La Vanguardia

La brecha entre Niemeyer y la favela

La miseria de Rocinha vuelve a incomodar al hotel Nacional de Río de Janeiro, reabierto tras años de ruina y abandono

- ANDY ROBINSON Río de Janeiro Enviado especial

Detrás del hotel Nacional, la icónica torre cilíndrica diseñada en los años sesenta por Oscar Niemeyer, parpadeaba­n las luces de Rocinha, la favela más grande de Río. “Parece un árbol de Navidad”, dice Lau, contemplan­do la vista al atardecer desde la entrada del hotel. Lo dice con ironía. Como residente de Rocinha, conoce la realidad de un barrio de infravivie­ndas de hasta 200.000 habitantes que se resiente del impacto de la grave crisis económica en Brasil.

Lau ha bajado desde la favela al atardecer con sus dos hijos, cruzando el escultóric­o puente peatonal de hormigón, otra obra de Niemeyer, para echar una ojeada al hotel de lujo rehabilita­do por el grupo Meliá y reabierto a principios de este año después de 21 años de abandono.

Una ruina en primera línea de la playa de São Conrado, la torre de 33 pisos se había convertido en una metáfora de los sueños rotos de Río de Janeiro y del modernismo en sí. Ahora vuelve a relucir en el skyline gracias a una inversión de 420 millones de reales (140 millones de euros) del grupo hotelero mallorquín. Las curvas inconfundi­bles de Niemeyer enmarcan un jardín de palmeras, bromelias y más de 40 especies de plantas autóctonas, diseñado por el paisajista Roberto Burle Marx, otro genio del la élite modernista brasileña y diseñador de los emblemátic­os mosaicos en las aceras de Copacabana . Ya rehabilita­das, las 413 habitacion­es –precio de descuento, 250 euros– ofrecen vistas a la playa espectacul­ar de São Conrado, o de los peñones de los Dos Hermanos.

La firma de arquitecto­s de São Paulo Débora Aguiar ha restaurado los espacios interiores siempre manteniend­o “la libertad de visión y las curvas de Niemeyer”, según la interioris­ta. En el voluminoso lobby de 3.000 metros cuadrados se ha restaurado un candelabro gigantesco del diseñador Pedro Correia de Araujo y un panel de hormigón de 168 piezas del artista argentino Carybé. Los grafitis ya no molestan a la voluptuosa sirena del escultor Alfredo Ceschaitti. Pronto se abrirá el restaurant­e en el último piso, junto al helipuerto. Abajo, la carta

MODERNIDAD EN RUINAS Tras las guerras en las favelas, el hotel fue abandonado, símbolo ya de sueños rotos

UN SEGUNDO INTENTO Meliá ha restaurado los jardines vanguardis­tas de Roberto Burle Marx

ofrece el mejor jamón ibérico maridado con caipivodka. Los camareros saludan con reverencia­s japonesas. El spa de Clarins ocupa una planta entera.

La reacción mediática a la recuperaci­ón de la joya de Niemeyer ha sido efusiva. “Hay tanto que hacer para divertirse que los huéspedes podrán quedarse hedonístic amente dentro del hotel”, elogió Wallpaper. Fue una suge- y no una advertenci­a. Pero lo cierto es que, con Rocinha a medio kilómetro de distancia, el nuevo hotel Nacional no deja de ser una apuesta arriesgada.

Primero, porque, incluso después de la supuesta transforma­ción olímpica de Río, Rocinha todavía no tiene un sistema de alcantaril­lado. Los desagües de unas 50.000 infravivie­ndas, tras un mínimo tratamient­o, se transporta­n montaña abajo por un canal a cielo abierto que pasa a unos metros del hotel y se descarga en el mar. De ahí el fuerte olor a excremento­s que acompaña a quienes salen del hotel y se dirigen hacia Rocinha. Y de ahí las grandes manchas marrones en el agua turquesa de la playa. “Cuando llueve, el olor viene fuerte”, dice Marcelo Marcello Farias, surfista y portavoz del grupo Salvemos São Con- rado creado hace cinco años en protesta contra la contaminac­ión de la playa. Cuando el Ayuntamien­to propuso construir un teleférico para acceder a Rocinha –una atracción turística quizás más que un medio de transporte– los vecinos de Rocinha salieron con pancartas que rezaban: “Teleférico no; saneamient­o sí”. Farias , residente de Rocinha, espera que Meliá sea un aliado. “Es un orrencia

gullo volver a tener esta obra de Niemeyer; contamos con que el hotel nos ayude a presionar a las autoridade­s para dar un alcantaril­lado eficaz a la favela”, dice.

Sin embargo, el problema de Rocinha es mayor que el olor a desagüe. Para saber por qué hay que investigar las circunstan­cias en las que el hotel se quedó abandonado durante aquellas dos décadas . El motivo inmediato fue la quiebra en 1993 del grupo Horsa, entonces propietari­o del hotel. Pero todo lo que ocurre en Río tiene alguna relación con las abismales brechas sociales que separan las favelas en las montañas de los áticos de las playas.

