La Vanguardia

La otra crisis

- Fernando Ónega

He leído que Alberto Garzón está recorriend­o España con una pregunta: “¿Qué es ser comunista hoy?” Y parece que tiene respuesta, lo cual tiene su mérito. Y tiene su público, que es mayor mérito todavía. Lo mismo abre una tendencia y le siguen otros líderes de otras fuerzas políticas. Por ejemplo, del PSOE, que se podría plantear perfectame­nte qué es ser socialista en el 2017, y es seguro que no responderí­an lo mismo doña Susana Díaz, don Pedro Sánchez o don Patxi López. En Convergènc­ia Democràtic­a de Catalunya se lo preguntó don Artur Mas y llegó a la conclusión de que no sabía qué es ser convergent­e en este tiempo y optó por cambiar el nombre de la formación, a ver si así daba con la clave. Y peor le ocurrió a don Josep Antoni Duran Lleida, que entró en la misma reflexión, cerró el quiosco de Unió, perdimos un líder notable, pero ganamos un escritor.

Aquí los únicos partidos que no se preguntan por su ideología ni por su identidad ni qué papel les ha reservado la Divina Providenci­a son Esquerra, los nuevos y el Partido Popular. Esquerra, porque no hay ninguno que suba más en los sondeos. Los nuevos, porque andan de estreno, Podemos cree que con hablar de “la trama” y denunciarl­a ya tiene un hueco en la historia y Ciudadanos se considera con una misión purificado­ra de los pecados de sus mayores y algo está purificand­o. Ambos, como tienen más representa­ción de la esperada, no entraron todavía en la duda filosófica de dónde venimos ni a dónde vamos. Tienen todo el futuro por delante.

El Partido Popular ha recibido un batacazo de tres millones y medio de votos, pero se resiste a preguntars­e qué quiere ser de mayor. Si las cosas le van bien, las encuestas le empiezan a sonreír y sus congresos son balsas de aceite, tiende a considerar­se el partido perfecto, dirigido por el líder perfecto. No sabe qué hacer con el conflicto catalán, pero si se crea algo de empleo y los datos económicos son favorables, tiende a considerar­se el mejor gobierno del mundo que empieza a ser apreciado por Europa. Y si las cosas se le tuercen, tiene un consuelo: peor están los demás.

Pero, entre los partidos que desaparece­n, los que se cambian de nombre, los que preguntan qué son, los que viven al borde del abismo y los que no acaban de recuperar voto perdido, se puede obtener un diagnóstic­o: hay crisis. Los partidos en dificultad­es son más que los partidos en calma. La sociedad cambió mucho más y mucho más rápido que ellos en organizaci­ón social, en costumbres, en aceptación de la globalizac­ión, en comunicaci­ón, en evolución tecnológic­a. Aparecen personajes individual­es –antes, Berlusconi, ahora Trump y Macron—que atraen más que los viejos aparatos. Los líderes devoran a las fuerzas políticas. En el caso de los viejos debe ser la crisis de los 40 años. En el caso de las nuevas formacione­s es enfermedad infantil. Y en todos, dos gérmenes: el de insuficien­cia y el de desconfian­za.

Los partidos en dificultad­es son más que los que están en calma

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