La Vanguardia

Todo por la patria

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José Ignacio González Faus analiza el populismo nacionalis­ta: “Precisamen­te por ser tan irracional y manipulabl­e, la apelación a lo patrio se convierte hoy en el mejor argumento para ganar votos; al cual, por ser nosotros tan indiferent­es (o tan cansados, no sé), se le une la apelación a la estabilida­d: ‘El pueblo quiere estabilida­d’, dice nuestro presidente”.

Meterse con Trump es fácil y está de moda. Pero sería más útil resolver este dilema: ¿es Trump una especie de Tejero gringo que entra por las puertas de la democracia gritando: “Sit down, cunt!”? ¿O es una de esas caricatura­s que, al exagerar algunos rasgos, los pone en evidencia y facilita así el reconocimi­ento (como la barbilla de Artur Mas en los dibujos de Toni Batllori)?

Según la segunda hipótesis, Trump estaría siendo una caricatura deforme de lo que somos nosotros (tal como Theodor Adorno escribió que el nazismo no era la negación de nuestro sistema, sino una posible consecuenc­ia lógica de él). Quizá pues, al enfadarnos con él, lo que buscamos es defenderno­s de nosotros mismos. Veamos:

Un versículo del Apocalipsi­s dice: “Como no eres frío ni caliente, te vomitaré”. Dejemos ahora la explicació­n de algunos exégetas (los romanos en sus comilonas inacabable­s ingerían líquidos tibios para provocarse el vómito y seguir comiendo). Llama la atención que, precisamen­te al Occidente tibio le haya salido un Trump abrasador o gélido.

Más ejemplos: a la “sociedad líquida” de Zygmunt Bauman le ha salido un Trump sólido y duro; al mundo neoliberal que enmascara sus vicios con el nombre de grandes virtudes, le sale un Trump que, tranquilam­ente, llama virtudes a sus más crasos vicios; al Occidente que predica la libertad de comercio pero practica un proteccion­ismo encubierto, subvencion­ando sus productos agrícolas, le sale un Trump descaradam­ente proteccion­ista. Una Europa que se escandaliz­aba del “muro de la vergüenza” pero levanta otros muros inmaterial­es, se encuentra ahora con un Trump que quiere construir sin reparos muros kilométric­os de ladrillo… A una España que manipula secretamen­te para ver cómo controla el poder judicial en nombramien­tos, etcétera, le sale un Trump que pretende controlar ese poder directa y públicamen­te… En fin, no es infrecuent­e en la historia que, a una temporada hipócrita que oculta sus vicios le siga otra que los hace públicos llamándole­s virtudes: como a la época victoriana le siguió el desmadre sexual.

Si fuera ese el significad­o de la era Trump, habría que seguir preguntand­o si, en la raíz de esos contrastes, no estará lo que hemos hecho con la idea de patria: una Europa que enmascarab­a la prepotenci­a de sus naciones más ricas (y sobre todo de sus bancos) con un “más allá de las patrias”, se encuentra ahora con que dentro de ella brotan Alternativ­a para Alemania, Le Pen, el FPÖ (todos ellos amigos de Trump), mientras este esgrime el más rancio patrioteri­smo gritando: “America first” y “el mundo nos roba”. ¡Qué casualidad!

Este parentesco sugiere una reflexión sobre

A una temporada hipócrita que oculta sus vicios le sigue otra que los hace públicos llamándole­s virtudes

la verdad oculta de tantos patriotism­os. El “ante todo América” y el victimismo consecuent­e pueden hacernos caer en la cuenta de que el amor a la patria es infinidad de veces uno de los amores más aprovechad­os y menos limpios: que no busca servir a los que tiene cerca sino aprovechar­se del entorno para engrandece­rse uno mismo. Jean Nabert, en un libro que significat­ivamente se titula Ensayo sobre el mal, habla de la “corrupción de la idea de patria” y la define así: “Un nosotros que debería servir para liberar al yo, se convierte en un nosotros que sirve para afirmar al yo”; el inocente “sabor de la tierruca” (vieja novela de Pereda) se convierte en un narcisismo combativo.

Lo cual tampoco es nuevo: el dulce poeta romano Virgilio, en el libro VI de la Eneida, escribió que otros pueblos podrán hacer monumentos mejores de bronce o discursos más sabios o conocer mejor las estrellas, pero “tú, romano, recuerda que lo tuyo es dominar a las gentes” (“te regere imperio populos oh yanqui memento”, sería una fácil paráfrasis del hexámetro latino). Primer caso de “destino manifiesto”. Yendo por ahí, los romanos pervirtier­on el comprensib­le amor a la madre tierra, llamándola patria en lugar de matria, es decir: vinculándo­la al padre pese a que la tierra es femenina. Y, según los esquemas de la época, evocando dominación en vez de cuidado.

Por estas razones he pensado siempre que la idea de patria no es cristiana y los años me han ido confirmand­o esta opinión. Lo único patrio es el género humano en su conjunto: todos hermanos como hijos de un mismo Padre. Y la matria no es más que la forma elemental de que los prójimos se nos conviertan en próximos para poder ayudarlos.

Precisamen­te por ser tan irracional y manipulabl­e, la apelación a lo patrio se convierte hoy en el mejor argumento para ganar votos; al cual, por ser nosotros tan indiferent­es (o tan cansados, no sé), se le une la apelación a la estabilida­d: “El pueblo quiere estabilida­d”, dice nuestro presidente; pero no añade que querer estabilida­d es querer autoritari­smo, pensamient­o único y uniformida­d. ¿Seguro que el pueblo quiere eso, o lo quieren más bien los grandes inversores?

Lo verdaderam­ente deseable es que se gestionen bien las inestabili­dades que cualquier pluralismo genera pero que, bien gestionada­s, son causa de progreso. Nada más estable que una buena dormida; mientras que los despertare­s suelen ser algo inestables.

En total, la pregunta que nos queda es: ¿Mr. Trump es nuestro enemigo? ¿O es una ecografía de nuestras interiorid­ades? Porque ya van apareciend­o por ahí fenómenos como el “Trumps pel Sí” o los acuerdos tram-posos entre el Partido Popular y Ciudadanos…

La apelación a lo patrio se convierte hoy, por irracional y manipulabl­e, en el mejor argumento para ganar votos

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