El Nacional había abierto en 1972 cuando Río aún atravesaba los años dorados de la bossa nova, de las playas impecables y las postales del Pan de Azúcar. Actuaron en el hotel artistas diversos, desde Tom Jobim a James Brown y Liza Minnelli. Se celebró un festival de cine y vino Pedro Almodóvar . Pero el sueño moderno, plasmado en el edificio de Niemeyer y en el jazz cadencioso de Jobim y Vinicius de Moraes tenía un inconveNie­meyer. niente: excluía a gran parte de la población brasileña. “Se creó una imagen idealizada de Río que aún perdura en la nostalgia”, dice Sergio Martins, historiado­r de arte de la Pontificia Universida­d Católica (PUC).

La migración masiva del empobrecid­o noreste brasileño fue levantando cada vez más favelas y Rocinha se convirtió en una ciudad dentro de la ciudad, con su propia economía y sus propias estructura­s de poder. En los años ochenta, Denir Leandro da Silva,

Dênis da Rocinha , convirtió la favela en un centro de distribuci­ón de cocaína y un foco de delincuenc­ia cuyos protagonis­tas en muchas casos eran adolescent­es. “Como los niños de Oliver Twist, realizaban asaltos planificad­os en los hoteles y las playas de São Conrado”, escribe Misha Glenny

(McMafia), en Némesis, su nuevo libro sobre el narcotrafi­cante O

Nem da Rocinha, el hombre más poderoso de la favela hasta su detención en el 2011.

La delincuenc­ia se fue haciendo más violenta conforme las armas entraron en las favelas. Esta- llaron guerras entre diferentes bandas de narcotrafi­cantes, como Amigos dos Amigos y Comando Vermelho. Inevitable­mente, la violencia fue pasando factura al turismo. El problema se volvió crítico cuando, en el verano del 2010, un grupo de jóvenes armados de Rocinha irrumpiero­n en el Hotel Interconti­nental colindante al Hotel Nacional en la playa de São Conrado y tomaron como rehenes a un puñado de turistas. En esas circunstan­cias, pocos se interesaro­n por reabrir el hotel de Los grafiteros se emplearon a fondo en la ruina y gran parte de los muebles e instalacio­nes fueron robados.

Meliá decidió hacer su apuesta por el hotel cuando el Mundial y la Olimpiada ya estaban asegurados. Las llamadas políticas de pacificaci­ón de las favelas de Río, operacione­s policiales militares esenciales para el éxito de la candidatur­a olímpica, estaban en marcha. En noviembre de 2011, las fuerzas paramilita­res del BOPE – véase la película Tropa de elite

con Wagner Moura– entraron en Rocinha y expulsaron a los narcotrafi­cantes. “Rocinha es nuestro” , anunció eufórico el diario O

Globo. Una vez pacificada, la favela empezó a ser percibida de forma distinta. La economía brasileña iba viento en popa. Una fuerte creación de empleo y las subidas del salario mínimo a partir del 2003 habían ayudado a bajar la violencia. Los turistas subían a disfrutar la favela experience y bailar al son de música funk en el Clube Emoções. Hasta se abrieron pequeños hoteles en Rocinha.

Como si quisiera despedirse con un puente simbólico, Niemeyer diseñó la sinuosa pasarela de hormigón que, financiada por el programa de obras públicas del gobierno de Lula da Silva, conectó la favela con un complejo deportivo y con la playa de São Conrado más abajo. Fue inaugurado en 2010, dos años antes de la muerte del gran arquitecto a los 104 años.

Pero en los tres últimos años, el optimismo se ha esfumado. En la peor crisis económica de la historia brasileña, el desempleo se disparó y el poder adquisitiv­o del asalariado medio se desplomó, aún más en la economía sumergida donde trabajan muchos residentes de Rocinha. La delincuenc­ia ha vuelto. El número de armas decomisada­s por la policía ha subido un 45% desde el 2013.

Aunque la gran mayoría de las víctimas son los mismos residentes de las favelas, los medios nacionales e internacio­nales han destacado los últimos atracos a turistas. Notablemen­te, un italiano acribillad­o en diciembre cuando entró por error en la favela Morro das Prazeres, y una argentina herida de un disparo en la misma favela el mes pasado. No es por nada que las vallas publicitar­ias en Río instan a los cariocas a “abrazar a un turista”. Pero una grave crisis presupuest­aria ha privado de fondos a la policía. La sensación de insegurida­d se generaliza otra vez por la acomodada zona sur de Río.

Meliá es consciente del problema. El 50% de los empleos en el hotel han ido a residentes de la favela. Pero los jóvenes de Rocinha aspiran a más. Cabe recordar que

O Nem da Rocinha trabajaba de joven en el Interconti­nental. Según cuenta Glenny, se sentía humillado en su trato con los huéspedes de élite que “le parecían de otro planeta”. Pronto abandonó el hotel para incorporar­se al lucrativo negocio de los bandidos.

EL CICLO DE LA VIOLENCIA La delincuenc­ia violenta ha vuelto con la crisis y un turista italiano fue acribillad­o

DE BOTONES A NARCO El ‘Nem da Rocinha’, jefe de los narcos, trabajó en el hotel Interconti­nental

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ARCHIVO La pasarela en Rocinha, diseñada por Oscar Niemeyer en el 2010
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 ?? ARCHIVO ?? El hotel Nacional de Río de Janeiro, la icónica torre cilíndrica diseñada en los años setenta por Oscar Niemeyer , ahora reabierto por Meliá
ARCHIVO El hotel Nacional de Río de Janeiro, la icónica torre cilíndrica diseñada en los años setenta por Oscar Niemeyer , ahora reabierto por Meliá

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