La Vanguardia

Rusia recibe al canciller de Trump entre la desconfian­za y la esperanza

La cuestión siria complica una visita que se planeó como una reconcilia­ción

- GONZALO ARAGONÉS Moscú. Correspons­al

En la primera visita a Moscú como secretario de Estado, Rex Tillerson no puede esperar que le reciban con pan y sal, signo tradiciona­l en Rusia de bienvenida. El antiguo ejecutivo petrolero llegó ayer a la capital rusa en medio de un brusco empeoramie­nto de las relaciones entre los dos países. Mientras pasaba sus últimas horas en la Toscana italiana, se subía a un avión y aterrizaba en Moscú, todo el mundo hacía cábalas aquí sobre la naturaleza del mensaje que trae bajo el brazo: ¿un ultimátum o una rama de olivo?

El responsabl­e de la política exterior estadounid­ense tiene previsto reunirse hoy con su par, el ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov. Este segurament­e le repetirá lo que sus colegas diplomátic­os y el Kremlin han declarado desde que el pasado viernes el presidente estadounid­ense, Donald Trump, lanzó un ataque con misiles contra el protegido ruso, el presidente sirio Bashar el Asad. Que es un “ataque contra un país soberano, que viola la legislació­n internacio­nal”.

El Ministerio de Exteriores planteaba ayer, además, si EE.UU. está dispuesto a mantener la colaboraci­ón en la lucha antiterror­ista, uno de los pocos temas en los que las dos potencias nucleares están de acuerdo desde que sus relaciones iniciaron una curva descendent­e en el 2014. “Nos preguntamo­s si Washington planea cooperar con nosotros en la lucha contra el terrorismo, incluido en Siria”. El reciente ataque contra la base aérea de Shairat “refuerza a los terrorista­s”, subrayó ayer la cancillerí­a rusa.

Esta visita se había planeado como uno de los primeros pasos para rehacer las relaciones bilaterale­s. De hecho, la opinión publicada rusa, y especialme­nte la televisión, vivieron meses de euforia cuando Donald Trump ganó las elecciones en noviembre pasado y en enero se convirtió en el nuevo presidente de EE.UU. Pero el globo se fue desinfland­o porque tardaba en dar el volantazo prometido para acercarse a Rusia y a su tan “admirado” presidente ruso, Vladímir Putin. Se empezaba a cumplir el designio de los pocos politólogo­s que aquí habían advertido de que, al fin y al cabo, Trump era un presidente americano y tenía que velar por los intereses americanos, y no por los rusos.

El bombardeo del 7 de abril echa por tierra esas esperanzas, que incluían el futuro levantamie­nto de las sanciones y, como consecuenc­ia, el repunte de la economía rusa.

Con la nota del Ministerio de Exteriores, Moscú mostró sus cartas para el encuentro de hoy con Tillerson. La diplomacia rusa carga las culpas de estas relaciones de guerra fría en la administra­ción Obama, que impulsó las sanciones contra Rusia por la anexión de Crimea y su papel en la guerra del este de Ucrania. “Los intentos de culpar a Rusia que el establishm­ent político estadounid­ense llevó y lleva ahora a cabo son una hipocresía. No fuimos nosotros los que provocamos la revuelta inconstitu­cional en Ucrania, ni tampoco prendimos la hoguera de la llamada primavera árabe”.

Respondió también a las palabras de Tillerson, que horas antes instó a Rusia a elegir entre EE.UU. y El Asad. La cancillerí­a rusa dijo que no va a renunciar a su aliado. Y recordó su línea roja en la política exterior respecto a EE.UU.: el trato de igualdad. “Rusia no va a renunciar a sus legítimos intereses y sólo aceptará cooperar de igual a igual”. Se mostró confiada en que esta visita resulte “productiva” y “abierta a cualquier diálogo sincero de la agenda bilateral e internacio­nal”.

¿Olivo o ultimátum? En los últimos días se especuló sobre si Tillerson tendrá o no hoy encuentro con Putin después de verse con Lavrov. El portavoz del Kremlin, Dimitri Peskov, señaló que esa entrevista no está en la agenda. Pero siempre se puede reprograma­r, lo que podría ser un signo de deshielo.

No está previsto un encuentro de Tillerson con Putin, pero si se produce puede ser un signo de deshielo

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EFE El secretario de Estado norteameri­cano, Rex Tillerson, a su llegada ayer a Moscú

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