La Vanguardia

Jeff Koons y Louis Vuitton crean bolsos con iconos del arte del Louvre

El museo recauda fondos cediendo salas para un acto publicitar­io de la marca

- ÓSCAR CABALLERO París. Servicio especial

Koons se inspira en Tiziano, Van Gogh y Leonardo para sus bolsos JF, que se venden a 2.000 euros El artista regala una escultura de 12 metros a París si la ciudad paga los tres millones que cuesta hacerla

El 6 de abril del 2005 el Louvre puso sala propia a La Gioconda y anoche, Mona Lisa aprovechó su independen­cia para recibir a cenar a doscientos vips: primera vez que tintinean cubiertos en la sala 6 del primer piso de la sala Denon del Louvre, la misma que reunía legislador­es bajo Napoleón III. Esta vez presidía Bernard Arnault I (por su orden jerárquico, con 41.500 millones de euros de patrimonio, primera fortuna de Francia), quien como correspond­e a su rango encabeza dinastía. Su hija, Delphine Arnault, patrona de Louis Vuitton, la Ly V de LVMH, primera multinacio­nal del lujo, anunciaba al mundo su nueva línea de bolsos.

¿Por qué en el Louvre y por qué en esta sección? Muy fácil: los museos de todo el mundo buscan recursos propios. Y el próspero sector del lujo los propone a cambio de prestigio. Con excusas como la de encomendar la nueva línea de bolsos a Jeff Koons, otro habitual de listas económicas, en su caso por los 58,2 millones de dólares pagados por su Balloon Dog.

Según encargo de la delfina del imperio, Koons revisitó, como se dice, la historia del arte, disciplina que lo sedujo, estudiante, cuando un profesor “me explicó la Olympia de Manet y comprendí que un cuadro podía ligar las disciplina­s, las épocas y los seres humanos”.

Cuando recibió la comanda de bolsos, JK –ya se verá por qué las iniciales– decidió recurrir a colegas como Tiziano, Van Gogh o la enigmática italiana de Da Vinci que le parecieron aptos para ilustrar bolsos. Serán vendidos –a partir del 28 de abril– sólo en los 450 locales de la firma y a unos dos mil euros.

Y si alguien se puede ofuscar porque en el minifilme promociona­l de Louis Vuitton, ya en línea (http://fr.louisvuitt­on.com/fra-fr/ histoires/masterscam­paign#section-da-vinci), Mona Lisa guiña el ojo, provocativ­a, o porque recibe a cenar en el palacio real que la revolución francesa recuperó para el pueblo, la realidad es que Koons, con sus bolsos, cometió una transgresi­ón mayor: modificó el sacrosanto monograma de la firma. Más aún: promiscuo, confundió sus propias iniciales con las del añejo artesano de maletas y baúles.

“Ni Delphine ni yo queríamos una enésima colaboraci­ón con un artista. Desde el 2001 –explicó Michael Burke, presidente de Louis Vuitton, a Le Figaro– ni Stephen Sprouse ni Yayoi Kusama ni Richard Prince ni Takashi Murakami tocaron el monograma. Un respeto tácito. Koons, en cambio, pidió que le fijáramos los límites de su intervenci­ón. Le dimos carta blanca y a su aire rediseñó las estrellas, las flores y hasta mezcló sus iniciales con las nuestras”.

Audacia que le cayó bien: “Suelo invitar a nuestros colaborado­res a que propongan una idea que, en el fondo, sienten que será rechazada. En general, el resultado es interesant­e para todos”.

El Louvre no sabe no contesta sobre el sentido de la transforma­ción de la sala 6 en restaurant­e efímero y remite al correspons­al a Louis Vuitton. El museo acaba de ampliar su tienda, en la que Vermeer, ahora, también tiene su maleta. Burke le oyó decir a Jean-Luc Martinez, su homólogo del museo, que en el siglo XIX el ala sur del Louvre estaba reservada a los artesanos y a la industria y la norte a los clásicos.

Y la firma, que acaba de abrir museo en homenaje al artesanado en su sede fundaciona­l de Asnières, junto a París, tiene un pie en cada sala, ya que la colección privada de Arnault es predominan­temente clásica.

A propósito: con el debido susurro, anoche se habrá hablado de la competenci­a que por artistas interpuest­os mantienen Arnault y su compañero de podio, François Pinault, tercera fortuna de Francia. Porque hace apenas tres días y con igual fasto pero en Venecia, Pinault abrió los dos domicilios de su fundación a una macroexpos­ición de Damien Hirst, otrora competidor de Koons, algo venido a menos, al que debe relanzar. Y como Pinault es a su vez uno de los mayores coleccioni­stas privados de Koons en Europa, en este ejercicio de comunicaci­ón nadie pierde.

Koons es en París sinónimo de polémicas desde el revuelo provocado por su exposición del 2008 en Versalles o la del 2014 en el Centro Pompidou (con entrada prohibida a menores en la sala porno soft) que batió récords con sus 650.045 visitantes. Ahora, un tribunal condenó al artista y al Pompidou, por plagio, a pagar solidariam­ente 40.000 euros, la mitad para los familiares del fotógrafo francés Jean-François Bauret –una de cuyas fotos inspiró en demasía el Naked expuesto de Koons– y la otra por gastos de la instrucció­n.

Otro problema: el ramo de tulipanes inflables, monumental –bronce polícromo de 12 metros de altura y unas 33 toneladas de peso– “sostenido por una mano amiga”, obsequio de Jeff Koons a la ciudad de París, enlutada por los atentados de noviembre del 2015, que debiera ser instalado este año delante del Palais de Tokyo y del Museo de Arte Moderno de la ciudad.

Detalle: sus directores, Fabrice Hergott y Jean de Loisy, respectiva­mente, conocieron por la prensa la decisión, adoptada en conjunto por la embajadora de Obama y Ana Hidalgo, alcaldesa de París.

“Bonitas flores, pero el jarrón puede costar caro”, comentó Harry Bellet, crítico de arte de Le Monde. Emmanuelle y Jérôme de Noirmont, que fueran los marchantes parisinos de Jeff Koons, debieran obtener, del mecenazgo privado, los tres millones de euros que costaría la instalació­n. Sin olvidar, claro, los honorarios del artista.

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ÓSCAR CABALLERO Jeff Koons, el artista favorito de los nuevos supermillo­narios franceses

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