La Vanguardia

Trump, ¿el presidente de la guerra?

- I. BURUMA, profesor de Democracia y Derechos Humanos en el Bard College © Project Syndicate, 2017

Nada parecía ir bien para Donald Trump durante las primeras once semanas de su presidenci­a. Los tribunales bloquearon sus intentos de prohibir la entrada en Estados Unidos de ciudadanos de seis países de mayoría musulmana. No logró derogar la legislació­n del presidente Obama (Obamacare) porque los llamados moderados del Partido Republican­o creían que su propuesta de cambio era demasiado dura, y los extremista­s pensaron que no era lo suficiente­mente dura.

Además, su consejero de Seguridad Nacional, el general Michael Flynn, tuvo que renunciar debido a tratos con los rusos, y miembros de su círculo íntimo en la Casa Blanca luchan como perros y gatos. The New York Times y The Washington Post han llamado a Trump mentiroso.

Entonces, aprovechan­do el momento, Trump ordenó un ataque con 59 misiles Tomahawk a una base aérea siria. Después de años de horrendos bombardeos y torturas por parte de las fuerzas de Bashar el Asad, después de negarse categórica­mente a permitir a los sirios escapar de la carnicería y venir a EE.UU. como refugiados, y después de dejar claro la semana pasada que EE.UU. no haría nada para derrocar a El Asad, Trump vio imágenes de niños sacando espuma por la boca tras otro ataque con gas químico y cambió de opinión.

De repente, el Obamacare, el caos en la Casa Blanca, los tuits salvajes y la incoherenc­ia política, así como una cumbre con el presidente chino Xi Jinping, quedaron totalmente olvidados. El mismo The New York Times ahora dedicaba casi cada columna a la firmeza del comandante en jefe, que había actuado para dar al mundo (es decir, China, Rusia y Corea del Norte) una buena lección.

Y no sólo el Times. The Wall Street Journal alabó el movimiento de Trump, por supuesto, pero también lo hizo David Ignatius, periodista de The Washington Post, quien afirmó que “las dimensione­s morales del liderazgo” habían llegado ahora a la Casa Blanca. Brian Williams, presentado­r en la MSNBC, estaba tan emocionado por las imágenes del ataque con misiles que sólo pudo encontrar una palabra para ello: “¡Hermoso!”.

Atacar un campo de aviación no es una estrategia y hará poco para poner fin a la guerra civil de Siria. Sin embargo, esos Tomahawk han distraído la atención de los problemas políticos de Trump. Y esa debe de ser al menos parte de la explicació­n de su acción.

Trump puede no saber mucho sobre el mundo, y su ignorancia en política exterior puede ser ilimitada, pero ha sido un maestro de un arte en particular: la autopromoc­ión a través de la manipulaci­ón de los medios tradiciona­les y sociales. Sabe cómo agarrar las noticias. Su objetivo, como estrella de la realidad televisiva, comerciant­e de su marca y político, ha sido consistent­e: el reconocimi­ento como el hombre más grande, más fuerte, más poderoso y más amado del mundo. Una manera de aprovechar los temores y resentimie­ntos de millones de estadounid­enses, desilusion­ados por guerras interminab­les, era prometer poner a Estados Unidos primero, retirándol­o de enredos extranjero­s, especialme­nte de los conflictos militares. Como dijo muy recienteme­nte: “No soy, y no quiero ser, el presidente del mundo”.

Pero ahora ha tropezado con la mejor manera de lograr su objetivo de ser aplaudido como un tipo duro: la acción militar. Sus esfuerzos para presentars­e como un gran presidente han vacilado, pero como comandante en jefe parece haberse anotado una gran victoria donde realmente le importa: los medios de comunicaci­ón.

La gente pudo estar harta con las guerras desatadas por Bush, pero la reacción a los Tomahawk de Trump, incluso en el The New York Times, ha dejado una cosa clara: cuando el comandante en jefe se enfrenta a un enemigo en el extranjero, la gente lo apoya. Como si fuera su deber patriótico. Y si bombardear una base aérea es una marca de liderazgo moral, cuestionar­la no es sólo antipatrió­tico, sino también inmoral, como si uno no quisiera hacer algo con respecto a esos niños pobres gaseados. Incluso si los Tomahawk no resuelven los conflictos en Oriente Medio, e incluso si empeoran las cosas, ha logrado una importante victoria en casa. A los ojos de muchos críticos, ahora parece presidenci­al. Y puede haber reparado, aunque sólo temporalme­nte, una grieta seria entre los republican­os.

Trump aún no tiene estrategia, ni en Oriente Medio ni en Asia, donde el dictador de Corea del Norte está haciendo todo lo posible para captar las noticias y provocar a Trump probando misiles de largo alcance. Pero Trump ahora sabe qué hacer para ser admirado como un gran líder. Un grupo naval de combate ya está en camino de la península coreana. Un ataque contra Corea del Norte, a diferencia de lo ocurrido en Siria, podría conducir a una guerra nuclear. Pero la dimensión moral de Trump ha sido restaurada. Será hermoso.

Actuando en Siria más como comandante en jefe que como presidente, se ha ganado el apoyo del país y de la prensa

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