, con, pongamos, una buena escudella i carn d’olla, pero que en vez de arroparse, resguardarse en la cocina de l’àvia, como un podrido sentimental, va y se mete en tal o cual restaurante o en tal o cual barra para contarte lo cabreado que se siente porque en Barcelona, en los restaurantes ya no sirven caldos o sopas. Y encima razona su cabreo y escribe: “Preparar una sopa, una escudella o una olla requereix saviesa i temps, i molts dels nostres restaurants actuals estan en mans d’individus que no tenen aquesta saviesa ni estan disposats a perdre les hores necessàries per coure-les. Els surt molt més compte preparar en cinc minuts un ou de guatlla bullit, i servir-lo al centre d’un plat de mig metre de diàmetre, al costat d’un tomaquet cherry cobert amb salsa de nabius i un branquilló de menta. A més, per l’ouet s’atreveixen a cobrar una pasta gansa (que la majoria de catalans paguen encantats i babejant), una pasta gansa que no s’atrevirien a cobrar per la sopa o l’escudella”.
El título del libro es Taula i barra, barra por las bebidas –del popular vermut al mojito, incluyendo los whiskies que el pobre Quim ya no se puede tomar–, pero, haciendo un pequeño esfuerzo, podría leerse: Taula i barra, quina barra! Porque uno de los grandes aciertos de esos artículos es que consiguen transmitir el cabreo de Monzó a sus innumerables lectores. Gentes que comulgan con él cuando critica que los restaurantes del Empordà se olvidan de mencionar los espléndidos vinos de la región en sus cartas –llenas de Riojas y Riberas del Duero-, o cuando habla de los restaurantes con niños –“tan bufons que te’ls menjaries”– que te amargan la comida, o de lo difícil que resulta encontrar un asiento en la barra de El Quim, en la Boqueria, infestada de turistas.
“Dis-moi ce que tu manges, je te dirai qui tu es”, decía el gran Brillant-Savarin. Monzó, en su libro, nos dice quien es él, pero también lo que le impide serlo y lo mucho que le toca los huevos. Su libro se lee como un homenaje a la cocina tradicional catalana y española –sin olvidar la italiana–, y, al mismo tiempo, como una gran carcajada ante esos restaurantes en los que el maître te pregunta: “I l’steak tartare, senyor, ¿com el vol? ¿poc fet, al punt, o molt fet?”. Puro Monzó.
El rostro de Monzó es el del cómico radical, la certeza absoluta de que con lo que te cuente te lo vas a pasar pipa