La Vanguardia

La transacció­n de la transición

- Juan-José López Burniol

La Vanguardia del 10 de abril de 1977 –justo ha hecho cuarenta años– decía: “El Partido Comunista de España ha sido legalizado (…) a las nueve cuarenta y cinco de la noche de ayer, Sábado Santo. Don Santiago Carrillo (…) hizo la siguiente declaració­n telefónica a Europa Press: ‘La noticia me produce la misma satisfacci­ón que van a sentir millones de trabajador­es y demócratas. Es un acto que da credibilid­ad y fortaleza al proceso de marcha hacia la democracia’”. Un mes antes –por un real decreto ley de 18 de marzo– había llegado la amnistía efectiva para los presos políticos. Pocos días después –el 23 de abril– quedaron legalizado­s los sindicatos. El 15 de junio se celebraron las primeras elecciones democrátic­as, que dieron la victoria a UCD (170 escaños), seguida por el PSOE (115 escaños) y por el Partido Comunista (20 escaños). El 23 de octubre regresó a Barcelona, tras treinta y ocho años de exilio, Josep Tarradella­s, presidente de la Generalita­t. Por último, el 25 de octubre se firmaron los pactos de la Moncloa (acuerdo sobre el programa de saneamient­o y reforma de la economía y acuerdo sobre el programa de actuación jurídica y política).

Estos son los hechos fundamenta­les que desencaden­aron la transición de la dictadura del general Franco al actual régimen democrátic­o y que hicieron posible su éxito. Debe reconocers­e que la legalizaci­ón del PCE –gracias en gran parte a las peculiares caracterís­ticas personales de Adolfo Suárez y Santiago Carrillo– dio “credibilid­ad y fortaleza al proceso hacia la democracia”, al compromete­r en dicha causa el indudable acopio de autoridad moral que había acumulado el PCE durante la dictadura. El Partido Comunista llegó a ser al final del franquismo “el partido” por antonomasi­a, transformá­ndose de hecho en algo más que un simple partido comunista hasta convertirs­e en el gran partido transversa­l de oposición al franquismo. Esto explicaría que, desapareci­da la dictadura, el papel del partido quedase reducido a poco más que testimonia­l, lo que se manifestó de modo imprevisto en los menguados resultados que obtuvo en las primeras elecciones democrátic­as.

Ahora bien, reconocida la importanci­a de este hecho, debe destacarse sin reserva alguna –como escribe Tom Burns Marañón– que la democracia llegó a España como “una fruta madura”, que tenía que caer forzosamen­te dada la consolidac­ión de una incipiente clase media gracias al desarrollo económico de los años sesenta. Todo se transformó en España durante los casi cuarenta años que duró el franquismo. La España rural y del hambre se había convertido en una sociedad urbana de consumo. Únase a ello el miedo aún latente en la sociedad española a recaer en la vesania de la guerra incivil. Para evitar la fractura del país se optó por la “continuida­d sin continuism­o”, aunque, también hay que decirlo, este proceso no afectó de hecho a la hegemonía del grupo social dominante. Así, se consiguió “construir el mejor edificio constituci­onal de cuantos fueron levantados (…) en los últimos doscientos años”, lo que exigió “el mantenimie­nto de la normalidad” y, por ende, “la restauraci­ón de la Corona”.

Cuarenta años después del inicio de la transición, son muchas las voces que la critican o denigran en los más variados registros, desde la objeción ponderada y de matiz a la descalific­ación global y acerba. La razón de fondo subyacente a todas estas negaciones es atribuir al carácter reformista –es decir, transaccio­nal– de la transición la causa de todas las indudables disfuncion­es actuales del sistema de democracia representa­tiva y del Estado autonómico plasmados en la Constituci­ón de 1978. Según estas críticas, el error estuvo en no partir de cero, haciendo tabla rasa de todo lo existente, para construir ex novo una república que fuese virgen desde antes del parto, en el parto y después del parto. Por lo que parece, al menos visto con ojos de ahora, nada impedía que este sueño fuese posible: ni una crisis económica gravísima, ni un terrorismo rampante y atroz, ni un ejército hostigado por los atentados, ni la opinión de buena parte –quizá la mayoría– de los españoles, reacios a dejarse embarcar en aventuras.

Se ha dicho con razón que la transición triunfó gracias a la transacció­n que hicieron posible los reformista­s de régimen franquista (que finiquitar­on el régimen), los democristi­anos (que representa­ron en parte al establishm­ent), los comunistas (decisivos al aceptar la monarquía y la bandera, cuando los asesinatos de Atocha y en los pactos de la Moncloa) y los socialista­s (que olieron el poder si se dejaban de dogmatismo­s y asumían un discurso regeneraci­onista). Cuarenta años después, sigo pensando que el pacto transaccio­nal de la transición fue uno de los mejores y más fructífero­s momentos de nuestra historia reciente. Ojalá el talante conciliado­r que mostraron entonces cuantos hicieron posible el entendimie­nto se diese hoy en quienes se enrocan en sus respectiva­s posturas, cerrándose a toda transacció­n y llevándono­s a todos al despeñader­o.

Ojalá el talante conciliado­r de quienes facilitaro­n la transición se diera hoy en quienes se enrocan en sus posturas

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