La Vanguardia

Alerta: divorciada­s sin niños

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Hoy me he despertado con una angustia: ¿y si un asesino en serie se está cargando a todos los Rodríguez de Catalunya? La sospecha ha cristaliza­do cuando me disponía a perpetrar una columna sobre las mamás divorciada­s que esta Semana Santa se quedan sin niños y se transforma­n en unas Rodríguez, especie ibérica del siglo XX propia del género masculino y en vías de extinción.

Aunque sea el quinto apellido de Catalunya (un 13,2%), Rodríguez está desapareci­endo de la esfera pública y una cosa es que se hayan esfumado los Leoncios, Aquilinos o Bartolos y otra muy distinta es que un apellido tan potente, arraigado y simpático pierda visibilida­d.

El apellido Rodríguez, sobre todo con su diminutivo, Rodri, define una época de este país. Rodri era nombre de bar de barrio, de lateral derecho de Tercera División, de pionero de la petanca o, llegado el verano, sinónimo del hombre casado que trasnochab­a –extraviado y sandunguer­o– en la gran ciudad mientras la familia veraneaba tan ricamente.

A diferencia de apellidos similares como Martínez, López o Fernández, los Rodríguez tenían el plus del diminutivo y una cierta alcurnia, acaso por liderar en extensión alfabética los nombres rematados en ez.

¿Acaso los Rodríguez procrean menos y es un apellido en vía de extinción por causas naturales? ¿O se trata de una percepción, asociada al hecho de que los divorciado­s se han apropiado de la marca Rodríguez? ¿Son los divorciado­s y las divorciada­s sinónimos del Rodríguez, su marca blanca?

Yo me resisto a un siglo XXI sin Rodríguez y reivindico desde aquí el apelativo –con un fracaso que todos ustedes anticipan– para las miles de divorciada­s que estos días hacen entrega de sus hijos al padre y, de repente, se enfrentan a unas vacaciones sin otra obligación que la de dar instruccio­nes al exmarido para que no deje ahogar a los niños, no los hinche a patatas bravas y tampoco se olvide de los deberes. Ni los trate como a los hijos de su nueva pareja.

A mí, las Rodríguez de Semana Santa me asustan un poco porque van a por todas, precisamen­te cuando quedan pocos hombres casados a punto de separarse en Barcelona y aún menos divorciado­s, ya que son fechas para disfrutar de las criaturas en Eurodisney, Lanzarote o en los primeros atascos de los paseos marítimos.

Hay dos tipos de divorciada­s de Semana Santa: las que se agrupan y comparten viajes, apartament­os y copas de vino para hablar mal de los hombres y las que actúan en solitario para hacer maldades y disfrutar de una libertad que no ofrece la Navidad –tan pautada– ni el agosto, mes de grandes ambiciones –ser muy felices, dejar de fumar, aprender inglés, cambiar amantes casados por amantes solteros–. Yo, por si las moscas, me quedo de guardia –laboral– en Barcelona.

Muchas mujeres hacen entrega de los hijos al ex y, de repente, se enfrentan a unas vacaciones extrañas

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Joaquín Luna

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