¡Qué cruz!
La objetividad no existe. Es un falso mito del periodismo que ha hecho creer que la información puede ser exacta. Y no. La noticia transmitida es el resultado de un trabajo subjetivo fruto de una reconstrucción. En consecuencia, impreciso. Eso no anula ni la necesidad de servir la actualidad con honradez ni la obligación de hacerlo con honestidad. Acercarse lo máximo posible a una verdad de los hechos, contrastándolos antes de contarlos y aplicándoles el rigor imprescindible siempre. Es la única manera de reducir la fuerza personal del periodista que sabe, además, que una simple coma o el énfasis verbal en una palabra pueden cambiar el sentido de su narración.
Así se hace el trabajo que en estos últimos tiempos ha encontrado en las redes sociales su falsa competencia. Para sobrevivir, el periodismo sabe que ha de centrarse más en explicar el cómo y el por qué de lo acontecido que no en exponer un hecho en su simplicidad porque eso ya lo puede hacer cualquier ciudadano a través de Twitter o Facebook. Por supuesto que dar respuesta a preguntas mucho más complejas eleva el riesgo del profesional a ser tildado de tendencioso por no ser objetivo. Lógico.
Entra en juego un punto de vista poco coincidente ni con el del protagonista de la noticia ni con el del afectado por ella por ser el dibujo reconstruido con las piezas de la pluralidad de las fuentes. No le otorguen a eso ningún mérito ni vean ninguna conspiración. Es el fruto de la aplicación de la técnica de una profesión que tampoco está pasando por sus mejores momentos. La defensa descarada de determinadas posiciones disimulándolas con la bandera de la veracidad no sólo altera la base de este negociado, sino que vulnera la dignidad de unos medios imprescindibles para exigir la transparencia sin la cual no hay democracia. Y ahí está la gran paradoja porque todo el mundo tiene derecho a analizar desde su subjetividad la objetividad que exige a otros. Por eso la diferencia entre explicación y justificación es tan ligera y vive en la percepción de quien lee o escucha. Nunca en quien expone.
No pretendo que estos párrafos suenen a excusa pero tampoco puedo evitar que así lo decidan ustedes libremente. Cada semana en esta columna, cada día en 8tv. Defender esta causa y en catalán hace ya algunos decenios ha llevado al Govern de la Generalitat a considerarme merecedor de la Creu de Sant Jordi. Además de honrado y halagado me siento superado por la repercusión. Por supuesto que el aplauso de unos va acompañado del silencio de otros. Y que quienes lo consideran legítimamente una desmesura conviven con quienes se alegran. Trabajar en medio del conflicto es saber que el elogio unánime es imposible. Pero queda la conciencia. Allí donde anida la tranquilidad de entender que la honestidad limita más que las leyes.
Llámenme ingenuo.
Trabajar en medio del conflicto es saber que el elogio unánime es imposible