Pugna por la escultura de Maillol
La polémica encendida a raíz de la petición del Barça (ya matizada) para que la calle Maillol sea dedicada a Cruyff merece contar esta historia.
El escultor Arístides Maillol es uno de los grandes de su tiempo. Por esta razón, y por ser un hijo de la Catalunya Nord que mantuvo viva su lengua materna –que no era el francés–, se pedía desde antiguo en Barcelona que fuera emplazada una obra suya en un espacio público. El poeta Tomàs Garcés ya lo reclamaba en 1930 mediante un artículo. Sempronio se sumó a la petición unos años más tarde.
Nunca había expuesto en la ciudad hasta que en 1979 La Caixa le dedicó una antológica formidable, comisariada por Maria Lluïsa Borràs. Que se presentara en la casa Macaya facilitó situar como reclamo una de sus grandes esculturas justo delante, en el centro del paseo de Sant Joan.
Publiqué en estas páginas un artículo titulado “Un ruego a la Caixa” en el que pedía que comprara una de aquellas grandes esculturas para situarla en el espacio público. El escrito abrió brecha. Dina Vierny, su musa y que como galerista había hecho posible aquella exposición, emocionada por el éxito popular y encima animada por Borràs, se declaró dispuesta a vender una obra por un precio casi simbólico.
Cuando todo favorecía encauzar un acuerdo, Josep M. Samaranch, subdirector de la Obra Social de la Caixa, preguntó a Maria Lluïsa Borràs qué porcentaje se iba embolsar. Ella, indignada, suspendió al punto la negociación.
Borràs me había confesado, muy disgustada, el malogrado desenlace. Así pues, al estallar la polémica en los primeros años 80 sobre el monumento a Macià aproveché la ocasión para proponer al alcalde Maragall que comprara un Maillol, destinado a enaltecer el proyecto urbanístico que habían de dibujar los arquitectos Viaplana y Piñón. El alcalde al instante hizo suya la idea, para evitar que prosperara la idea descabellada del encargo que el president Pujol hacía a Josep M. Subirachs.
Escribí entonces a Dina Vierny para contarle la iniciativa del alcalde Maragall, nieto del gran poeta que había sido admirador de Maillol. A vuelta de correo, se confesó emocionada con los términos expuestos y proponía vender la escultura L’acció encadenada. Por desgracia acabó por imponerse la opción que a toda costa defendía la Generalitat. La irracional batalla política había acabado por cegar la razón artística, y Barcelona a todas luces salía perdiendo.
El ambicioso programa escultórico generado al calor de los Juegos Olímpicos me indujo a reemprender aquella iniciativa. El Ayuntamiento me pidió que acompañara a quienes iban a negociar de nuevo con Vierny. Rehusé, para evitar toda sospecha sobre porcentajes. Y así fue como bajo el patrocinio de las 93 empresas olímpicas fue adquirido y plantado ante el MNAC el bronce rotundo Tors d’estiu.
Es pues inexcusable mantener el nombre de Maillol en el callejero, que por cierto facilitó borrar el que hasta entonces había exhibido la calle: División Azul.